A lo largo de los últimos días, he estado reflexionando acerca de la famosa afirmación que considera la guerra como una extensión de la política por otros medios. Pues esta idea, profundamente arraigada en el ideario común, cobra una importancia aún mayor en el contexto del conflicto israelí-palestino, ya que en medio de la creciente cifra de víctimas y el sufrimiento humano que se expande, resulta esencial plantearnos una pregunta crucial: ¿Cuáles son los verdaderos objetivos que persiguen Israel y Hamás en este momento?
El conflicto actual estalló con un objetivo político claro por parte de Hamas: evitar la paz. Ello, debido a que el histórico acuerdo que Israel estaba a punto de firmar con Arabia Saudita, amenazaba con normalizar las relaciones entre Israel y gran parte del mundo árabe. Sin embargo, esta perspectiva representaba un peligro existencial para Hamas, una organización que desde su fundación se ha mantenido firme en su rechazo al derecho de Israel a existir.
En ese sentido, es crucial entender que Hamas está impulsado por una visión religiosa que descuenta la miseria de las personas en este mundo a favor de un objetivo divino de pureza, justicia absoluta y salvación. Por lo que cuantos más mueran, más mártires habrá; lo que se traduce en una lucha implacable que rechaza cualquier forma de compromiso o paz.
No obstante, y como justo apunta Yuval Noah Harari, esta mentalidad también ha encontrado eco en algunas partes de la izquierda radical en Occidente, que eximen a Hamas de responsabilidad por las atrocidades, culpando completamente a Israel; siendo la obsesión por la justicia absoluta un obstáculo para comprender la complejidad del conflicto.
Ante esto, surge la interrogante sobre si Israel posee una estrategia política clara en el marco de este conflicto. Por un lado, desarmar a Hamas resulta fundamental para cualquier perspectiva futura de paz, ya que mientras esta organización mantenga su fuerza militar, continuará socavando cualquier intento en esa dirección. Sin embargo, incluso si Israel lo logra, éste sería sólo un triunfo desde una perspectiva militar, sin concretarse en un plan político definido a largo plazo.
En este contexto y en momentos tan oscuros como éste, la reconciliación parece lejana, pero no imposible. Debemos recordar, como lo hace Harari, que la historia está plagada de ciclos de violencia y heridas, pero también de ejemplos de superación y reconciliación, tal como ocurrió con los alemanes y los judíos después del Holocausto.
Por lo que si bien es difícil predecir el resultado de esta crisis, lo que debemos recordar es que la guerra es la continuación de la política, pero la política debe ser la búsqueda constante de la paz y la justicia, no la perpetuación de la violencia y el sufrimiento. De modo que todos los involucrados deben enfocarse en reducir la escalada y sembrar las semillas para la reconciliación, en lugar de la destrucción y el odio.
¿O será la política y no la guerra lo que no nos define?
Consultor y profesor universitario
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