/ miércoles 30 de mayo de 2018

Sólo para villamelones

La llamada Puerta Grande, la forma más importante de reconocer la labor de un torero, el éxito tras una tarde de ensueño.

Antes, según relatan las crónicas, los toreros eran llevados en hombros desde el ruedo mismo hasta el hotel donde se hospedaban, recorriendo las calles, tras atravesar la puerta más importante de la plaza en turno, y recibiendo vítores y el reconocimiento de quienes los acompañaban o se topaban con ellos en el camino.

Luego vinieron tiempos más austeros, más serenos, y los toreros, a hombros sí, pero con menos recorrido, eran depositados en sus vehículos en los alrededores del coso de su triunfo. Incluso midieron la posibilidad de ese paseo de acuerdo con el número de apéndices cortados, y no tanto por el entusiasmo popular, convirtiéndose a veces en un mero trámite mientras los tendidos se vaciaban.

En todo caso, el salir a hombros ha representado siempre la máxima distinción que puede tener un torero tras un festejo. Salir por la Puerta Grande de Madrid, hacia la calle de Alcalá, o por la del Príncipe, en Sevilla, con vistas al Guadalquivir, es lo más ansiado por cualquier matador de toros o novillero.

De un tiempo a esta fecha, las cosas se han puesto difíciles para los toreros triunfadores, sin embargo. Basta ver la cara de Alejandro Talavante al salir, apenas hace unos días por esa Puerta Grande madrileña, acosado por una multitud dispuesta a arrancarle cualquier trozo de su chaquetilla.

Y es que antes, esta costumbre de sacar a los toreros a hombros era peligrosa tan sólo para quienes hacían multitud a su alrededor, y como una muestra de ello hay que recordar esa famosísima foto de Rafael Rodríguez, el Volcán de Aguascalientes, saliendo triunfal, mientras la cámara captaba a un carterista haciendo su trabajo con uno de los cargadores.

Hoy es un peligro para los mismos toreros, que desde hace tiempo han adoptado la sana costumbre de despojarse, antes de que el recorrido comience, de los machos de sus casacas, para evitar los arrebatos y los robos descarados. Pero aún así, pasa lo que está pasando en Madrid.

Las imágenes de los toreros con los rostros desencajados, prácticamente acostados en vilo, recibiendo los rasguños descarados y desagradables de los anónimos y variados integrantes de esa multitud que parece encontrar en esa práctica un entretenimiento nada digno de aplaudir.

Algo tiene que hacer, y pronto, la autoridad de Madrid ante estas prácticas. Será desagradable ver a la policía haciendo un cerco ante el paso de los toreros triunfadores, pero es lo que procede ante estos hechos deleznables.

La llamada Puerta Grande, la forma más importante de reconocer la labor de un torero, el éxito tras una tarde de ensueño.

Antes, según relatan las crónicas, los toreros eran llevados en hombros desde el ruedo mismo hasta el hotel donde se hospedaban, recorriendo las calles, tras atravesar la puerta más importante de la plaza en turno, y recibiendo vítores y el reconocimiento de quienes los acompañaban o se topaban con ellos en el camino.

Luego vinieron tiempos más austeros, más serenos, y los toreros, a hombros sí, pero con menos recorrido, eran depositados en sus vehículos en los alrededores del coso de su triunfo. Incluso midieron la posibilidad de ese paseo de acuerdo con el número de apéndices cortados, y no tanto por el entusiasmo popular, convirtiéndose a veces en un mero trámite mientras los tendidos se vaciaban.

En todo caso, el salir a hombros ha representado siempre la máxima distinción que puede tener un torero tras un festejo. Salir por la Puerta Grande de Madrid, hacia la calle de Alcalá, o por la del Príncipe, en Sevilla, con vistas al Guadalquivir, es lo más ansiado por cualquier matador de toros o novillero.

De un tiempo a esta fecha, las cosas se han puesto difíciles para los toreros triunfadores, sin embargo. Basta ver la cara de Alejandro Talavante al salir, apenas hace unos días por esa Puerta Grande madrileña, acosado por una multitud dispuesta a arrancarle cualquier trozo de su chaquetilla.

Y es que antes, esta costumbre de sacar a los toreros a hombros era peligrosa tan sólo para quienes hacían multitud a su alrededor, y como una muestra de ello hay que recordar esa famosísima foto de Rafael Rodríguez, el Volcán de Aguascalientes, saliendo triunfal, mientras la cámara captaba a un carterista haciendo su trabajo con uno de los cargadores.

Hoy es un peligro para los mismos toreros, que desde hace tiempo han adoptado la sana costumbre de despojarse, antes de que el recorrido comience, de los machos de sus casacas, para evitar los arrebatos y los robos descarados. Pero aún así, pasa lo que está pasando en Madrid.

Las imágenes de los toreros con los rostros desencajados, prácticamente acostados en vilo, recibiendo los rasguños descarados y desagradables de los anónimos y variados integrantes de esa multitud que parece encontrar en esa práctica un entretenimiento nada digno de aplaudir.

Algo tiene que hacer, y pronto, la autoridad de Madrid ante estas prácticas. Será desagradable ver a la policía haciendo un cerco ante el paso de los toreros triunfadores, pero es lo que procede ante estos hechos deleznables.