/ miércoles 1 de agosto de 2018

Sólo para villamelones

La llegada de un nuevo nombre de la zaga Sanromán al mundo profesional del toro se ha producido con bombo y platillo, como seguramente no sucedía en varias generaciones de novilleros mexicanos, a pesar de que algunos resultaron, en su momento, del gusto de los públicos más exigentes.

Y es que Diego Sanromán, hijo de Oscar, nieto de Agustín y sobrino nieto de Ernesto, ha despertado el interés de la prensa especializada y de los aficionados taurinos españoles nada más presentarse en un festejo con caballos en Valencia; tanto así que, desde entonces, se han anunciado en cascada más novilladas, tanto en España como en Francia, donde partirá plaza el joven diestro queretano.

Lo de Diego es una historia de vida curiosa, pues no había mostrado interés por la Tauromaquia, aunque sí por el peligro, pues fue campeón juvenil de competencias en motocicleta, donde el pellejo, como en las plazas de toros, suele jugarse constantemente.

Conoció el mundo del toro desde muy temprana edad, viendo torear a su padre y conociendo de la trayectoria de su abuelo y de su tío, además de ver de cerca las carreras de unos cuantos tíos y primos más, que en el toro encontraron razones de existencia, pero Diego no parecía haber sido llamado por ese camino, hasta que un buen día decidió, sólo y sin presiones, que quería dedicarse a la profesión de sus ancestros.

Y su aparición taurina no pudo haberse dado mejor, como triunfador en plazas españolas y mexicanas en festejos sin caballos, causando una curiosa, peculiar, expectación, sobre todo, como digo, tras u paso por Valencia, donde cuajó al novillo que cerraba plaza.

Pero ¿cuál es el estilo de Diego Sanromán? ¿Por qué ha causado tan buenas sensaciones de entrada? Debo confesar que no lo sé con certeza, pero intuyo posibilidades. Lo poco que he podido ver de su toreo me habla de un diestro no tan ortodoxo, pero con una característica tan escasa como preciada: la de la trasmisión.

El pequeño de la dinastía taurina queretana trasmite emoción, intensidad, entrega, y eso siempre rendirá frutos. Tiene momentos de sentimiento especial, chispazos de genialidad, y un estilo atrayente para los grandes públicos.

Por si lo anterior no fuera suficiente para explicar su éxito, tengo además la impresión de que Diego tiene en una muy eficiente administración uno de sus puntos fuertes; un trabajo encabezado por un profesional como Alberto Elvira, quien ha sabido llevar la carrera del novillero con mesura y con toques de inteligencia. La labor del torero en el ruedo ha tenido un respaldo administrativo cuidadoso, y ello se nota en la repercusión de su actuar.

El caso es que tenemos un nuevo torero queretano. No sé hasta donde llegará, pero lo cierto es que Diego Sanromán está dando unos primeros pasos muy seguros, sólidos, contundentes. Habrá que seguirle la pista.

La llegada de un nuevo nombre de la zaga Sanromán al mundo profesional del toro se ha producido con bombo y platillo, como seguramente no sucedía en varias generaciones de novilleros mexicanos, a pesar de que algunos resultaron, en su momento, del gusto de los públicos más exigentes.

Y es que Diego Sanromán, hijo de Oscar, nieto de Agustín y sobrino nieto de Ernesto, ha despertado el interés de la prensa especializada y de los aficionados taurinos españoles nada más presentarse en un festejo con caballos en Valencia; tanto así que, desde entonces, se han anunciado en cascada más novilladas, tanto en España como en Francia, donde partirá plaza el joven diestro queretano.

Lo de Diego es una historia de vida curiosa, pues no había mostrado interés por la Tauromaquia, aunque sí por el peligro, pues fue campeón juvenil de competencias en motocicleta, donde el pellejo, como en las plazas de toros, suele jugarse constantemente.

Conoció el mundo del toro desde muy temprana edad, viendo torear a su padre y conociendo de la trayectoria de su abuelo y de su tío, además de ver de cerca las carreras de unos cuantos tíos y primos más, que en el toro encontraron razones de existencia, pero Diego no parecía haber sido llamado por ese camino, hasta que un buen día decidió, sólo y sin presiones, que quería dedicarse a la profesión de sus ancestros.

Y su aparición taurina no pudo haberse dado mejor, como triunfador en plazas españolas y mexicanas en festejos sin caballos, causando una curiosa, peculiar, expectación, sobre todo, como digo, tras u paso por Valencia, donde cuajó al novillo que cerraba plaza.

Pero ¿cuál es el estilo de Diego Sanromán? ¿Por qué ha causado tan buenas sensaciones de entrada? Debo confesar que no lo sé con certeza, pero intuyo posibilidades. Lo poco que he podido ver de su toreo me habla de un diestro no tan ortodoxo, pero con una característica tan escasa como preciada: la de la trasmisión.

El pequeño de la dinastía taurina queretana trasmite emoción, intensidad, entrega, y eso siempre rendirá frutos. Tiene momentos de sentimiento especial, chispazos de genialidad, y un estilo atrayente para los grandes públicos.

Por si lo anterior no fuera suficiente para explicar su éxito, tengo además la impresión de que Diego tiene en una muy eficiente administración uno de sus puntos fuertes; un trabajo encabezado por un profesional como Alberto Elvira, quien ha sabido llevar la carrera del novillero con mesura y con toques de inteligencia. La labor del torero en el ruedo ha tenido un respaldo administrativo cuidadoso, y ello se nota en la repercusión de su actuar.

El caso es que tenemos un nuevo torero queretano. No sé hasta donde llegará, pero lo cierto es que Diego Sanromán está dando unos primeros pasos muy seguros, sólidos, contundentes. Habrá que seguirle la pista.