/ miércoles 11 de abril de 2018

Sólo para villamelones

En el mundo del toro, las dinastías se dan con frecuencia. Desde los grandes toreros de antaño, cuyos descendientes arroparon la misma profesión, hasta los más recientes, cuyos hijos y nietos parecen haber sido vacunados con el mismo virus que los obliga a vestirse de luces.

Y como con los diestros, las dinastías también suelen darse con otros protagonistas de la Fiesta; lo mismo ganaderos, que banderilleros o varilargueros; igual empresarios que médicos y hasta monosabios.

Justo el viernes venidero, en la queretana plaza Santa María, se podrá apreciar un duelo entre dos dinastías toreras. Una, la de los Hermoso de Mendoza, con apenas dos generaciones de rejoneadores, y otra, la de los Silveti, que ya van por la cuarta.

Añádale usted otras muchas y famosas. Los Adame, por ejemplo, tiene un muy buen número de integrantes, y la de los Espinosa ha logrado dar lustre al apellido, y al apodo de Armillita.

Hoy quisiera ocuparme de una muy especial, que por queretana reviste para los afincados en estas tierras un significado adicional. Desde luego, me refiero a la de los Sanromán, que ya también ha dado tres generaciones de toreros, desde Agustín y Ernesto, hasta una nueva promesa novilleril, nieto del primero.

Diego Sanromán, el hijo de Oscar, quien también se distinguiera como matador de toros, e incluso dirigiera la asociación que agrupa a los toreros mexicanos, acaba de triunfar rotundamente en Tlaquepaque, en las inmediaciones de la capital jalisciense, y lo hizo de tan eficaz manera que ha sido incluido en el cartel del próximo domingo en esa misma plaza.

El más pequeño de la dinastía Sanromán se ha preparado de manera intensa en España y está siendo guiado por el matador de toros Alberto Elvira, cuajando triunfos importantes en plazas de la península ibérica y también de nuestro país, donde ha caído con el pie derecho.

No debe tener Diego muchos temores en esto de ser torero, pues creció con el ejemplo de su padre y, seguramente, de las pláticas de su abuelo, además de que, antes de pretender incursionar en los ruedos, fue destacadísimo practicante del motociclismo.

Habrá que seguirle la pista a Diego Sanromán, no sólo porque forma parte de una entrañable dinastía de toreros queretanos, sino además, y sobre todo, porque su participación en el ambiente novilleril ha entusiasmado. Tenemos pues un nuevo torero queretano, con lo que parece un brillante futuro por delante.

En el mundo del toro, las dinastías se dan con frecuencia. Desde los grandes toreros de antaño, cuyos descendientes arroparon la misma profesión, hasta los más recientes, cuyos hijos y nietos parecen haber sido vacunados con el mismo virus que los obliga a vestirse de luces.

Y como con los diestros, las dinastías también suelen darse con otros protagonistas de la Fiesta; lo mismo ganaderos, que banderilleros o varilargueros; igual empresarios que médicos y hasta monosabios.

Justo el viernes venidero, en la queretana plaza Santa María, se podrá apreciar un duelo entre dos dinastías toreras. Una, la de los Hermoso de Mendoza, con apenas dos generaciones de rejoneadores, y otra, la de los Silveti, que ya van por la cuarta.

Añádale usted otras muchas y famosas. Los Adame, por ejemplo, tiene un muy buen número de integrantes, y la de los Espinosa ha logrado dar lustre al apellido, y al apodo de Armillita.

Hoy quisiera ocuparme de una muy especial, que por queretana reviste para los afincados en estas tierras un significado adicional. Desde luego, me refiero a la de los Sanromán, que ya también ha dado tres generaciones de toreros, desde Agustín y Ernesto, hasta una nueva promesa novilleril, nieto del primero.

Diego Sanromán, el hijo de Oscar, quien también se distinguiera como matador de toros, e incluso dirigiera la asociación que agrupa a los toreros mexicanos, acaba de triunfar rotundamente en Tlaquepaque, en las inmediaciones de la capital jalisciense, y lo hizo de tan eficaz manera que ha sido incluido en el cartel del próximo domingo en esa misma plaza.

El más pequeño de la dinastía Sanromán se ha preparado de manera intensa en España y está siendo guiado por el matador de toros Alberto Elvira, cuajando triunfos importantes en plazas de la península ibérica y también de nuestro país, donde ha caído con el pie derecho.

No debe tener Diego muchos temores en esto de ser torero, pues creció con el ejemplo de su padre y, seguramente, de las pláticas de su abuelo, además de que, antes de pretender incursionar en los ruedos, fue destacadísimo practicante del motociclismo.

Habrá que seguirle la pista a Diego Sanromán, no sólo porque forma parte de una entrañable dinastía de toreros queretanos, sino además, y sobre todo, porque su participación en el ambiente novilleril ha entusiasmado. Tenemos pues un nuevo torero queretano, con lo que parece un brillante futuro por delante.