/ miércoles 25 de abril de 2018

Sólo para villamelones

Aquella infausta tarde en Pozo Blanco acompañaron a Paquirri otros dos toreros. Uno moriría también tras un percance, fatídico, en una plaza de toros, y el otro acabaría padeciendo las consecuencias de una lesión que, obligadamente, lo llevaría a transitar por un camino mucho más difícil.

José Cubero Sánchez, a quien apodaban “Yiyo”, apenas tenía veintiún años cuando once meses después de que Paquirri muriera tras la cornada de “Avispado”, pereciera también, ahora en Colmenar Viejo y de una certera cornada de “Burlero” que le atravesó el corazón.

El tercero en aquel cartel cordobés era Vicente Ruiz, a quien apodaban “El Soro”, apenas dos años mayor que “Yiyo”, y distinguido, entre otras cosas, por su facilidad para cubrir el segundo tercio.

“El Soro” tuvo la suerte de no perecer por alguna cornada, pero padeció lo indecible a partir de una lesión, propiciada por una caída en el callejón, tras un par de banderillas, en la plaza de Benidorm, una década después de aquella tarde en la que alternó con Paquirri.

Treinta y cuatro fueron las operaciones que le practicaron en la rodilla, muchas las tardes heroicas en las que lidió toros evidentemente disminuido de sus facultades físicas, y más las lágrimas que acompañaron su inevitable alejamiento de los ruedos. En el camino, tres años en silla de ruedas, diez con muletas y una prótesis de titanio en el cuerpo.

Pero “El Soro”, nacido en la provincia de Valencia, siempre estuvo sobrado de pasión por el toreo y de compromiso total para con esa profesión que le había dejado casi inválido, tanto que reapareció en la capital de su tierra, en plena feria de Fallas, en el 2015, con más de cincuenta años a cuestas, demasiados kilos de más y una evidente incapacidad para moverse con facilidad.

Lo hizo una tarde histórica, alternando con Ponce y Manzanares, donde lidió a las reses que le tocaron en suerte, cubrió el segundo tercio, y se dio el lujo de recibir al segundo de su lote a porta gayola, sentado en una silla. Momentos cada uno de ellos que pusieron en vilo a los espectadores que atestiguaron el acontecimiento, entre opiniones encontradas y angustias en el cuerpo.

La semana pasada, Vicente Ruiz, al que le viene el mote de su segundo apellido, Soro, sufrió un infarto del que, al parecer, salió ya de la los momentos críticos; volvió al quirófano, ahora no para que le intervinieran la rodilla, sino para que le practica un cateterismo.

Necesariamente me acordé de su lucha, de su pasión inquebrantable, de ese su anhelo por torear, más allá de estilos y gustos particulares. Recordé también algo que se escribió de él y que lo dibuja de cuerpo entero: “El Soro es el enemigo de su propio destino”.

Aquella infausta tarde en Pozo Blanco acompañaron a Paquirri otros dos toreros. Uno moriría también tras un percance, fatídico, en una plaza de toros, y el otro acabaría padeciendo las consecuencias de una lesión que, obligadamente, lo llevaría a transitar por un camino mucho más difícil.

José Cubero Sánchez, a quien apodaban “Yiyo”, apenas tenía veintiún años cuando once meses después de que Paquirri muriera tras la cornada de “Avispado”, pereciera también, ahora en Colmenar Viejo y de una certera cornada de “Burlero” que le atravesó el corazón.

El tercero en aquel cartel cordobés era Vicente Ruiz, a quien apodaban “El Soro”, apenas dos años mayor que “Yiyo”, y distinguido, entre otras cosas, por su facilidad para cubrir el segundo tercio.

“El Soro” tuvo la suerte de no perecer por alguna cornada, pero padeció lo indecible a partir de una lesión, propiciada por una caída en el callejón, tras un par de banderillas, en la plaza de Benidorm, una década después de aquella tarde en la que alternó con Paquirri.

Treinta y cuatro fueron las operaciones que le practicaron en la rodilla, muchas las tardes heroicas en las que lidió toros evidentemente disminuido de sus facultades físicas, y más las lágrimas que acompañaron su inevitable alejamiento de los ruedos. En el camino, tres años en silla de ruedas, diez con muletas y una prótesis de titanio en el cuerpo.

Pero “El Soro”, nacido en la provincia de Valencia, siempre estuvo sobrado de pasión por el toreo y de compromiso total para con esa profesión que le había dejado casi inválido, tanto que reapareció en la capital de su tierra, en plena feria de Fallas, en el 2015, con más de cincuenta años a cuestas, demasiados kilos de más y una evidente incapacidad para moverse con facilidad.

Lo hizo una tarde histórica, alternando con Ponce y Manzanares, donde lidió a las reses que le tocaron en suerte, cubrió el segundo tercio, y se dio el lujo de recibir al segundo de su lote a porta gayola, sentado en una silla. Momentos cada uno de ellos que pusieron en vilo a los espectadores que atestiguaron el acontecimiento, entre opiniones encontradas y angustias en el cuerpo.

La semana pasada, Vicente Ruiz, al que le viene el mote de su segundo apellido, Soro, sufrió un infarto del que, al parecer, salió ya de la los momentos críticos; volvió al quirófano, ahora no para que le intervinieran la rodilla, sino para que le practica un cateterismo.

Necesariamente me acordé de su lucha, de su pasión inquebrantable, de ese su anhelo por torear, más allá de estilos y gustos particulares. Recordé también algo que se escribió de él y que lo dibuja de cuerpo entero: “El Soro es el enemigo de su propio destino”.