/ miércoles 18 de abril de 2018

Sólo para villamelones

Hace ya muchos años, supe de una declaración de don Álvaro Domecq, quien aseguraba que el indulto sólo podía darse tras la lidia de un toro “de bandera”, y que de ésos había visto poquísimos en su vida.

Pero ¿cuándo puede asignársele a un toro esa categoría? ¿Qué características debe contener una res de lidia para ganarse tan significativo, acaso también subjetivo, título?

Don Luis Nieto Manjón, en su diccionario de términos taurinos, simplemente define a un toro de bandera como aquel de lidia excepcional por su bravura y su nobleza. Es decir que un toro de bandera debe dar un juego excepcional en los tres tercios de su lidia, y debe demostrar tanto bravura como nobleza, igualmente excepcionales.

De ahí pues que se comprenda aquella afirmación de don Álvaro en el sentido de que sólo esos poquísimos animales podrían merecer el premio del indulto. Hoy quizá, en estos tiempos más relajados que corren, don Álvaro se llevaría mucho más que un disgusto.

La referencia al toro de bandera viene a cuento tras el indulto, en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, del toro llamado “Orgullito”, que con el hierro de Garcigrande fue lidiado por Julián López, El Juli, apenas la tarde de este lunes, en plena realización de la tradicional feria de abril de la capital andaluza.

Desde el momento mismo del acontecimiento, tras una plaza aparentemente entera solicitando el perdón de la vida al noble ejemplar criado en tierras salmantinas por don Domingo Hernández, por cierto recientemente fallecido, la discusión, la controversia, no ha cejado entre los apasionados de la Fiesta. Nadie discute, en efecto, que “Orgullito” fue un gran toro que permitió algunos de los momentos más significativos en la vida torera del Juli, ¿pero era un toro de bandera?

Y así como difícilmente se puede objetar el indulto de “Cobradiezmos”, de Victorino Martín, en esa misma plaza hace un par de años, la discusión sobre este “Orgullito”, los peros sobre su comportamiento en el ruedo se multiplican. Que si en realidad sólo tomó un puyazo en forma, que si acometió al peto con un solo pitón, que si su comportamiento inicial dejó que desear, que si no era perfecto…

Con los limitados elementos que nos pueden dar las imágenes de la histórica tarde en Sevilla se puede llegar a conclusiones particulares, subjetivas, de sensibilidad propia y gusto personal. Usted seguramente tendrá su propia percepción. La mía es que “Orgullito” fue un gran toro, un extraordinario toro que fue de menos a más en cuanto a entrega, a nobleza, a recorrido, pero que no alcanzó la sobresaliente nota que distingue a los de bandera. Esa reticencia a alguna embestida, ese su pasar sin malicia, ese su constante rascar en la arena, eliminan cualquier posibilidad de comparación con “Cobradiezmos” y ponen en duda el criterio de la autoridad.

Pero la plaza lo exigía y los entrevistados lo avalaban, desde el ganadero Juan Pedro Domecq hasta el empresario Simón Casas; todos, como una sola voz, apoyando el indulto en la Maestranza.

¿Y El Juli?, acaso preguntará usted, alentado por las voces que festejan un triunfo clamoroso, premiado con las dos orejas simbólicas. Y yo le digo, desde mi percepción también muy particular, que, como con el toro que lidió, dio muestras de sapiencia y calidad torera, pero que a ratos ganó la percepción generalizada de una plaza insultante de gozo arrebatado. Es decir, un gran toro, una gran faena, pero sólo eso.

Y no está mal. Siempre es bueno que, de pronto, sucedan cosas así, aunque sea para tener materia taurina de conversación, y hasta para librarnos de un “julipié”.


Hace ya muchos años, supe de una declaración de don Álvaro Domecq, quien aseguraba que el indulto sólo podía darse tras la lidia de un toro “de bandera”, y que de ésos había visto poquísimos en su vida.

Pero ¿cuándo puede asignársele a un toro esa categoría? ¿Qué características debe contener una res de lidia para ganarse tan significativo, acaso también subjetivo, título?

Don Luis Nieto Manjón, en su diccionario de términos taurinos, simplemente define a un toro de bandera como aquel de lidia excepcional por su bravura y su nobleza. Es decir que un toro de bandera debe dar un juego excepcional en los tres tercios de su lidia, y debe demostrar tanto bravura como nobleza, igualmente excepcionales.

De ahí pues que se comprenda aquella afirmación de don Álvaro en el sentido de que sólo esos poquísimos animales podrían merecer el premio del indulto. Hoy quizá, en estos tiempos más relajados que corren, don Álvaro se llevaría mucho más que un disgusto.

La referencia al toro de bandera viene a cuento tras el indulto, en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, del toro llamado “Orgullito”, que con el hierro de Garcigrande fue lidiado por Julián López, El Juli, apenas la tarde de este lunes, en plena realización de la tradicional feria de abril de la capital andaluza.

Desde el momento mismo del acontecimiento, tras una plaza aparentemente entera solicitando el perdón de la vida al noble ejemplar criado en tierras salmantinas por don Domingo Hernández, por cierto recientemente fallecido, la discusión, la controversia, no ha cejado entre los apasionados de la Fiesta. Nadie discute, en efecto, que “Orgullito” fue un gran toro que permitió algunos de los momentos más significativos en la vida torera del Juli, ¿pero era un toro de bandera?

Y así como difícilmente se puede objetar el indulto de “Cobradiezmos”, de Victorino Martín, en esa misma plaza hace un par de años, la discusión sobre este “Orgullito”, los peros sobre su comportamiento en el ruedo se multiplican. Que si en realidad sólo tomó un puyazo en forma, que si acometió al peto con un solo pitón, que si su comportamiento inicial dejó que desear, que si no era perfecto…

Con los limitados elementos que nos pueden dar las imágenes de la histórica tarde en Sevilla se puede llegar a conclusiones particulares, subjetivas, de sensibilidad propia y gusto personal. Usted seguramente tendrá su propia percepción. La mía es que “Orgullito” fue un gran toro, un extraordinario toro que fue de menos a más en cuanto a entrega, a nobleza, a recorrido, pero que no alcanzó la sobresaliente nota que distingue a los de bandera. Esa reticencia a alguna embestida, ese su pasar sin malicia, ese su constante rascar en la arena, eliminan cualquier posibilidad de comparación con “Cobradiezmos” y ponen en duda el criterio de la autoridad.

Pero la plaza lo exigía y los entrevistados lo avalaban, desde el ganadero Juan Pedro Domecq hasta el empresario Simón Casas; todos, como una sola voz, apoyando el indulto en la Maestranza.

¿Y El Juli?, acaso preguntará usted, alentado por las voces que festejan un triunfo clamoroso, premiado con las dos orejas simbólicas. Y yo le digo, desde mi percepción también muy particular, que, como con el toro que lidió, dio muestras de sapiencia y calidad torera, pero que a ratos ganó la percepción generalizada de una plaza insultante de gozo arrebatado. Es decir, un gran toro, una gran faena, pero sólo eso.

Y no está mal. Siempre es bueno que, de pronto, sucedan cosas así, aunque sea para tener materia taurina de conversación, y hasta para librarnos de un “julipié”.