/ miércoles 5 de diciembre de 2018

Sólo para villamelones

Tengo la certidumbre de que el queretano Octavio García, El Payo, es, hoy por hoy, el torero más sólido de la baraja taurina nacional. Sólo que, como todos sabemos, para que la calidad aflore en el mundo del toro suelen jugar otras circunstancias, en las que participa, fundamentalmente, la suerte. Y el Payo no ha corrido con suerte.

Además, el torero de estas tierras ha escogido el camino más difícil por recorrer; ese que suele toparse con incomprensiones en un ambiente propicio para el espectáculo y poco cercano al toreo verdad. Ha escogido el camino de gustarse a sí mismo, dejando de lado las concesiones y el gusto masivo y ajeno al conocimiento de los cánones clásicos.

Todo ello lo comprobé, una vez más, la noche del pasado viernes en la Santa María, cuando Octavio lidiaba a su segundo enemigo, un cárdeno claro al que le suministró una bella tanda de verónicas de inicio, y al que, con la muleta, le corrió la mano como los grandes, sintiéndose el torero que es.

Fue la de ese toro una faena ortodoxa y profunda, que inició con muletazos de trinchera y de la firma, de los tercios a los medios, y que sustentó en redondos largos y templados, donde intercambió la mano en varias tandas. No hubo en ese trasteo mas que una madurez adquirida con el tiempo y el gusto por la esencia de su profesión. La mala suerte le hizo errar con el estoque y nada consiguió de trofeos físicos.

Me dio la impresión, esa noche, de que El Payo seguía tocado tras la cornada de dos trayectorias, recibida apenas unos días atrás en el inicio de la temporada grande en La México; lo denotaba su paso lento en el paseíllo y acaso un rostro ajado durante el transcurso del festejo.

Así se presentó dos días después en la plaza más grande del mundo, en la segunda de sus comparecencias, y también ahí tuvo que aguantar el mal trago de un doloroso percance, con su primero de Xajay, que tiraba cornadas por el lado derecho, alcanzando al torero y lastimándolo seriamente en las costillas. Aunque el de Querétaro regresó a matar a su enemigo, pasó fatigas para hacerlo, mitad por el estado físico en el que se encontraba y mitad por las peligrosas condiciones del burel.

El Payo volvió a la enfermería, y de ahí al hospital, seguramente con la frustración que deja una tarde infortunada, pero dejó constancia, a aquellos que pueden mirar más allá de la corteza, lo mucho que encierra en su toreo. Lo que venga para él tendrá que ver con su persistencia, su paciencia, y esa siempre presente suerte, que todo lo toca con su hálito.

Tengo la certidumbre de que el queretano Octavio García, El Payo, es, hoy por hoy, el torero más sólido de la baraja taurina nacional. Sólo que, como todos sabemos, para que la calidad aflore en el mundo del toro suelen jugar otras circunstancias, en las que participa, fundamentalmente, la suerte. Y el Payo no ha corrido con suerte.

Además, el torero de estas tierras ha escogido el camino más difícil por recorrer; ese que suele toparse con incomprensiones en un ambiente propicio para el espectáculo y poco cercano al toreo verdad. Ha escogido el camino de gustarse a sí mismo, dejando de lado las concesiones y el gusto masivo y ajeno al conocimiento de los cánones clásicos.

Todo ello lo comprobé, una vez más, la noche del pasado viernes en la Santa María, cuando Octavio lidiaba a su segundo enemigo, un cárdeno claro al que le suministró una bella tanda de verónicas de inicio, y al que, con la muleta, le corrió la mano como los grandes, sintiéndose el torero que es.

Fue la de ese toro una faena ortodoxa y profunda, que inició con muletazos de trinchera y de la firma, de los tercios a los medios, y que sustentó en redondos largos y templados, donde intercambió la mano en varias tandas. No hubo en ese trasteo mas que una madurez adquirida con el tiempo y el gusto por la esencia de su profesión. La mala suerte le hizo errar con el estoque y nada consiguió de trofeos físicos.

Me dio la impresión, esa noche, de que El Payo seguía tocado tras la cornada de dos trayectorias, recibida apenas unos días atrás en el inicio de la temporada grande en La México; lo denotaba su paso lento en el paseíllo y acaso un rostro ajado durante el transcurso del festejo.

Así se presentó dos días después en la plaza más grande del mundo, en la segunda de sus comparecencias, y también ahí tuvo que aguantar el mal trago de un doloroso percance, con su primero de Xajay, que tiraba cornadas por el lado derecho, alcanzando al torero y lastimándolo seriamente en las costillas. Aunque el de Querétaro regresó a matar a su enemigo, pasó fatigas para hacerlo, mitad por el estado físico en el que se encontraba y mitad por las peligrosas condiciones del burel.

El Payo volvió a la enfermería, y de ahí al hospital, seguramente con la frustración que deja una tarde infortunada, pero dejó constancia, a aquellos que pueden mirar más allá de la corteza, lo mucho que encierra en su toreo. Lo que venga para él tendrá que ver con su persistencia, su paciencia, y esa siempre presente suerte, que todo lo toca con su hálito.