/ miércoles 30 de enero de 2019

Sólo para villamelones

Me dio por recordar a ese extraordinario cronista taurino que fue don Carlos León, hombre de cultura general vasta y poseedor de un sentido del humor tan acusado que también se dedicó a redactar los diálogos de las películas de Mario Moreno, “Cantinflas”.

Don Carlos, que escribía cada semana, en uno de los periódicos de mayor circulación a nivel nacional, la crónica de lo acontecido en la corrida dominical de la Plaza México, y que solía dedicar estos escritos, ejemplos de dominio del castellano, a diferentes personalidades, como si de una carta se tratara, tenía, como digo, un sentido del humor especialísimo, donde la ironía era pan cotidiano.

Y en ese tenor, don Carlos decía que Curro Rivera, por entonces diestro muy popular y figura de la baraja taurina nacional, toreaba como si estuviera comiendo tacos. Se refería el maestro León a la postura utilizada por el matador potosino, y también actor televisivo, al momento de muletear a las reses que le tocaban en suerte, sin mantener la figura erguida, sino más bien, agachándose hacia el lomo del animal. Sí, como efectivamente se suelen comer los tacos, retacaditos de salsa, para no marcharse la ropa.

Me acordé pues de don Carlos, de aquellas sus magistrales crónicas y sus referencias a Curro, al ver torear, el domingo pasado, al diestro extremeño Antonio Ferrera, que realiza su segunda temporada consecutiva en nuestro país, tierra donde ha aprovechado bien algunas de sus curiosas costumbres taurinas, como la de los toros de regalo. Ferrera había ya triunfado en su primera presentación de este ciclo en la monumental México, y en esta oportunidad, se llevó a los bolsillos dos de esos apéndices que, como todos sabemos, son más bien baratos en el coso más grande del mundo.

Ferrera dejó a un lado la verticalidad en la figura durante la lidia a su segundo, dejó de cargar la suerte en los muletazos, abusó del pico de la muleta, echó al burel hacia afuera en la salida de cada redondo y puso distancia entre su cuerpo y los pitones del animal; todo, eso sí, revestido de un montaje teatral, al que ya había recurrido en su anterior cita en la México, caracterizado por el rostro ajado, el caminar lento, el sentarse en el estribo, el abandonar el estoque en la arena, el llevarse la muleta al rostro, el alcanzar un gesto cercano a las lágrimas… Melodrama puro.

Y el toro era lo suficientemente bueno e interesante como para hacerle una faena. Quiero decir, una faena de verdad, de profundidad, de contenido, de fondo y no de forma.

¿Dónde quedó, me pregunto, el Ferrera que nos sedujo con su toreo verdad hace un par de temporadas? ¿Aquel de la heroica faena a “Platino”, de Victorino Martín, en Sevilla? ¿El triunfador de la Maestranza y de las Ventas? ¿Dónde y por qué acabó tropicalizándose y descubriendo esa veta histriónica que tan eficaz es para convencer a las alturas, pero que ahoga entre lo superfluo lo auténtico?

Hay toreros hispanos que se han hecho en México, o que han adquirido aquí el sentido del temple. Otros, como Ferrera, parecen haber encontrado otras herramientas: las que tan solo imitan lo sublime del toreo.

Me encantaría hoy leer a don Carlos León con una crónica sobre la faena de Antonio Ferrera el pasado domingo en la México. Eso jamás podrá verse, pero espero que “nunca” sea una palabra que no utilicemos para reseñar el futuro de este torero que, un día, nos sedujo con su entereza y su tauromaquia.

Me dio por recordar a ese extraordinario cronista taurino que fue don Carlos León, hombre de cultura general vasta y poseedor de un sentido del humor tan acusado que también se dedicó a redactar los diálogos de las películas de Mario Moreno, “Cantinflas”.

Don Carlos, que escribía cada semana, en uno de los periódicos de mayor circulación a nivel nacional, la crónica de lo acontecido en la corrida dominical de la Plaza México, y que solía dedicar estos escritos, ejemplos de dominio del castellano, a diferentes personalidades, como si de una carta se tratara, tenía, como digo, un sentido del humor especialísimo, donde la ironía era pan cotidiano.

Y en ese tenor, don Carlos decía que Curro Rivera, por entonces diestro muy popular y figura de la baraja taurina nacional, toreaba como si estuviera comiendo tacos. Se refería el maestro León a la postura utilizada por el matador potosino, y también actor televisivo, al momento de muletear a las reses que le tocaban en suerte, sin mantener la figura erguida, sino más bien, agachándose hacia el lomo del animal. Sí, como efectivamente se suelen comer los tacos, retacaditos de salsa, para no marcharse la ropa.

Me acordé pues de don Carlos, de aquellas sus magistrales crónicas y sus referencias a Curro, al ver torear, el domingo pasado, al diestro extremeño Antonio Ferrera, que realiza su segunda temporada consecutiva en nuestro país, tierra donde ha aprovechado bien algunas de sus curiosas costumbres taurinas, como la de los toros de regalo. Ferrera había ya triunfado en su primera presentación de este ciclo en la monumental México, y en esta oportunidad, se llevó a los bolsillos dos de esos apéndices que, como todos sabemos, son más bien baratos en el coso más grande del mundo.

Ferrera dejó a un lado la verticalidad en la figura durante la lidia a su segundo, dejó de cargar la suerte en los muletazos, abusó del pico de la muleta, echó al burel hacia afuera en la salida de cada redondo y puso distancia entre su cuerpo y los pitones del animal; todo, eso sí, revestido de un montaje teatral, al que ya había recurrido en su anterior cita en la México, caracterizado por el rostro ajado, el caminar lento, el sentarse en el estribo, el abandonar el estoque en la arena, el llevarse la muleta al rostro, el alcanzar un gesto cercano a las lágrimas… Melodrama puro.

Y el toro era lo suficientemente bueno e interesante como para hacerle una faena. Quiero decir, una faena de verdad, de profundidad, de contenido, de fondo y no de forma.

¿Dónde quedó, me pregunto, el Ferrera que nos sedujo con su toreo verdad hace un par de temporadas? ¿Aquel de la heroica faena a “Platino”, de Victorino Martín, en Sevilla? ¿El triunfador de la Maestranza y de las Ventas? ¿Dónde y por qué acabó tropicalizándose y descubriendo esa veta histriónica que tan eficaz es para convencer a las alturas, pero que ahoga entre lo superfluo lo auténtico?

Hay toreros hispanos que se han hecho en México, o que han adquirido aquí el sentido del temple. Otros, como Ferrera, parecen haber encontrado otras herramientas: las que tan solo imitan lo sublime del toreo.

Me encantaría hoy leer a don Carlos León con una crónica sobre la faena de Antonio Ferrera el pasado domingo en la México. Eso jamás podrá verse, pero espero que “nunca” sea una palabra que no utilicemos para reseñar el futuro de este torero que, un día, nos sedujo con su entereza y su tauromaquia.