/ miércoles 20 de junio de 2018

Sólo para villamelones

El que Diego Ventura estaba llamado a convertirse en el “mandón” del rejoneo mundial era algo que casi nadie, con un poquito de visión, dudaba. Su capacidad con los caballos, la pasión hacia su trabajo, la dedicación a su cuadra, el ángel que trasmite hacia los tendidos, nos hablaron siempre de un rejoneador fuera de serie, capaz de alcanzar cimas mayores.

Pero el acontecimiento, la noticia mayúscula, de que Ventura se convertiría en el primer rejoneador en cortar un rabo en Las Ventas de Madrid, hubiese sido muy difícil de imaginar. En él o en cualquiera. Este año, el pasado nueve de junio, cuando el jinete nacido en Lisboa fue sacado a hombros de ese palacio de la tauromaquia por décimo sexta ocasión en su carrera, lo impensable se hizo realidad, cuando se le otorgó el rabo de su segundo enemigo de Los Espartales, en un mano a mano donde compartía cartel con Andy Cartagena.

Aquella corrida de sábado, penúltima del largo periplo isidril, se convirtió pues en festejo histórico: un rabo después de más de cuarenta años, y como digo, el primero que se llevó en las espuertas un rejoneador en la larga vida del coso madrileño.

Tras su triunfo, tuvo que quedarse más tiempo en la capital española para atender a una prensa ávida de sus comentarios, y éstos fueron muchos, sobre lo que para él representa alcanzar un sueño planteado desde niño, la importancia de su cuadra en su trabajo, las ocho o nueve horas diarias de entrenamiento que le dedica al rejoneo, el sacrificio de la familia en su lucha cotidiana, la ilusión de un día, pese a los peligros que ello entraña, lidiar un toro en puntas… Y también, de las piedras en el camino.

Porque algo que nadie en el ambiente del toro ignora es que, a Ventura, pese a su calidad, se le han negado muchas plazas importantes, empezando por la de Pamplona, en cuya feria no ha podido estar nunca. “Vetos, sí”, reconoce en una entrevista para el prestigiado diario El País; “vetos de compañeros y empresarios que me duelen mucho”.

Hoy habrá puertas que no puedan seguir cerradas. Un triunfo de este calado es de tal dimensión que el impedir, por simples politiquerías, o “zancadillas” como él les llama, su presencia en carteles de ferias importantes rayaría ya en la ignominia. Diego Ventura, el gran rejoneador de esta época, está ya mucho más allá del alcance de sus detractores.

El que Diego Ventura estaba llamado a convertirse en el “mandón” del rejoneo mundial era algo que casi nadie, con un poquito de visión, dudaba. Su capacidad con los caballos, la pasión hacia su trabajo, la dedicación a su cuadra, el ángel que trasmite hacia los tendidos, nos hablaron siempre de un rejoneador fuera de serie, capaz de alcanzar cimas mayores.

Pero el acontecimiento, la noticia mayúscula, de que Ventura se convertiría en el primer rejoneador en cortar un rabo en Las Ventas de Madrid, hubiese sido muy difícil de imaginar. En él o en cualquiera. Este año, el pasado nueve de junio, cuando el jinete nacido en Lisboa fue sacado a hombros de ese palacio de la tauromaquia por décimo sexta ocasión en su carrera, lo impensable se hizo realidad, cuando se le otorgó el rabo de su segundo enemigo de Los Espartales, en un mano a mano donde compartía cartel con Andy Cartagena.

Aquella corrida de sábado, penúltima del largo periplo isidril, se convirtió pues en festejo histórico: un rabo después de más de cuarenta años, y como digo, el primero que se llevó en las espuertas un rejoneador en la larga vida del coso madrileño.

Tras su triunfo, tuvo que quedarse más tiempo en la capital española para atender a una prensa ávida de sus comentarios, y éstos fueron muchos, sobre lo que para él representa alcanzar un sueño planteado desde niño, la importancia de su cuadra en su trabajo, las ocho o nueve horas diarias de entrenamiento que le dedica al rejoneo, el sacrificio de la familia en su lucha cotidiana, la ilusión de un día, pese a los peligros que ello entraña, lidiar un toro en puntas… Y también, de las piedras en el camino.

Porque algo que nadie en el ambiente del toro ignora es que, a Ventura, pese a su calidad, se le han negado muchas plazas importantes, empezando por la de Pamplona, en cuya feria no ha podido estar nunca. “Vetos, sí”, reconoce en una entrevista para el prestigiado diario El País; “vetos de compañeros y empresarios que me duelen mucho”.

Hoy habrá puertas que no puedan seguir cerradas. Un triunfo de este calado es de tal dimensión que el impedir, por simples politiquerías, o “zancadillas” como él les llama, su presencia en carteles de ferias importantes rayaría ya en la ignominia. Diego Ventura, el gran rejoneador de esta época, está ya mucho más allá del alcance de sus detractores.