/ jueves 1 de marzo de 2018

El Teatro de la República

PRIMER ACTO. CIRCO ROMANO. Esto ya lo hemos dicho antes, la política mexicana asemeja a un pleito de cantina en el todos se dan con todo. Hasta los del mismo bando. ¿A poco no? Y por ello, nuevamente recordamos que en alguna publicación o entrevista el destacado escritor chetumalense Héctor Aguilar Camín definió a Miguel de la Madrid como un presidente que vivió seis años “atrincherado detrás de su escritorio”. Y coincidimos plenamente en cuanto a que la feroz crisis económica que tuvo lugar en 1982 y luego el terrible terremoto que sacudió a la Ciudad de México en 1985, impidieron al sucesor de López Portillo proponer y desarrollar un proyecto auténtico de gobierno. En otras palabras, fue un sexenio a la defensiva. Sin embargo, paradójicamente, la administración delamadridista fue el periodo de gobierno en el que más reformas constitucionales se realizaron. Evidentemente, las condiciones políticas que privaban en aquellos años, concretamente las del parlamentarismo mexicano, hacían que para el titular del Ejecutivo fuera más complicado ganar una partida de dominó que modificar la Constitución o cambiar al gobernador de alguna entidad. Esto último afortunadamente ha cambiado. No obstante, la reflexión del autor de “Las Mujeres de Adriano”, “Morir en el Golfo” y “El Resplandor de la Madera” - libros más que recomendables por cierto - vino a colación ya que en este momento la política mexicana, ya no encarnada en un solo hombre sino en varios grupos, camarillas o facciones, llámele como quiera, continúa atrincherada. La diferencia es que actualmente los enemigos no son una crisis económica y una lamentable tragedia natural, en la actualidad las posibilidades de un país más justo, en el amplio sentido del término, sucumben con aterradora frecuencia ante los embates del escándalo. Vivimos en un sistema político cuyos principios, valores y anhelos han sido secuestrados por la bulla, la jarana y la gresca. Ya sea a nivel federal o local, sin importar divisas o colores, en el país nada más no se atisba la más mínima señal que permita suponer que vamos en ruta hacia la madurez política. Y los ejemplos de esta disfunción democrática son muchos. Van desde los escándalos de corrupción, cosa de todos los días, hasta los también ya tradicionales enfrentamientos, cada vez más agresivos, entre los diversos actores políticos. La política mexicana es un circo romano, y parece que nos estamos acostumbrando al espectáculo.

SEGUNDO ACTO. LA SOPA. Además de lo álgido, la grilla nacional se ha convertido en una puesta en escena en la que participan casi siempre los mismos actores. Cambian de personaje pero son los mismos. Aquel que personificaba a la cúpula de la derecha ahora es un soldado de la izquierda. La que fuera primera dama, como tocada por el hada madrina, borró toda una historia de intensa vida política desde la cuna y juega de independiente. El futbolista será gobernador y los exgobernadores le metieron gol al erario público. Vaya, en el colmo ¡los corruptos se asumen como los paladines anticorrupción! Pero prácticamente son las mismas personas. Esto hace pensar en nuestro sistema político como una partida sexenal  de dominó en la que se hace la sopa y las mismas fichas aparecen con distintos jugadores. El problema es que el juego y las fichas son exactamente las mismas. Por lo que difícilmente saldremos de esta penosa dinámica en la que nos hemos enrolado.

TERCER ACTO. VIOLENTO DESPERTAR A LA DEMOCRACIA. Dicen que para entender el presente hay que conocer el pasado. En este sentido, no podemos soslayar que nuestro ingreso a la pluralidad legislativa fue violento per sé. Sin duda, fue sangrienta la llegada de los primeros legisladores de oposición, que en realidad fueron más gobiernistas que los oficiales. Y aquí repasamos un pasaje poco conocido pero muy emblemático de la historia del parlamentarismo mexicano. En 1943 el Colegio Electoral de la Cámara de Diputados - entonces ubicada en el hermosísimo edificio que se ubica en la esquina de Donceles y Allende en el Centro Histórico de la Ciudad de México - determinó anular la elección del priista oaxaqueño Jorge Meixueiro, quien iba por un tercer periodo como diputado federal, y darle el triunfo al segundo lugar, el opositor Juan Gutiérrez Lascurain, quien era amigo del poderosísimo Maximino Ávila Camacho, entonces secretario de Comunicaciones y hermano del presidente Manuel Ávila Camacho - por cierto, magistralmente llevado a la pantalla grande por Daniel Giménez Cacho en el papel del general Andrés Ascencio en “Arráncame la vida” -. El señor Meixueiro subió a la tribuna para denunciar que era víctima de un fraude electoral, aunque en honor a la verdad más bien fue la primer “concertacesión” del México contemporáneo, para acto seguido desenfundar su revólver calibre .38 y meterse un tiro en la sien. Era de esperarse que en 75 años libráramos este complejo, pero parece que todavía nos faltan algunas terapias democráticas.

TRAS BAMBALINAS. OPUESTOS. Los coordinadores de campaña de Meade representan con pulcra precisión todo lo que la ciudadanía masivamente aborrece del PRI. Con o sin razón, justa o injustamente, ¿quién sabe? El asunto es que todo mundo lo ve, ¡menos Meade! Sólo faltó una matraca y un lonche en la foto. Para la gente, los conceptos PRI y ciudadano son antónimos. Opuestos. Simplemente no se puede ser candidato priista y ciudadano al mismo tiempo. Por más que busquen chichis a las culebras, para la inmensa mayoría de los mexicanos son lados diversos de la misma moneda. Con esa necia anti-estrategia de querer venderlos juntos, continúan perdiendo lo poco que tenían del ámbito ciudadano y mucho del tricolor. Y el resto del equipazo de campaña, ni qué decir. Va a ser un deleite ver a tanto generalísimo tratando de mandar a otros al tiempo que se niegan a obedecerlos. O sea, una madriza de egos.

Notario Público 19 de Querétaro.

ferortiz@notaria19qro.com

PRIMER ACTO. CIRCO ROMANO. Esto ya lo hemos dicho antes, la política mexicana asemeja a un pleito de cantina en el todos se dan con todo. Hasta los del mismo bando. ¿A poco no? Y por ello, nuevamente recordamos que en alguna publicación o entrevista el destacado escritor chetumalense Héctor Aguilar Camín definió a Miguel de la Madrid como un presidente que vivió seis años “atrincherado detrás de su escritorio”. Y coincidimos plenamente en cuanto a que la feroz crisis económica que tuvo lugar en 1982 y luego el terrible terremoto que sacudió a la Ciudad de México en 1985, impidieron al sucesor de López Portillo proponer y desarrollar un proyecto auténtico de gobierno. En otras palabras, fue un sexenio a la defensiva. Sin embargo, paradójicamente, la administración delamadridista fue el periodo de gobierno en el que más reformas constitucionales se realizaron. Evidentemente, las condiciones políticas que privaban en aquellos años, concretamente las del parlamentarismo mexicano, hacían que para el titular del Ejecutivo fuera más complicado ganar una partida de dominó que modificar la Constitución o cambiar al gobernador de alguna entidad. Esto último afortunadamente ha cambiado. No obstante, la reflexión del autor de “Las Mujeres de Adriano”, “Morir en el Golfo” y “El Resplandor de la Madera” - libros más que recomendables por cierto - vino a colación ya que en este momento la política mexicana, ya no encarnada en un solo hombre sino en varios grupos, camarillas o facciones, llámele como quiera, continúa atrincherada. La diferencia es que actualmente los enemigos no son una crisis económica y una lamentable tragedia natural, en la actualidad las posibilidades de un país más justo, en el amplio sentido del término, sucumben con aterradora frecuencia ante los embates del escándalo. Vivimos en un sistema político cuyos principios, valores y anhelos han sido secuestrados por la bulla, la jarana y la gresca. Ya sea a nivel federal o local, sin importar divisas o colores, en el país nada más no se atisba la más mínima señal que permita suponer que vamos en ruta hacia la madurez política. Y los ejemplos de esta disfunción democrática son muchos. Van desde los escándalos de corrupción, cosa de todos los días, hasta los también ya tradicionales enfrentamientos, cada vez más agresivos, entre los diversos actores políticos. La política mexicana es un circo romano, y parece que nos estamos acostumbrando al espectáculo.

SEGUNDO ACTO. LA SOPA. Además de lo álgido, la grilla nacional se ha convertido en una puesta en escena en la que participan casi siempre los mismos actores. Cambian de personaje pero son los mismos. Aquel que personificaba a la cúpula de la derecha ahora es un soldado de la izquierda. La que fuera primera dama, como tocada por el hada madrina, borró toda una historia de intensa vida política desde la cuna y juega de independiente. El futbolista será gobernador y los exgobernadores le metieron gol al erario público. Vaya, en el colmo ¡los corruptos se asumen como los paladines anticorrupción! Pero prácticamente son las mismas personas. Esto hace pensar en nuestro sistema político como una partida sexenal  de dominó en la que se hace la sopa y las mismas fichas aparecen con distintos jugadores. El problema es que el juego y las fichas son exactamente las mismas. Por lo que difícilmente saldremos de esta penosa dinámica en la que nos hemos enrolado.

TERCER ACTO. VIOLENTO DESPERTAR A LA DEMOCRACIA. Dicen que para entender el presente hay que conocer el pasado. En este sentido, no podemos soslayar que nuestro ingreso a la pluralidad legislativa fue violento per sé. Sin duda, fue sangrienta la llegada de los primeros legisladores de oposición, que en realidad fueron más gobiernistas que los oficiales. Y aquí repasamos un pasaje poco conocido pero muy emblemático de la historia del parlamentarismo mexicano. En 1943 el Colegio Electoral de la Cámara de Diputados - entonces ubicada en el hermosísimo edificio que se ubica en la esquina de Donceles y Allende en el Centro Histórico de la Ciudad de México - determinó anular la elección del priista oaxaqueño Jorge Meixueiro, quien iba por un tercer periodo como diputado federal, y darle el triunfo al segundo lugar, el opositor Juan Gutiérrez Lascurain, quien era amigo del poderosísimo Maximino Ávila Camacho, entonces secretario de Comunicaciones y hermano del presidente Manuel Ávila Camacho - por cierto, magistralmente llevado a la pantalla grande por Daniel Giménez Cacho en el papel del general Andrés Ascencio en “Arráncame la vida” -. El señor Meixueiro subió a la tribuna para denunciar que era víctima de un fraude electoral, aunque en honor a la verdad más bien fue la primer “concertacesión” del México contemporáneo, para acto seguido desenfundar su revólver calibre .38 y meterse un tiro en la sien. Era de esperarse que en 75 años libráramos este complejo, pero parece que todavía nos faltan algunas terapias democráticas.

TRAS BAMBALINAS. OPUESTOS. Los coordinadores de campaña de Meade representan con pulcra precisión todo lo que la ciudadanía masivamente aborrece del PRI. Con o sin razón, justa o injustamente, ¿quién sabe? El asunto es que todo mundo lo ve, ¡menos Meade! Sólo faltó una matraca y un lonche en la foto. Para la gente, los conceptos PRI y ciudadano son antónimos. Opuestos. Simplemente no se puede ser candidato priista y ciudadano al mismo tiempo. Por más que busquen chichis a las culebras, para la inmensa mayoría de los mexicanos son lados diversos de la misma moneda. Con esa necia anti-estrategia de querer venderlos juntos, continúan perdiendo lo poco que tenían del ámbito ciudadano y mucho del tricolor. Y el resto del equipazo de campaña, ni qué decir. Va a ser un deleite ver a tanto generalísimo tratando de mandar a otros al tiempo que se niegan a obedecerlos. O sea, una madriza de egos.

Notario Público 19 de Querétaro.

ferortiz@notaria19qro.com