/ sábado 26 de septiembre de 2020

Lo que no nos define | Discurso local en un enfoque global

El discurso es un ejercicio de comunicación política que representa: cálculo, mensajes entre líneas y posicionamientos en torno a las condiciones que las circunstancias ameritan. No es una práctica de improvisación sobre los decibeles del viento y el lenguaje, sino más bien una racionalidad del qué y cómo se alimenta el imaginario para dar pie a la especulación, interpretación y medición de impacto en torno a un proyecto personal.

El 10 de enero de 1946, en el Central Hall ubicado en Westminster, Londres, se llevó a cabo la primera Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas. En aquella época, el mundo estaba sumido en un proceso de reflexión, reconstrucción y sospecha derivado de los terribles efectos de la Guerra y sus escenarios polarizadores.

Este año se celebra el 75º aniversario de las Naciones Unidas; a diferencia de poco más de siete décadas, hoy en día, la humanidad enfrenta en palabras de António Guterres, “la peor crisis desde la Segunda Guerra Mundial”. Este trance es multifactorial: va desde el crecimiento del nihilismo político hasta una verdadera pulsión de supervivencia de la especie y sus instituciones. Y hay quienes lo disfrutan.

En septiembre de cada año, los líderes de los 193 Estados miembros de la ONU se dan cita en Nueva York con la finalidad de participar en la máxima palestra del orbe. En el marco de esta cumbre, todos los países hacen uso de la tribuna para fijar su postura en relación con los principales temas a destacar de la agenda local, regional e internacional. No obstante, debido a las restricciones impuestas por la pandemia de Covid-19, por primera ocasión, el período de sesiones se realiza vía remota.

A lo largo de la historia de las Naciones Unidas, se presentaron varios hechos icónicos y simbólicos que cimbraron al concierto internacional y quedaron en el anecdotario. Cómo olvidar el enérgico discurso de Fidel Castro; el golpeteo del zapato de Nikita Kruschev; el dibujo de una bomba de Benjamin Netanyahu, o la polémica expresión de Hugo Chávez: “Ayer vino el diablo. Huele a azufre”.

Detrás de este acercamiento, hay una mística que encuentra su fundamento en la propia Carta de las Naciones Unidas y alimenta un pluralismo democrático diferenciado en la comunidad internacional. Es en esta reunión donde convergen voces para abordar los desafíos comunes a partir de los propios principios consagrados en la Carta.

La vigencia de estos valores es crucial para asumir los compromisos globales, tales como: la paz y seguridad, el cambio climático, los derechos humanos y la solución a los conflictos armados.

Hoy, la agenda es clara: la carrera mundial y estrategia geopolítica referente a la vacuna; la reconstrucción económica y recomposición social; el mitigar la guerra fría entre Estados Unidos y China; un marcaje personal a Rusia y su agenda oculta; pero la prueba de fuego será la vigencia y utilidad del multilateralismo, no sólo como un espacio de protocolo plural, sino de verdaderas soluciones. Muy interesante, pero sumamente complicado y nebuloso.

En esta coyuntura, y a diferencia del planteamiento que se hizo en el G-20, esta semana nuestro presidente dirigió un mensaje de naturaleza local en el foro más importante del mundo.

No es sorpresa, distintos mandatarios así lo hacen y es parte de su agenda personal. Fue un discurso de índole política local en un escenario global, retador y convulso… una forma clara de materializar que la política exterior es sin duda sólo un espejo de nuestra ¿política? interior.


Consultor y profesor universitario

Twitter: Petaco10marina

Facebook: Petaco Diez Marina

Instagram: Petaco10marina


El discurso es un ejercicio de comunicación política que representa: cálculo, mensajes entre líneas y posicionamientos en torno a las condiciones que las circunstancias ameritan. No es una práctica de improvisación sobre los decibeles del viento y el lenguaje, sino más bien una racionalidad del qué y cómo se alimenta el imaginario para dar pie a la especulación, interpretación y medición de impacto en torno a un proyecto personal.

El 10 de enero de 1946, en el Central Hall ubicado en Westminster, Londres, se llevó a cabo la primera Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas. En aquella época, el mundo estaba sumido en un proceso de reflexión, reconstrucción y sospecha derivado de los terribles efectos de la Guerra y sus escenarios polarizadores.

Este año se celebra el 75º aniversario de las Naciones Unidas; a diferencia de poco más de siete décadas, hoy en día, la humanidad enfrenta en palabras de António Guterres, “la peor crisis desde la Segunda Guerra Mundial”. Este trance es multifactorial: va desde el crecimiento del nihilismo político hasta una verdadera pulsión de supervivencia de la especie y sus instituciones. Y hay quienes lo disfrutan.

En septiembre de cada año, los líderes de los 193 Estados miembros de la ONU se dan cita en Nueva York con la finalidad de participar en la máxima palestra del orbe. En el marco de esta cumbre, todos los países hacen uso de la tribuna para fijar su postura en relación con los principales temas a destacar de la agenda local, regional e internacional. No obstante, debido a las restricciones impuestas por la pandemia de Covid-19, por primera ocasión, el período de sesiones se realiza vía remota.

A lo largo de la historia de las Naciones Unidas, se presentaron varios hechos icónicos y simbólicos que cimbraron al concierto internacional y quedaron en el anecdotario. Cómo olvidar el enérgico discurso de Fidel Castro; el golpeteo del zapato de Nikita Kruschev; el dibujo de una bomba de Benjamin Netanyahu, o la polémica expresión de Hugo Chávez: “Ayer vino el diablo. Huele a azufre”.

Detrás de este acercamiento, hay una mística que encuentra su fundamento en la propia Carta de las Naciones Unidas y alimenta un pluralismo democrático diferenciado en la comunidad internacional. Es en esta reunión donde convergen voces para abordar los desafíos comunes a partir de los propios principios consagrados en la Carta.

La vigencia de estos valores es crucial para asumir los compromisos globales, tales como: la paz y seguridad, el cambio climático, los derechos humanos y la solución a los conflictos armados.

Hoy, la agenda es clara: la carrera mundial y estrategia geopolítica referente a la vacuna; la reconstrucción económica y recomposición social; el mitigar la guerra fría entre Estados Unidos y China; un marcaje personal a Rusia y su agenda oculta; pero la prueba de fuego será la vigencia y utilidad del multilateralismo, no sólo como un espacio de protocolo plural, sino de verdaderas soluciones. Muy interesante, pero sumamente complicado y nebuloso.

En esta coyuntura, y a diferencia del planteamiento que se hizo en el G-20, esta semana nuestro presidente dirigió un mensaje de naturaleza local en el foro más importante del mundo.

No es sorpresa, distintos mandatarios así lo hacen y es parte de su agenda personal. Fue un discurso de índole política local en un escenario global, retador y convulso… una forma clara de materializar que la política exterior es sin duda sólo un espejo de nuestra ¿política? interior.


Consultor y profesor universitario

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