/ viernes 3 de mayo de 2019

Humanitas. Arte y Pasión

De la virtud de la contemplación y la demora. Retornar a la contemplación detenida, en estos tiempos de vértigo e interacción, de interfaces y conectividad desmedida es un ritual casi religioso.
La contemplación detenida es la que nos permite ver más allá de la superficie del objeto, desde la apariencia y la diferencia. Descubrir las presencias ocultas que se encuentran en los objetos artísticos, en las formas y en los seres del mundo; hacer posible lo invisible, lo oculto, hacer extraordinario lo ordinario. En el territorio del arte se pueden manifestar ideas que a veces, desde los límites de la razón, resultan complicadas o imposibles.
El exceso de razón occidental que domina el mundo, ha obligado al sujeto a mirar sin pausas, a exigir certezas o explicaciones inmediatas, en el instante mismo, de lo que se presencia o acontece, de no ser así, el sujeto lo desecha, lo relega o lo niega en el mejor de los casos. No permitimos la contemplación detenida. Contemplar es una forma de ver el mundo, de verse así mismo, no es convertirse en un espectador, es una estrategia para revelar las presencias que están más allá del sentido unívoco. En clave de Jacques Derrida sería algo así como la difference, es decir, que en lo que percibimos hay más de un sentido, y no el unívoco sentido dogmático de la certeza. Una de las posibilidades de sentido es que se pueda percibir en la imagen o el objeto una presencia, una manifestación de algo que la razón niega o no puede comprender.
Lo que llamamos sagrado, no entendido como un sentido opuesto a lo profano, sino como algo verdadero, es decir, algo que se descubre o devela en el ejercicio de la contemplación, por ejemplo en una obra de arte o en la naturaleza.
Muchas experiencias del arte contemporáneo se aproximan a los ejercicios espirituales con los que se alcanzan diferentes estados de conciencia.

En la contemplación detenida de una obra de arte, se obtiene un estado de conciencia capaz de hacernos descubrir otros sentidos o la presencia que han sido negadas por la racionalidad.
En los ejercicios espirituales de los jesuitas se obliga al silencio para realizar una reflexión profunda de la experiencia misma que se está viviendo. Estos estados o desiertos de silencio también están relacionados con algunas de las experiencias que proponen algunos artistas del arte contemporáneo.
Estas meditaciones sobre la obra de arte, y la posibilidad de la contemplación detenida, son experienciales, un intersticio que se presenta en las obras de algunos artistas modernos y contemporáneos. Podemos evocar algunos artistas como Marcel Duchamp y sus objetos ya hechos e inútiles; al ruso Kazimir Malevich y sus abstracciones monocromas. Constantin Brancusi y la esencia de las formas en sus pájaros, en las piedras o en sus columnas infinitas; Joseph Beuys y sus rituales de sanación; en Mark Rothko la manifestación de una presencia en los campos de color. Donald Judd y la simplicidad de una forma compleja. Alejandro Jodorowsky el artista-chamán que convive con una presencia invisible “el Rebe” y su danza de la realidad.

Marina Abramovic, señora del día y de la noche; maga, vestal, bruja, artista, nos conmina a participar en rituales en los cuales el colectivo experimenta distintas emociones y sentidos a través de la experiencia del arte.
Las nuevas generaciones de artistas ya no deben buscar, mejor encontrar la “difference” en todas las cosas.
En el capitalismo salvaje el arte está concebido únicamente como materialidad, haciendo posible solo su valor de cambio y olvidando el valor de uso. Por ello cada vez hay vemos más personas interesadas en las prácticas artísticas, pero no para encontrar las señales intangibles de un espíritu refinado y estoico. bobiglez@gmail.com

De la virtud de la contemplación y la demora. Retornar a la contemplación detenida, en estos tiempos de vértigo e interacción, de interfaces y conectividad desmedida es un ritual casi religioso.
La contemplación detenida es la que nos permite ver más allá de la superficie del objeto, desde la apariencia y la diferencia. Descubrir las presencias ocultas que se encuentran en los objetos artísticos, en las formas y en los seres del mundo; hacer posible lo invisible, lo oculto, hacer extraordinario lo ordinario. En el territorio del arte se pueden manifestar ideas que a veces, desde los límites de la razón, resultan complicadas o imposibles.
El exceso de razón occidental que domina el mundo, ha obligado al sujeto a mirar sin pausas, a exigir certezas o explicaciones inmediatas, en el instante mismo, de lo que se presencia o acontece, de no ser así, el sujeto lo desecha, lo relega o lo niega en el mejor de los casos. No permitimos la contemplación detenida. Contemplar es una forma de ver el mundo, de verse así mismo, no es convertirse en un espectador, es una estrategia para revelar las presencias que están más allá del sentido unívoco. En clave de Jacques Derrida sería algo así como la difference, es decir, que en lo que percibimos hay más de un sentido, y no el unívoco sentido dogmático de la certeza. Una de las posibilidades de sentido es que se pueda percibir en la imagen o el objeto una presencia, una manifestación de algo que la razón niega o no puede comprender.
Lo que llamamos sagrado, no entendido como un sentido opuesto a lo profano, sino como algo verdadero, es decir, algo que se descubre o devela en el ejercicio de la contemplación, por ejemplo en una obra de arte o en la naturaleza.
Muchas experiencias del arte contemporáneo se aproximan a los ejercicios espirituales con los que se alcanzan diferentes estados de conciencia.

En la contemplación detenida de una obra de arte, se obtiene un estado de conciencia capaz de hacernos descubrir otros sentidos o la presencia que han sido negadas por la racionalidad.
En los ejercicios espirituales de los jesuitas se obliga al silencio para realizar una reflexión profunda de la experiencia misma que se está viviendo. Estos estados o desiertos de silencio también están relacionados con algunas de las experiencias que proponen algunos artistas del arte contemporáneo.
Estas meditaciones sobre la obra de arte, y la posibilidad de la contemplación detenida, son experienciales, un intersticio que se presenta en las obras de algunos artistas modernos y contemporáneos. Podemos evocar algunos artistas como Marcel Duchamp y sus objetos ya hechos e inútiles; al ruso Kazimir Malevich y sus abstracciones monocromas. Constantin Brancusi y la esencia de las formas en sus pájaros, en las piedras o en sus columnas infinitas; Joseph Beuys y sus rituales de sanación; en Mark Rothko la manifestación de una presencia en los campos de color. Donald Judd y la simplicidad de una forma compleja. Alejandro Jodorowsky el artista-chamán que convive con una presencia invisible “el Rebe” y su danza de la realidad.

Marina Abramovic, señora del día y de la noche; maga, vestal, bruja, artista, nos conmina a participar en rituales en los cuales el colectivo experimenta distintas emociones y sentidos a través de la experiencia del arte.
Las nuevas generaciones de artistas ya no deben buscar, mejor encontrar la “difference” en todas las cosas.
En el capitalismo salvaje el arte está concebido únicamente como materialidad, haciendo posible solo su valor de cambio y olvidando el valor de uso. Por ello cada vez hay vemos más personas interesadas en las prácticas artísticas, pero no para encontrar las señales intangibles de un espíritu refinado y estoico. bobiglez@gmail.com