/ viernes 19 de febrero de 2021

Humanitas: arte y pasión

Les contaré la historia de un pintor que salió del centro del mundo y como muchos partió para Europa. En modo de Julio Cortázar sería empezar el juego en el tablero “del lado de allá, para luego continuar del “lado de acá”, como un juego de rayuela.

Nuestro personaje vivió en París una temporada pintando como cientos de jóvenes, para encontrarse con el espíritu del arte. Ese espíritu que otorga la sabia pintura solo a unos elegidos.

Luego de una exposición en la que vendió todos sus cuadros, pago deudas y decidió comprarse un traje de marca, creo que fue de Yves Saint Laurent, para vestir elegante y caminar por París.

Muchos piensan que al vender todos los cuadros de una exposición un artista joven obtiene mucho dinero, sin embargo, no es así, aparte de la comisión que se quedó el galerista, hacer la exposición le representó al pintor invertir seis meses de trabajo en el estudio, endeudarse para comer y pagar la renta y los materiales.

El joven pintor seguía trabajando, pero el dinero se terminaba, la renta es algo que se tenía que pagar mes a mes. Le tocó luego una mala racha en la que no se estaba vendiendo bien el arte en ese tiempo (como a veces ocurre). Pensó que tendría que hacer algo inesperado, apasionado y arriesgado. Haciendo cuentas solo le quedaba para pagar un mes de renta del taller, en donde además vivía, y no se veían posibilidades de encargos a corto plazo.

El artista tomo la decisión de gastarse el dinero de la renta en un restaurante muy fino de París, comiendo a su gusto y bebiendo buen vino. Entonces el traje aquel que compró, junto con una camisa blanca y una corbata, le permitieron vestir adecuadamente para entrar al restaurante de moda Chez Maxim’ de París, con previa reservación. Al llegar lo pasaron al bar mientras esperaba su mesa, estando ahí miraba los espejos Art nouveau del lugar, herencia de la Belle Époque, apreciaba los emplomados y vidrieras, aspiraba ese aire de elegancia madura de aquel lugar. Descubrió el reflejo de su imagen en un espejo, con su camisa blanca y corbata. Soy un artista se decía así mismo frente a una copa de Martini seco. En algún momento apareció una mujer americana que se sentó junto a él. El humo de los cigarrillos de ambos envolvía sus rostros, la mujer lo abordó preguntándole a que se dedicaba, él contesto soy pintor, artista. Ella le dijo yo soy psicóloga. Ahí iniciaron una divertida platica, cenaron juntos, y al amanecer la mujer lo desafió a regresar con ella a Estados Unidos en donde tendría muchos clientes para su pintura. El joven maestro del pincel lo medito por un instante, recordó el juego de la rayuela del lado de allá y del lado de acá; porque no experimentar una tercera vía, la que no tiene final, la que te pasa a otra casilla para seguir jugando.

El azar estaba haciendo su parte y provocó que el juego continuara del lado de acá.

Y desde hace mucho tiempo, el artista vive de hacer lo que más le apasiona en la vida que es pintar y jugar a la vida. “Un golpe de dados no abolirá el azar”.

bobiglez@gmail.com

Les contaré la historia de un pintor que salió del centro del mundo y como muchos partió para Europa. En modo de Julio Cortázar sería empezar el juego en el tablero “del lado de allá, para luego continuar del “lado de acá”, como un juego de rayuela.

Nuestro personaje vivió en París una temporada pintando como cientos de jóvenes, para encontrarse con el espíritu del arte. Ese espíritu que otorga la sabia pintura solo a unos elegidos.

Luego de una exposición en la que vendió todos sus cuadros, pago deudas y decidió comprarse un traje de marca, creo que fue de Yves Saint Laurent, para vestir elegante y caminar por París.

Muchos piensan que al vender todos los cuadros de una exposición un artista joven obtiene mucho dinero, sin embargo, no es así, aparte de la comisión que se quedó el galerista, hacer la exposición le representó al pintor invertir seis meses de trabajo en el estudio, endeudarse para comer y pagar la renta y los materiales.

El joven pintor seguía trabajando, pero el dinero se terminaba, la renta es algo que se tenía que pagar mes a mes. Le tocó luego una mala racha en la que no se estaba vendiendo bien el arte en ese tiempo (como a veces ocurre). Pensó que tendría que hacer algo inesperado, apasionado y arriesgado. Haciendo cuentas solo le quedaba para pagar un mes de renta del taller, en donde además vivía, y no se veían posibilidades de encargos a corto plazo.

El artista tomo la decisión de gastarse el dinero de la renta en un restaurante muy fino de París, comiendo a su gusto y bebiendo buen vino. Entonces el traje aquel que compró, junto con una camisa blanca y una corbata, le permitieron vestir adecuadamente para entrar al restaurante de moda Chez Maxim’ de París, con previa reservación. Al llegar lo pasaron al bar mientras esperaba su mesa, estando ahí miraba los espejos Art nouveau del lugar, herencia de la Belle Époque, apreciaba los emplomados y vidrieras, aspiraba ese aire de elegancia madura de aquel lugar. Descubrió el reflejo de su imagen en un espejo, con su camisa blanca y corbata. Soy un artista se decía así mismo frente a una copa de Martini seco. En algún momento apareció una mujer americana que se sentó junto a él. El humo de los cigarrillos de ambos envolvía sus rostros, la mujer lo abordó preguntándole a que se dedicaba, él contesto soy pintor, artista. Ella le dijo yo soy psicóloga. Ahí iniciaron una divertida platica, cenaron juntos, y al amanecer la mujer lo desafió a regresar con ella a Estados Unidos en donde tendría muchos clientes para su pintura. El joven maestro del pincel lo medito por un instante, recordó el juego de la rayuela del lado de allá y del lado de acá; porque no experimentar una tercera vía, la que no tiene final, la que te pasa a otra casilla para seguir jugando.

El azar estaba haciendo su parte y provocó que el juego continuara del lado de acá.

Y desde hace mucho tiempo, el artista vive de hacer lo que más le apasiona en la vida que es pintar y jugar a la vida. “Un golpe de dados no abolirá el azar”.

bobiglez@gmail.com