/ sábado 26 de junio de 2021

Lo que no nos define | Mitos, fábulas y realidades (primera parte)

A lo largo de los siglos, y en centenares de páginas de libros, se ha asomado y avivado en el interior del ser humano una genuina inquietud por comprender el sentido de su existencia. Desde las primeras civilizaciones hasta la actualidad, ésta ha sido una constante.

El hombre se ha hecho valer del poder de la imaginación y el lenguaje, recursos para desentrañar el enigma de su naturaleza compleja. Producto de su ingenio creó los mitos y las fábulas, relatos sin fronteras que operan como aproximaciones a la realidad humana. Éstos integran los cristales de un espejo en el que se ve reflejada la humanidad, al tiempo que desenmascara sus insuficiencias.

El mito ha funcionado como senda para la reflexión, de modo que se ha transformado en un elemento interpretativo de la condición humana y la génesis del mundo. Asimismo, su valor es irremplazable: explica lo inexplicable. Es una forma cultural de asimilar conocimientos colectivos, previo a la constitución de normas sociales.

Por su parte, las fábulas contienen una fuerte carga moral. Configuran una ética consistente partiendo de escenarios fantásticos y personajes animados. Igualmente, procuran orientar nuestra conducta de manera didáctica. Las enseñanzas que se desprenden de estas historias son profundamente reveladoras.

En esta primera entrega abordaré una de mis fábulas predilectas: El toro y el faisán. Un toro y un faisán gozaban de la quietud del campo. El toro pastaba, mientras el faisán retiraba las garrapatas de la espalda del animal cornudo. Ambos convivían en una relación simbiótica. En medio del extenso territorio yacía un árbol frondoso. El faisán lo miró con nostalgia. Hubo un momento en el que volé hasta la rama más alta, dijo. Ahora carezco de fuerza para subir, pues mis alas son débiles. El toro le propuso comer cada día una parte de su estiércol para así llegar a la cima. Dentro de 15 días lo lograrás, pronunció. El faisán picoteó y picoteó… Finalmente, alcanzó la cúspide y disfrutó del bello paisaje que se proyectaba frente a él.

Un granjero reposaba en su mecedora, cuando vio en la copa de aquel árbol al faisán regocijado. Tomó su escopeta y disparó hasta atravesar el plumaje del ave. La moraleja es contundente: incluso el estiércol puede conducirte a la cima, pero nunca te permitirá quedarte ahí. Ésta retrata el tejido putrefacto en el cual se enreda el ser humano al perseguir sus objetivos ciegamente.

Lo anterior me recuerda a la serie Merlí, cuando en clase discuten El Príncipe de Maquiavelo. En el inconsciente de los estudiantes imperaba la idea de que el fin justifica los medios. Sin embargo, ¿qué justifica el fin? Ésta es la interrogante que debemos plantearnos en momentos tan críticos como los nuestros.

¿Serán los medios o los fines lo que no nos define?


Consultor y profesor universitario

Twitter: Petaco10marina

Facebook: Petaco Diez Marina

Instagram: Petaco10marina

A lo largo de los siglos, y en centenares de páginas de libros, se ha asomado y avivado en el interior del ser humano una genuina inquietud por comprender el sentido de su existencia. Desde las primeras civilizaciones hasta la actualidad, ésta ha sido una constante.

El hombre se ha hecho valer del poder de la imaginación y el lenguaje, recursos para desentrañar el enigma de su naturaleza compleja. Producto de su ingenio creó los mitos y las fábulas, relatos sin fronteras que operan como aproximaciones a la realidad humana. Éstos integran los cristales de un espejo en el que se ve reflejada la humanidad, al tiempo que desenmascara sus insuficiencias.

El mito ha funcionado como senda para la reflexión, de modo que se ha transformado en un elemento interpretativo de la condición humana y la génesis del mundo. Asimismo, su valor es irremplazable: explica lo inexplicable. Es una forma cultural de asimilar conocimientos colectivos, previo a la constitución de normas sociales.

Por su parte, las fábulas contienen una fuerte carga moral. Configuran una ética consistente partiendo de escenarios fantásticos y personajes animados. Igualmente, procuran orientar nuestra conducta de manera didáctica. Las enseñanzas que se desprenden de estas historias son profundamente reveladoras.

En esta primera entrega abordaré una de mis fábulas predilectas: El toro y el faisán. Un toro y un faisán gozaban de la quietud del campo. El toro pastaba, mientras el faisán retiraba las garrapatas de la espalda del animal cornudo. Ambos convivían en una relación simbiótica. En medio del extenso territorio yacía un árbol frondoso. El faisán lo miró con nostalgia. Hubo un momento en el que volé hasta la rama más alta, dijo. Ahora carezco de fuerza para subir, pues mis alas son débiles. El toro le propuso comer cada día una parte de su estiércol para así llegar a la cima. Dentro de 15 días lo lograrás, pronunció. El faisán picoteó y picoteó… Finalmente, alcanzó la cúspide y disfrutó del bello paisaje que se proyectaba frente a él.

Un granjero reposaba en su mecedora, cuando vio en la copa de aquel árbol al faisán regocijado. Tomó su escopeta y disparó hasta atravesar el plumaje del ave. La moraleja es contundente: incluso el estiércol puede conducirte a la cima, pero nunca te permitirá quedarte ahí. Ésta retrata el tejido putrefacto en el cual se enreda el ser humano al perseguir sus objetivos ciegamente.

Lo anterior me recuerda a la serie Merlí, cuando en clase discuten El Príncipe de Maquiavelo. En el inconsciente de los estudiantes imperaba la idea de que el fin justifica los medios. Sin embargo, ¿qué justifica el fin? Ésta es la interrogante que debemos plantearnos en momentos tan críticos como los nuestros.

¿Serán los medios o los fines lo que no nos define?


Consultor y profesor universitario

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