/ miércoles 28 de febrero de 2018

Sólo para villamelones

Jorge Gutiérrez Arguelles ha sido un torero de época; uno de esos diestros que, a base de esfuerzo, superación y agallas, acaban por marcar el rumbo de una generación.

El llamado “coloso de Tula”, en alusión a la tierra hidalguense donde nació, incursionó en el mundo del toro sin apenas antecedentes en el mismo, acaso tan solo la afición de solera de su padre, fiel asistente a las corridas de toros en la México, en cuyos tendidos se hizo famoso por su enorme parecido con el presidente López Portillo.

En los primeros años de una carrera, que no dejó de ser sufrida, contó con la tutoría y la compañía de quien había sido torero reconocido, también oriundo de su estado natal: Jaime Rangel, pero a éste le siguieron otros apoderados que se hicieron cargo de la tarea de buscarle contratos y condiciones, en tiempos donde todavía la figura de un personaje así permeaba en el medio.

No fue fácil, pues ese joven torero que había debutado en “La Florecita”, de Satélite, y que se había presentado por primera vez en la Plaza México en junio del 77, alternando con “Paquiro” y “El Brillante”, dejó ver, desde siempre, su calidad y una capacidad de trasmisión a los tendidos que lo convertían en prospecto indiscutible de figura. Eso, para quienes lo son ya, siempre ha representado un peligro.

Así que Jorge también tuvo que enfrentarse a vetos, a puertas cerradas, a la imposibilidad de colarse en carteles importantes, hasta que, con el propio peso de su calidad, las barreras acabaron por derrumbarse.

Fue un consentido del llamado “embudo de Insurgentes”, esa plaza que hoy parece tan difícil de llenar y que en sus tiempos vivió grandes momentos. Ahí tomó la alternativa de manos de Manolo Martínez, teniendo a Curro Rivera como testigo, y ahí alcanzó innumerables triunfos, convirtiéndose, con el paso de las temporadas, en nombre infaltable en los carteles.

De entre los muchos triunfos en La México, destaca la lidia a tres bureles que finalmente fueron indultados: el inolvidable “Poco a Poco”, de San Martín; “Giraldillo”, de la ganadería de Manolo Martínez; y finalmente, “Fenómeno”, de Julio Delgado. Sobre el ruedo de la plaza más grande del mundo, Gutiérrez cortó la friolera de cuarenta y cuatro orejas y dos rabos.

También actuó en varias ocasiones en el coso más importante de la geografía taurina: el de Las Ventas de Madrid, donde fue corneado y donde logró cortar un apéndice. Recuerdo de forma muy vívida cuando Jorge, respondiendo a mi afirmación de que era muy difícil cortar una oreja en Madrid, acotó con una sonrisa: “No, es imposible”.

Aunque existieron otros cosos taurinos donde fue muy arropado por el cariño de la gente, como la misma Santa María queretana, La México fue su plaza. Ahí su hija le cortó la coleta la tarde de su retiro, luego de que el sobrero de Carranco, último de su carrera en activo, dobló en la arena, la tarde del 4 de febrero del 2007. Solo volvió, una sola tarde, en un festival en la Santa María a beneficio de la familia de su amigo Jorge Sanromán, fallecido inesperadamente en un accidente automovilístico. Ese día volvió a demostrar, con un toro también de Carranco, su enorme capacidad de lidiador y artista.

Jorge Gutiérrez cumplió ayer un aniversario más de vida, y ello ha sido un excelente pretexto para recordar su grandeza taurina.

Jorge Gutiérrez Arguelles ha sido un torero de época; uno de esos diestros que, a base de esfuerzo, superación y agallas, acaban por marcar el rumbo de una generación.

El llamado “coloso de Tula”, en alusión a la tierra hidalguense donde nació, incursionó en el mundo del toro sin apenas antecedentes en el mismo, acaso tan solo la afición de solera de su padre, fiel asistente a las corridas de toros en la México, en cuyos tendidos se hizo famoso por su enorme parecido con el presidente López Portillo.

En los primeros años de una carrera, que no dejó de ser sufrida, contó con la tutoría y la compañía de quien había sido torero reconocido, también oriundo de su estado natal: Jaime Rangel, pero a éste le siguieron otros apoderados que se hicieron cargo de la tarea de buscarle contratos y condiciones, en tiempos donde todavía la figura de un personaje así permeaba en el medio.

No fue fácil, pues ese joven torero que había debutado en “La Florecita”, de Satélite, y que se había presentado por primera vez en la Plaza México en junio del 77, alternando con “Paquiro” y “El Brillante”, dejó ver, desde siempre, su calidad y una capacidad de trasmisión a los tendidos que lo convertían en prospecto indiscutible de figura. Eso, para quienes lo son ya, siempre ha representado un peligro.

Así que Jorge también tuvo que enfrentarse a vetos, a puertas cerradas, a la imposibilidad de colarse en carteles importantes, hasta que, con el propio peso de su calidad, las barreras acabaron por derrumbarse.

Fue un consentido del llamado “embudo de Insurgentes”, esa plaza que hoy parece tan difícil de llenar y que en sus tiempos vivió grandes momentos. Ahí tomó la alternativa de manos de Manolo Martínez, teniendo a Curro Rivera como testigo, y ahí alcanzó innumerables triunfos, convirtiéndose, con el paso de las temporadas, en nombre infaltable en los carteles.

De entre los muchos triunfos en La México, destaca la lidia a tres bureles que finalmente fueron indultados: el inolvidable “Poco a Poco”, de San Martín; “Giraldillo”, de la ganadería de Manolo Martínez; y finalmente, “Fenómeno”, de Julio Delgado. Sobre el ruedo de la plaza más grande del mundo, Gutiérrez cortó la friolera de cuarenta y cuatro orejas y dos rabos.

También actuó en varias ocasiones en el coso más importante de la geografía taurina: el de Las Ventas de Madrid, donde fue corneado y donde logró cortar un apéndice. Recuerdo de forma muy vívida cuando Jorge, respondiendo a mi afirmación de que era muy difícil cortar una oreja en Madrid, acotó con una sonrisa: “No, es imposible”.

Aunque existieron otros cosos taurinos donde fue muy arropado por el cariño de la gente, como la misma Santa María queretana, La México fue su plaza. Ahí su hija le cortó la coleta la tarde de su retiro, luego de que el sobrero de Carranco, último de su carrera en activo, dobló en la arena, la tarde del 4 de febrero del 2007. Solo volvió, una sola tarde, en un festival en la Santa María a beneficio de la familia de su amigo Jorge Sanromán, fallecido inesperadamente en un accidente automovilístico. Ese día volvió a demostrar, con un toro también de Carranco, su enorme capacidad de lidiador y artista.

Jorge Gutiérrez cumplió ayer un aniversario más de vida, y ello ha sido un excelente pretexto para recordar su grandeza taurina.