/ miércoles 2 de mayo de 2018

Sólo para villamelones

Uno debería resaltar lo que los toreros hacen en el ruedo, hablar de su trabajo con el capote y la muleta, descifrar los pormenores de su desempeño como lidiadores. Debería, pero a veces las llamadas figuras se empeñan en atraer nuestros ojos, siempre ávidos de lo novedoso, a su proceder tras la barrera.

Literalmente fue lo que sucedió con Enrique Ponce, el maestro de Chiva, en su reaparición en la feria más importante del país, la de San Marcos en Aguascalientes, tras unos trece años de ausencia. Una reaparición en la que hubo un poco de todo; alguna faena de máximos trofeos, pero también bureles de escasísima presencia, y hasta un berrinche en el callejón que llamó, y mucho, la atención.

Poco se puede discutir sobre la calidad taurina del valenciano, y quizá mucho menos de esa su capacidad, pulida con los años, de hacerle faena a todos los toros, de encontrarle los caminos, a veces totalmente invisibles a los ojos de los más, a los bureles difíciles. Todavía recuerdo la faena que le hizo a uno de los enemigos que le tocó en suerte hace algo más de un año en la Santa María.

Ponce es, en fin, un torero artista, pero también poderoso, tanto que podemos casi asegurar que si él no logra cuajar a un toro, por complejo que parezca, nadie podrá hacerlo.

Ahora que también es justo decir que lo suyo no son las cercanías. Es un artista que borda el toreo con pulcritud, cabeza, belleza y poder, sin aventurarse a pisar terrenos demasiado comprometidos, que es justamente, según se sabe, uno de los desencuentros que siempre ha tenido con José Tomás, artífice de una tauromaquia mucho más, llamémosle, arriesgada.

El torero de Chiva tuvo, para este su reencuentro con la afición hidrocálida, dos fechas y cuatro oportunidades. En la primera de ellas, lidió un encierro de la tan solicitada ganadería queretana de Teófilo Gómez, que resaltó por su falta de presencia, de seriedad, y para colmo, de buen juego. Desde mi punto de vista, una corrida así es indigna de un acontecimiento como era el regreso de Ponce a Aguascalientes, pero, al parecer, para él no.

Lo más comentado del regreso, sin embargo, se dio en la segunda de las fechas firmadas, apenas el domingo pasado, donde el ganado procedía de Bernaldo de Quiroz. El que abrió plaza le resultó tan repetidor y colaborador, que el valenciano le hizo una faena de las suyas y lo premiaron con los máximos trofeos. Pero luego, le regresaron a su segundo -imagínese usted cómo estaría- y eso molestó mucho al torero.

Ponce se paseó, una vez concluida la lidia del de repuesto, por el callejón, indignado, comentado con los aficionados de esas barreras privilegiadas del tendido, lo mal de la molestia de las mayorías por la presencia del toro que le había tocado en suerte, sentenciando, con su amplia experiencia, que si esas exigencias populares seguían así se “iban a cargar la Fiesta”.

Lo curioso, lo también indignante, es que el de Chiva fue y vino, discutió y conversó con los aficionados dando la espalda al ruedo, donde un torero -El Payo- lidiaba su segundo toro. Incluso circuló en redes sociales una muy elocuente fotografía con el torero queretano perfilándose a matar, en el tercio, mientras en el callejón, Ponce charlaba con la afición de espaldas al ruedo.

Estas imágenes que recorrieron el mundo cibernético nos hablan de un Ponce alejado de sus funciones como director de lidia y compañero de cartel, y arrimado a una posición más de soberbia que de autoridad. Una posición, por cierto, que les ha dado por asumir a unos cuantas de las llamadas figuras del toreo.

Uno, insisto, debería circunscribirse a la labor torera de los protagonistas de la Fiesta, pero a veces, muchas veces, los protagonistas nos dan motivos para analizarlos justamente por su desempeño tras el burladero. Nos dan motivos para preguntarnos qué Fiesta es la que se van a cargar los aficionados que exigen toros mejor presentados.

Uno debería resaltar lo que los toreros hacen en el ruedo, hablar de su trabajo con el capote y la muleta, descifrar los pormenores de su desempeño como lidiadores. Debería, pero a veces las llamadas figuras se empeñan en atraer nuestros ojos, siempre ávidos de lo novedoso, a su proceder tras la barrera.

Literalmente fue lo que sucedió con Enrique Ponce, el maestro de Chiva, en su reaparición en la feria más importante del país, la de San Marcos en Aguascalientes, tras unos trece años de ausencia. Una reaparición en la que hubo un poco de todo; alguna faena de máximos trofeos, pero también bureles de escasísima presencia, y hasta un berrinche en el callejón que llamó, y mucho, la atención.

Poco se puede discutir sobre la calidad taurina del valenciano, y quizá mucho menos de esa su capacidad, pulida con los años, de hacerle faena a todos los toros, de encontrarle los caminos, a veces totalmente invisibles a los ojos de los más, a los bureles difíciles. Todavía recuerdo la faena que le hizo a uno de los enemigos que le tocó en suerte hace algo más de un año en la Santa María.

Ponce es, en fin, un torero artista, pero también poderoso, tanto que podemos casi asegurar que si él no logra cuajar a un toro, por complejo que parezca, nadie podrá hacerlo.

Ahora que también es justo decir que lo suyo no son las cercanías. Es un artista que borda el toreo con pulcritud, cabeza, belleza y poder, sin aventurarse a pisar terrenos demasiado comprometidos, que es justamente, según se sabe, uno de los desencuentros que siempre ha tenido con José Tomás, artífice de una tauromaquia mucho más, llamémosle, arriesgada.

El torero de Chiva tuvo, para este su reencuentro con la afición hidrocálida, dos fechas y cuatro oportunidades. En la primera de ellas, lidió un encierro de la tan solicitada ganadería queretana de Teófilo Gómez, que resaltó por su falta de presencia, de seriedad, y para colmo, de buen juego. Desde mi punto de vista, una corrida así es indigna de un acontecimiento como era el regreso de Ponce a Aguascalientes, pero, al parecer, para él no.

Lo más comentado del regreso, sin embargo, se dio en la segunda de las fechas firmadas, apenas el domingo pasado, donde el ganado procedía de Bernaldo de Quiroz. El que abrió plaza le resultó tan repetidor y colaborador, que el valenciano le hizo una faena de las suyas y lo premiaron con los máximos trofeos. Pero luego, le regresaron a su segundo -imagínese usted cómo estaría- y eso molestó mucho al torero.

Ponce se paseó, una vez concluida la lidia del de repuesto, por el callejón, indignado, comentado con los aficionados de esas barreras privilegiadas del tendido, lo mal de la molestia de las mayorías por la presencia del toro que le había tocado en suerte, sentenciando, con su amplia experiencia, que si esas exigencias populares seguían así se “iban a cargar la Fiesta”.

Lo curioso, lo también indignante, es que el de Chiva fue y vino, discutió y conversó con los aficionados dando la espalda al ruedo, donde un torero -El Payo- lidiaba su segundo toro. Incluso circuló en redes sociales una muy elocuente fotografía con el torero queretano perfilándose a matar, en el tercio, mientras en el callejón, Ponce charlaba con la afición de espaldas al ruedo.

Estas imágenes que recorrieron el mundo cibernético nos hablan de un Ponce alejado de sus funciones como director de lidia y compañero de cartel, y arrimado a una posición más de soberbia que de autoridad. Una posición, por cierto, que les ha dado por asumir a unos cuantas de las llamadas figuras del toreo.

Uno, insisto, debería circunscribirse a la labor torera de los protagonistas de la Fiesta, pero a veces, muchas veces, los protagonistas nos dan motivos para analizarlos justamente por su desempeño tras el burladero. Nos dan motivos para preguntarnos qué Fiesta es la que se van a cargar los aficionados que exigen toros mejor presentados.