/ miércoles 31 de octubre de 2018

Sólo para villamelones

El hecho de que el pasado viernes por la noche, en la queretana plaza de toros “Santa María”, el diestro valenciano Enrique Ponce, en su primera actuación en tierras mexicanas esta temporada que inicia, haya lidiado dos toros de la ganadería de Teófilo Gómez, y no de la anunciada previamente de La Punta, habla muy claro del nivel de cinismo con el que se mueve actualmente el mundillo taurino nacional y las llamadas figuras españolas.

Nadie puede escatimarle al torero de Chiva la calidad de su toreo, la maestría adquirida con el paso de los años, el dominio alcanzado en la lidia de los toros, pero actitudes como la del viernes dejan al descubierto, una vez más, su nulo respeto por una actividad que, más allá de los embates que sufre de sus enemigos, está siendo lamentable y persistentemente, socavada por sus afines, por sus protagonistas.

Pero lo realizado por Ponce, acorde con esa común costumbre de las figuras de imponer ganados y alternantes al gusto, no podría haberse dado sin la complicidad de la cadena que le da forma al espectáculo taurino, y más lastimosamente, de la autoridad que tendría que velar por su seriedad. Como diría don Ricardo Margáin Zozaya en el funeral, hace ya cuarenta y cinco años, de don Eugenio Garza Sada, tras su asesinato: “Lo que alarma no es tan sólo lo que hicieron, sino porqué pudieron hacerlo”.

Y así, lo que, en papel, podría suponer una gran oportunidad de ver una corrida de toros atractiva, con un mano a mano entre Ponce y Joselito Adame, lidiando un encierro de La Punta, y con el complemento del rejoneador Santiago Zendejas y los Forcados Queretanos, se volvió una pachanga en la que, por desgracia, pocos repararon: Los de encaste español de La Punta para Joselito, Zendejas y los forcados; los cómodos y etiquetados de Teófilo, para el maestro valenciano, con uno adicional en los cajones, por si llegara a hacerle falta. Simplemente, de vergüenza.

Recuerdo entonces lo acontecido hace algunos meses, a fines de abril si mal no recuerdo, en el callejón de la monumental de Aguascalientes, cuando un Ponce molesto por la exigencia del público de toros mejor presentados, advertía, sin la compostura ni la discreción que merecía un compañero que lidiaba en el ruedo, que, si esas exigencias continuaban, “se van a cargar esto”.

Advierto con estupor por mi parte, que sí, que se “están cargando esto”, pero no un público exigente, ni una prensa crítica, ni las loables y esperanzadoras nuevas generaciones de toreros, sino el cinismo de algunas figuras y empresarios, y la absoluta ineptitud de quienes deberían velar por la seriedad del espectáculo. Insisto: “Lo que alarma no es tan sólo que lo hagan, sino porqué pueden hacerlo”.

El hecho de que el pasado viernes por la noche, en la queretana plaza de toros “Santa María”, el diestro valenciano Enrique Ponce, en su primera actuación en tierras mexicanas esta temporada que inicia, haya lidiado dos toros de la ganadería de Teófilo Gómez, y no de la anunciada previamente de La Punta, habla muy claro del nivel de cinismo con el que se mueve actualmente el mundillo taurino nacional y las llamadas figuras españolas.

Nadie puede escatimarle al torero de Chiva la calidad de su toreo, la maestría adquirida con el paso de los años, el dominio alcanzado en la lidia de los toros, pero actitudes como la del viernes dejan al descubierto, una vez más, su nulo respeto por una actividad que, más allá de los embates que sufre de sus enemigos, está siendo lamentable y persistentemente, socavada por sus afines, por sus protagonistas.

Pero lo realizado por Ponce, acorde con esa común costumbre de las figuras de imponer ganados y alternantes al gusto, no podría haberse dado sin la complicidad de la cadena que le da forma al espectáculo taurino, y más lastimosamente, de la autoridad que tendría que velar por su seriedad. Como diría don Ricardo Margáin Zozaya en el funeral, hace ya cuarenta y cinco años, de don Eugenio Garza Sada, tras su asesinato: “Lo que alarma no es tan sólo lo que hicieron, sino porqué pudieron hacerlo”.

Y así, lo que, en papel, podría suponer una gran oportunidad de ver una corrida de toros atractiva, con un mano a mano entre Ponce y Joselito Adame, lidiando un encierro de La Punta, y con el complemento del rejoneador Santiago Zendejas y los Forcados Queretanos, se volvió una pachanga en la que, por desgracia, pocos repararon: Los de encaste español de La Punta para Joselito, Zendejas y los forcados; los cómodos y etiquetados de Teófilo, para el maestro valenciano, con uno adicional en los cajones, por si llegara a hacerle falta. Simplemente, de vergüenza.

Recuerdo entonces lo acontecido hace algunos meses, a fines de abril si mal no recuerdo, en el callejón de la monumental de Aguascalientes, cuando un Ponce molesto por la exigencia del público de toros mejor presentados, advertía, sin la compostura ni la discreción que merecía un compañero que lidiaba en el ruedo, que, si esas exigencias continuaban, “se van a cargar esto”.

Advierto con estupor por mi parte, que sí, que se “están cargando esto”, pero no un público exigente, ni una prensa crítica, ni las loables y esperanzadoras nuevas generaciones de toreros, sino el cinismo de algunas figuras y empresarios, y la absoluta ineptitud de quienes deberían velar por la seriedad del espectáculo. Insisto: “Lo que alarma no es tan sólo que lo hagan, sino porqué pueden hacerlo”.