/ viernes 18 de diciembre de 2020

Humanitas: arte y pasión

Vivimos tiempos complejos a nivel planetario, y si sumamos el invierno en el hemisferio norte, esta cuarta estación del año que provoca la melancolía y una tristeza muy antigua que nos asecha en donde menos la esperamos.

Existen términos griegos que pueden expresar este sentir como es la lucha entre lethe y aletheia, que es la dialéctica entre la ocultación y la revelación. Esta lucha permanente nos provoca el conflicto, y nos recuerda el caos primordial que cargamos a cuestas. Somos víctimas del fatum, ese destino que no brinda certezas ni vaticinios.

Al finalizar el año el clima se vuelve más extremo y la tierra yerma. Por eso muchos animales invernan para resistir la condición climática, aunque la naturaleza sabe, como la semilla, el bosque y el colibrí que en unos meses el cambio de estación reanimará la vida. Esta idea es ilustrada en el mito griego de Perséfone, quien fue raptada al inframundo por el dios Hades, y como consecuencia de un mandato divino es obligada a permanecer un tiempo en el inframundo (durante el invierno) y después regresar al mundo (en primavera). A su regreso la naturaleza y su madre Démeter, se alegran y fluye nuevamente la vida.

La tristeza antigua que nos aborda en estas fechas es milenaria, proviene desde los tiempos de la fractura, del rompimiento con lo divino. Estos ejes metafóricos nos ayudan a comprender el origen de la tristeza, que además es parte de las emociones del ser humano.

Algunas recetas antiguas recomiendan alimentar el espíritu para disipar la tristeza.

Sabemos que existen múltiples causas para estar triste, pero podemos contenerla y disfrutarla en cierta medida para poder purificar nuestras emociones.

Aristóteles recomendaba la experiencia del espectador a través de la obra de arte para experimentar la catarsis, que es la purgación mediante la compasión y el temor (la compasión por el héroe y el temor a los dioses y su destino) que provoca la purificación de los afectos, es decir, el proceso de liberación de las emociones negativas.

La naturaleza experimenta su catarsis durante el invierno, se purifica y libera de lo malo como preparación para recibir la primavera. Nosotros deberíamos proceder de la misma manera, la navidad es el tiempo de la catarsis, que nos da la esperanza de retornar a la primavera, a la floración y las buenas cosechas. Es el eterno retorno de las cosas, que la sabiduría clásica reconoce.

Por ello la idea de la contemplación, la meditación y de la oración durante esta época nos debe de acercar a la redención.

Vivir en estos tiempos funestos y pandémicos es un reto para todos, pero si exploramos un tiempo nuevo, a través de la ralentización y de la contemplación, en donde además nuestras percepciones se agudizarán, descubriremos ese tiempo que no es presente, diferenciando entre el tiempo del dios Cronos que es el secuencial y devora todo, es el que miden los relojes; el Kairós que es el tiempo adecuado, el oportuno, el tiempo de los creadores y de los artistas, el tiempo que hay que perseguir como Johnny Carter en el Perseguidor de Julio Cortázar; y el Aión que es el tiempo de Dios, el que nos dice que tiene sentido y que no para seguir en el camino. Es el dios que no necesita devorar a nadie para ser eterno, no tiene presente, es el borde entre el pasado y el futuro

Gilles Deleuze lo define como “un Momento-lugar único e irrepetible que no es presente sino siempre está por llegar y siempre ya ha pasado. Que nos sobrevuela”.

Recordemos que en primavera todo renacerá. It´s ok to be sad.

bobiglez@gmail.com

Vivimos tiempos complejos a nivel planetario, y si sumamos el invierno en el hemisferio norte, esta cuarta estación del año que provoca la melancolía y una tristeza muy antigua que nos asecha en donde menos la esperamos.

Existen términos griegos que pueden expresar este sentir como es la lucha entre lethe y aletheia, que es la dialéctica entre la ocultación y la revelación. Esta lucha permanente nos provoca el conflicto, y nos recuerda el caos primordial que cargamos a cuestas. Somos víctimas del fatum, ese destino que no brinda certezas ni vaticinios.

Al finalizar el año el clima se vuelve más extremo y la tierra yerma. Por eso muchos animales invernan para resistir la condición climática, aunque la naturaleza sabe, como la semilla, el bosque y el colibrí que en unos meses el cambio de estación reanimará la vida. Esta idea es ilustrada en el mito griego de Perséfone, quien fue raptada al inframundo por el dios Hades, y como consecuencia de un mandato divino es obligada a permanecer un tiempo en el inframundo (durante el invierno) y después regresar al mundo (en primavera). A su regreso la naturaleza y su madre Démeter, se alegran y fluye nuevamente la vida.

La tristeza antigua que nos aborda en estas fechas es milenaria, proviene desde los tiempos de la fractura, del rompimiento con lo divino. Estos ejes metafóricos nos ayudan a comprender el origen de la tristeza, que además es parte de las emociones del ser humano.

Algunas recetas antiguas recomiendan alimentar el espíritu para disipar la tristeza.

Sabemos que existen múltiples causas para estar triste, pero podemos contenerla y disfrutarla en cierta medida para poder purificar nuestras emociones.

Aristóteles recomendaba la experiencia del espectador a través de la obra de arte para experimentar la catarsis, que es la purgación mediante la compasión y el temor (la compasión por el héroe y el temor a los dioses y su destino) que provoca la purificación de los afectos, es decir, el proceso de liberación de las emociones negativas.

La naturaleza experimenta su catarsis durante el invierno, se purifica y libera de lo malo como preparación para recibir la primavera. Nosotros deberíamos proceder de la misma manera, la navidad es el tiempo de la catarsis, que nos da la esperanza de retornar a la primavera, a la floración y las buenas cosechas. Es el eterno retorno de las cosas, que la sabiduría clásica reconoce.

Por ello la idea de la contemplación, la meditación y de la oración durante esta época nos debe de acercar a la redención.

Vivir en estos tiempos funestos y pandémicos es un reto para todos, pero si exploramos un tiempo nuevo, a través de la ralentización y de la contemplación, en donde además nuestras percepciones se agudizarán, descubriremos ese tiempo que no es presente, diferenciando entre el tiempo del dios Cronos que es el secuencial y devora todo, es el que miden los relojes; el Kairós que es el tiempo adecuado, el oportuno, el tiempo de los creadores y de los artistas, el tiempo que hay que perseguir como Johnny Carter en el Perseguidor de Julio Cortázar; y el Aión que es el tiempo de Dios, el que nos dice que tiene sentido y que no para seguir en el camino. Es el dios que no necesita devorar a nadie para ser eterno, no tiene presente, es el borde entre el pasado y el futuro

Gilles Deleuze lo define como “un Momento-lugar único e irrepetible que no es presente sino siempre está por llegar y siempre ya ha pasado. Que nos sobrevuela”.

Recordemos que en primavera todo renacerá. It´s ok to be sad.

bobiglez@gmail.com