Por Paulina Latapí
En Querétaro hay un oferta de teatro extraordinaria. En este espacio quiero invitarle, estimada lectora, estimado lector a reflexionar con base en nuestra maravillosa historia antigua, para seguir nutriendo una rica y provechosa herencia cultural que debemos seguir brindando a la niñez.
Sabemos que en el México Antiguo hubo cuantiosas dramatizaciones y que éstas incluyeron música, poesía, danza y canto. Sobre los cantos el Doctor Miguel León Portilla, experto, entre otros temas, en literatura indígena y académico de la Universidad Nacional Autónoma de México acreedor de 19 doctorados honoris causa de diversas instituciones nacionales e internacionales, ha recogido en fuentes primarias, la existencia de diversos tipos de cantos: los cantos divinos, los de guerra, los de primavera, los floridos, los de privación, los de búsqueda y los de placer lo cual nos permite constatar las diversidad y riqueza de las manifestaciones incorporadas en las artes escénicas. En su trabajo sobre teatro náhuatl prehispánico califica a la cultura mexica como “una cultura eminentemente teatral” la cual desarrolló cuatro formas de teatro: el teatro que se representaba en las múltiples festividades religiosas regidas por el calendario en el cual los sacerdotes e iniciados representaban el papel de los dioses, incluidos en éste estuvieron los sacrificios; un teatro de divertimiento que con declamadores, titiriteros, cómicos y prestidigitadores entre otros; escenificación de mitos y leyendas cuyo análisis aunque fragmentario denota que los diálogos fueron “concebidos precisamente para ser puestos en escena” y que “la psicología de los personajes trata de mostrar cuál es el sentido que dan a sus vidas, los problemas que han de afrontar y la solución feliz o desventurada que les depara el destino” de modo que se introducen actores más humanos como son los padres y madres de familia, las prostitutas y los guerreros; y, por último, representaciones poéticas sobre problemas de la vida social y familiar con un carácter eminentemente dramático.
Para lograr tal diversidad de manifestaciones y su cabal funcionamiento con “grandiosidad y dramatismo” fue clave la educación precisa en estas artes. León Portilla aporta el vocablo náhuatl para denominar a los actores, teixip tlatinime que traduce como “los que toman un rostro ajeno”, cuyo oficio “ensayaban previamente durante muchos días” y “usaban atavíos y máscaras” Así se daba “forma plástica al simbolismo implicado en los grandes mitos” en el cual participaban todas las clases sociales. En las escuelas se enseñaban artes escénicas, tanto en el Calmecac, escuela para nobles, como en el Telpochcalli, para plebeyos y especialmente en el Cuicacalli. Le invito a pensar, estimado lector, estimada lectora, todos los beneficios que el teatro traía y trae a los niños para, así, en su ámbito, seguir fomentando este tipo de divertimento que es, de hecho, mucho más que entretenimiento.