/ miércoles 7 de marzo de 2018

Sólo para villamelones

Le llamaron “el boicot del miedo”, y eso era: un boicot que las figuras españolas, y las no tan figuras, realizaban con las mexicanas, porque éstas parecían haberles perdido el respeto, triunfando sobre ellos en las plazas europeas y acumulando festejos de manera evidente.

Quien encabezó aquel boicot, bautizado como “del miedo” por Belmonte, fue Marcial Lalanda, líder de los toreros españoles, quien en 1936 exigió un carnet adicional a los mexicanos para torear en ruedos ibéricos. El principal blanco de aquel dardo, secundado por muchos toreros españoles de segunda categoría, era el maestro de Saltillo, el inolvidable Fermín Espinosa, Armillita, que para aquella temporada había ya firmado la friolera de ochenta festejos.

Si bien fue Armillita el más afectado de los mexicanos con aquellas exigencias adicionales para torear en España, también otros, como Lorenzo Garza y Luis Castro, El Soldado, vieron cancelados los contratos que los habían ya llevado a la Madre Patria. Incluso prometedores novilleros, como Silverio Pérez o Carlos Arruza, tuvieron que regresar, con el resto de sus connacionales, en aquel buque Cristóbal Colón, que partió de La Coruña para cruzar el Atlántico en julio de aquel año, tres meses después de declarada una guerra profesional que sería la antesala de la cruenta Civil Española.

Hoy no existe un boicot como tal, pero las prácticas de la industria taurina española parecen estar tan amañadas como las de entonces, a juzgar por la forma en la que se elaboran los carteles de las principales ferias de la temporada en España. En esas refriegas que se fraguan en los escritorios, las oficinas y los oscuros corredores, muchos son los heridos, que acaban por ver cerradas las puertas de la ilusión, de la esperanza, de que finalmente ésta sea la temporada de la remontada.

Y ahí, en esa decepción anual, los mexicanos parecen llevar mano. No podría ser de otra manera, si observamos como toreros como Urdiales o Rafaelillo se quedarán fuera de las papeletas de Madrid y Sevilla, o como otros muchos toreros de lucha no podrán partir plaza en los cosos de sus propias patrias chicas.

Por eso resulta doblemente meritorio que en los carteles de la Feria de San Isidro, la más importante del mundo, se especule con insistencia sobre la muy probable presencia de dos de los Adame, Joselito y Luis David, así como la del tlaxcalteca Sergio Flores. En estos tiempos de permanente boicot a propios y ajenos, del que mucho sabía Iván Fandiño, por ejemplo, resulta una hazaña abrir las puertas de Las Ventas y de otras plazas ibéricas.

Nos quedaremos, sin embargo, con la ilusión de ver en esa catedral del toreo al Payo y a Fermín Rivera, acaso a Juan Pablo Sánchez, y al joven Leo Valadez, después de la temporada novilleril del año pasado.

Y es que en España parece no haber terminado nunca la guerra.

Le llamaron “el boicot del miedo”, y eso era: un boicot que las figuras españolas, y las no tan figuras, realizaban con las mexicanas, porque éstas parecían haberles perdido el respeto, triunfando sobre ellos en las plazas europeas y acumulando festejos de manera evidente.

Quien encabezó aquel boicot, bautizado como “del miedo” por Belmonte, fue Marcial Lalanda, líder de los toreros españoles, quien en 1936 exigió un carnet adicional a los mexicanos para torear en ruedos ibéricos. El principal blanco de aquel dardo, secundado por muchos toreros españoles de segunda categoría, era el maestro de Saltillo, el inolvidable Fermín Espinosa, Armillita, que para aquella temporada había ya firmado la friolera de ochenta festejos.

Si bien fue Armillita el más afectado de los mexicanos con aquellas exigencias adicionales para torear en España, también otros, como Lorenzo Garza y Luis Castro, El Soldado, vieron cancelados los contratos que los habían ya llevado a la Madre Patria. Incluso prometedores novilleros, como Silverio Pérez o Carlos Arruza, tuvieron que regresar, con el resto de sus connacionales, en aquel buque Cristóbal Colón, que partió de La Coruña para cruzar el Atlántico en julio de aquel año, tres meses después de declarada una guerra profesional que sería la antesala de la cruenta Civil Española.

Hoy no existe un boicot como tal, pero las prácticas de la industria taurina española parecen estar tan amañadas como las de entonces, a juzgar por la forma en la que se elaboran los carteles de las principales ferias de la temporada en España. En esas refriegas que se fraguan en los escritorios, las oficinas y los oscuros corredores, muchos son los heridos, que acaban por ver cerradas las puertas de la ilusión, de la esperanza, de que finalmente ésta sea la temporada de la remontada.

Y ahí, en esa decepción anual, los mexicanos parecen llevar mano. No podría ser de otra manera, si observamos como toreros como Urdiales o Rafaelillo se quedarán fuera de las papeletas de Madrid y Sevilla, o como otros muchos toreros de lucha no podrán partir plaza en los cosos de sus propias patrias chicas.

Por eso resulta doblemente meritorio que en los carteles de la Feria de San Isidro, la más importante del mundo, se especule con insistencia sobre la muy probable presencia de dos de los Adame, Joselito y Luis David, así como la del tlaxcalteca Sergio Flores. En estos tiempos de permanente boicot a propios y ajenos, del que mucho sabía Iván Fandiño, por ejemplo, resulta una hazaña abrir las puertas de Las Ventas y de otras plazas ibéricas.

Nos quedaremos, sin embargo, con la ilusión de ver en esa catedral del toreo al Payo y a Fermín Rivera, acaso a Juan Pablo Sánchez, y al joven Leo Valadez, después de la temporada novilleril del año pasado.

Y es que en España parece no haber terminado nunca la guerra.