/ viernes 1 de julio de 2022

Humanitas. Arte y pasión


Los rituales son al tiempo lo que la morada al espacio, expresó Antoine de Saint-Exupèry en su libro Ciudadela, es decir, los rituales fundan un hogar y hacen habitable el tiempo.

Podemos afirmar que el tiempo es una construcción humana, finalmente una ficción. Lo único real es el instante. Y de acuerdo a Aristóteles el tiempo es la sucesión de ahora.

Los rituales también son repetición, y la repetición es una forma de cómo se manifiesta la memoria. La memoria resucita al pasado, trae al presente hechos del pasado que en su interpretación enriquecen al mundo y resiliencia al sujeto.

Ya Salvador Dalí en su obra “La persistencia de la memoria” describe el tiempo como blando y diluido; y el otro tiempo el del inconsciente freudiano que contiene a la memoria y su autopista es el sueño.

Dalí en su fascinación por Freud manifiesta su validación del inconsciente, ablandando los relojes como objetos que marcan el tiempo presente, pero no pueden marcar el tiempo de la memoria, por eso los diluye y ablanda. Los relojes de Dalí no marcan ninguna hora.

La memoria es un ritual que practicamos y esa repetición nos hace sentir en la morada.

Ya sé que la memoria es también una ficción o una fabulación, pero transforma la noción del tiempo y ese es su privilegio y preeminencia.

Todos tenemos un marcador de tiempo subjetivo que se encuentra en la memoria, y que se activa cuando hacemos el ritual de recordar para dar sentido a nuestra existencia y a la vacuidad de los tiempos actuales. La memoria no puede ser medida por la corta regla del tiempo.

La pintura de Salvador Dalí es un ejemplo de cómo las prácticas artísticas modernas son un acercamiento al desvelamiento y ocultación de la repetición de rituales, que nos hacen escapar del dolor de la existencia y celebrar el instante y la contemplación de las cosas.

Me encanta que se pueda describir el tiempo y la infinitud del universo con tan solo veintiocho caracteres. OM.




Los rituales son al tiempo lo que la morada al espacio, expresó Antoine de Saint-Exupèry en su libro Ciudadela, es decir, los rituales fundan un hogar y hacen habitable el tiempo.

Podemos afirmar que el tiempo es una construcción humana, finalmente una ficción. Lo único real es el instante. Y de acuerdo a Aristóteles el tiempo es la sucesión de ahora.

Los rituales también son repetición, y la repetición es una forma de cómo se manifiesta la memoria. La memoria resucita al pasado, trae al presente hechos del pasado que en su interpretación enriquecen al mundo y resiliencia al sujeto.

Ya Salvador Dalí en su obra “La persistencia de la memoria” describe el tiempo como blando y diluido; y el otro tiempo el del inconsciente freudiano que contiene a la memoria y su autopista es el sueño.

Dalí en su fascinación por Freud manifiesta su validación del inconsciente, ablandando los relojes como objetos que marcan el tiempo presente, pero no pueden marcar el tiempo de la memoria, por eso los diluye y ablanda. Los relojes de Dalí no marcan ninguna hora.

La memoria es un ritual que practicamos y esa repetición nos hace sentir en la morada.

Ya sé que la memoria es también una ficción o una fabulación, pero transforma la noción del tiempo y ese es su privilegio y preeminencia.

Todos tenemos un marcador de tiempo subjetivo que se encuentra en la memoria, y que se activa cuando hacemos el ritual de recordar para dar sentido a nuestra existencia y a la vacuidad de los tiempos actuales. La memoria no puede ser medida por la corta regla del tiempo.

La pintura de Salvador Dalí es un ejemplo de cómo las prácticas artísticas modernas son un acercamiento al desvelamiento y ocultación de la repetición de rituales, que nos hacen escapar del dolor de la existencia y celebrar el instante y la contemplación de las cosas.

Me encanta que se pueda describir el tiempo y la infinitud del universo con tan solo veintiocho caracteres. OM.