/ sábado 3 de abril de 2021

Lo que no nos define | Cómo mueren los partidos políticos

La legitimación de los partidos políticos en el mundo occidental nace de su inclusión y definición dentro de las Constituciones de la segunda mitad del siglo XX, cuyo fin era impulsar el diseño de representatividad en el Estado.

Sin embargo, como en toda sociedad, el cambio ha sido su constante compañero y esta vez han sembrado descontento social por una falta de pluralidad. Como establece Norberto Bobbio, la pluralidad es el origen del disenso, y la libertad del disenso es uno de los principios de la democracia. No obstante, este disenso está siendo mermado por una deslegitimación de los partidos, acompañado de una falta de confianza. Los partidos han sido incapaces de reinventarse, y con ello, en su propia autocrítica, han fracasado en consolidar las demandas sociales.

Esto se refleja con claridad en la edición 2020 del Ranking de Confianza en Instituciones de México de Mitofsky, en donde de todas las instituciones evaluadas los partidos obtuvieron la peor calificación; 5.3. También, según datos del INE del 2020, durante ese año los partidos perdieron 9.2 millones de militantes, fenómeno enmarcado en las declaraciones del presidente del INE, Lorenzo Córdova, quien atinadamente destacó la importancia de la salud de los partidos para el funcionamiento adecuado de la democracia.

En México estamos siendo testigos de la cooptación de los partidos por las cúpulas de poder, en franca clausura de los espacios de participación ciudadana que nutren el foro público, lo cual implica un peligro particular al crear un círculo vicioso en donde los partidos, al no dejar espacio para la participación ciudadana, se convierten en el representante de la deslegitimación política.

Por ello, hoy más que nunca, en un escenario en el que los ciudadanos no forman parte de los cimientos de los partidos, se hace evidente la necesidad de que dichas entidades de interés público se consoliden como verdaderos ejes de representación, pero al adoptar permanentemente una postura contraria, no solamente de militantes, sino también de intereses, agendas, recursos públicos y acuerdos, han asumido una visión antidemocrática que causa el efecto inverso. Una reacción a ello ha sido el creciente espacio que han ocupado las candidaturas independientes que con el tiempo se han abierto camino entre los partidos, enmarcando el inicio de un nuevo horizonte y la probable muerte de un sistema en decadencia.

En tales circunstancias es que se presenta la llamada de atención -o de rescate- a los partidos, que al no erigirse como bastiones de representación plural y guardianes efectivos de los valores democráticos, se terminan convirtiendo en una fuente de polarización, de fortalecimiento a la autocracia y de desdén de la política, rompiendo los valores históricos que resultan indispensables para regresar al origen: la representación.

Al incumplir su demanda histórica, los partidos coadyuvan a la desaparición de los contrapesos y fomentan el populismo y con este, la multiplicación de espacios en donde se pregona la post verdad, se privilegia el ataque y se da cabida a una realidad supuestamente patente, donde el oportunismo se convierte en su nuevo lema, dejando así al individuo en una posición de soledad, vulnerabilidad y exposición al hastío y a la apatía.

¿Será el acceso a espacios partidarios lo que no nos define?


Consultor y profesor universitario

Twitter: Petaco10marina

Facebook: Petaco Diez Marina

Instagram: Petaco10marina

La legitimación de los partidos políticos en el mundo occidental nace de su inclusión y definición dentro de las Constituciones de la segunda mitad del siglo XX, cuyo fin era impulsar el diseño de representatividad en el Estado.

Sin embargo, como en toda sociedad, el cambio ha sido su constante compañero y esta vez han sembrado descontento social por una falta de pluralidad. Como establece Norberto Bobbio, la pluralidad es el origen del disenso, y la libertad del disenso es uno de los principios de la democracia. No obstante, este disenso está siendo mermado por una deslegitimación de los partidos, acompañado de una falta de confianza. Los partidos han sido incapaces de reinventarse, y con ello, en su propia autocrítica, han fracasado en consolidar las demandas sociales.

Esto se refleja con claridad en la edición 2020 del Ranking de Confianza en Instituciones de México de Mitofsky, en donde de todas las instituciones evaluadas los partidos obtuvieron la peor calificación; 5.3. También, según datos del INE del 2020, durante ese año los partidos perdieron 9.2 millones de militantes, fenómeno enmarcado en las declaraciones del presidente del INE, Lorenzo Córdova, quien atinadamente destacó la importancia de la salud de los partidos para el funcionamiento adecuado de la democracia.

En México estamos siendo testigos de la cooptación de los partidos por las cúpulas de poder, en franca clausura de los espacios de participación ciudadana que nutren el foro público, lo cual implica un peligro particular al crear un círculo vicioso en donde los partidos, al no dejar espacio para la participación ciudadana, se convierten en el representante de la deslegitimación política.

Por ello, hoy más que nunca, en un escenario en el que los ciudadanos no forman parte de los cimientos de los partidos, se hace evidente la necesidad de que dichas entidades de interés público se consoliden como verdaderos ejes de representación, pero al adoptar permanentemente una postura contraria, no solamente de militantes, sino también de intereses, agendas, recursos públicos y acuerdos, han asumido una visión antidemocrática que causa el efecto inverso. Una reacción a ello ha sido el creciente espacio que han ocupado las candidaturas independientes que con el tiempo se han abierto camino entre los partidos, enmarcando el inicio de un nuevo horizonte y la probable muerte de un sistema en decadencia.

En tales circunstancias es que se presenta la llamada de atención -o de rescate- a los partidos, que al no erigirse como bastiones de representación plural y guardianes efectivos de los valores democráticos, se terminan convirtiendo en una fuente de polarización, de fortalecimiento a la autocracia y de desdén de la política, rompiendo los valores históricos que resultan indispensables para regresar al origen: la representación.

Al incumplir su demanda histórica, los partidos coadyuvan a la desaparición de los contrapesos y fomentan el populismo y con este, la multiplicación de espacios en donde se pregona la post verdad, se privilegia el ataque y se da cabida a una realidad supuestamente patente, donde el oportunismo se convierte en su nuevo lema, dejando así al individuo en una posición de soledad, vulnerabilidad y exposición al hastío y a la apatía.

¿Será el acceso a espacios partidarios lo que no nos define?


Consultor y profesor universitario

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