Por Lucía Villarreal / Escritora
Texto introductorio:
Como egresada de la carrera de Mercadotecnia, me gusta poner atención a las campañas publicitarias, es lo mío, pero procedo con cautela a la hora de comprarles el mensaje que venden.
A propósito del Día Internacional de la Mujer, una empresa mexicana de bienes de consumo lanzó una excelente campaña publicitaria. El mensaje central del comercial era que el hombre no “ayuda” con las tareas domésticas, sino que a él también le corresponden.
Al igual que muchas mujeres, estoy de acuerdo con la idea central publicitada. Sin embargo, da la casualidad que conocí de cerca la cultura organizacional de esta empresa, pues laboré ahí de recién graduada. Puedo decir que, en esos años, no había en la empresa la más mínima intención de fomentar la equidad de género que el comercial promueve.
Fue a finales de la década de los noventa. Estaba ilusionada con el puesto y no me incomodó que el uniforme incluía forzosamente falda; los pantalones estaban prohibidos para nosotras. Mercadotecnia era el área que concentraba el mayor número de mujeres profesionistas. Mis compañeras habían aceptado bajo protesta aquel mandato, pues al ordenar los uniformes solicitaron falda larga. Si bien no podían cambiar el hecho de que los pantalones estaban vetados, no les darían el gusto de enseñar pierna. Me uní a la causa y, a mis escasos veintitantos, usaba falta larga y recta para ir a trabajar.
La norma para la vestimenta femenina venía de Recursos Humanos, pero sabíamos que seguían la línea marcada por uno de los fundadores, que para esa época ya solo ocupaba un cargo honorario.
En algún momento, no recuerdo cuándo y cómo, las profesionistas de Mercadotecnia comenzamos a usar pantalón los viernes; aprovechamos a nuestro favor el denominado “viernes social”, que permite un atuendo más relajado el último día de la semana laboral. Mujeres de otros departamentos se nos unieron.
En ese trabajo había un gerente con el que mis compañeras y yo teníamos que lidiar a diario. Supongo que nunca oyó hablar del espacio vital, pues rebasaba constantemente sus límites. Le gustaba acariciar nuestro hombro o brazo mientras nos explicaba algo, a veces con miradas y comentarios incómodos. Mi amiga “Carolina”, rubia y de curvas pronunciadas, era la que más tenía que tolerar sus acercamientos. La situación con este sujeto era de dominio público. Es difícil pensar que los comentarios no llegaron alguna vez a oídos de Recursos Humanos. Y, sin embargo, tener que batallar con esto era parte de nuestra carga de trabajo.
En cuanto recibí una buena oferta en otra empresa, no dudé en aceptarla. No tuve más contacto con aquella compañía. Desconozco si en estos años han logrado hacer un cambio radical en la cultura organizacional. Honestamente, me cuesta creerlo. Ojalá me equivoque y su departamento de Mercadotecnia haya elegido este comercial no solo de “dientes para afuera”.
Como alguien supo a bien decir, las palabras convencen, pero los hechos arrasan.
Twitter: @lucyvillarreala