/ miércoles 24 de abril de 2019

Sólo para villamelones

Como era de esperarse, el mítico letrero de “no hay billetes” se había colgado ya sobre las taquillas de una de las plazas más emblemáticas del mundo, la de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Era la tarde más importante del año, en la culminación de la Semana Mayor que, en Sevilla, lo es casi todo.

El Domingo de Resurrección, dicen algunos cronistas, suele resucitar el toreo en la capital andaluza; la hace siempre, empecinado en dar la lucha en esa guerra sin cuartel que le han planteado sus detractores; lo hace con el letrero de “no hay billetes”, un cartel rematado y esa expectación propia de un día que, en esta ocasión, venía acompañado de la amenaza de lluvia.

Julián López, “El Juli”, que un año atrás había conseguido en esta misma plaza una de las más importantes faenas de su vida profesional, encabezaba el cartel, y lo completaban José Mari Manzanares, de especial gusto de esta afición, y el torero que está llenando plazas y abriendo puertas grandes como nadie: Andrés Roca Rey.

Los toros de Victorino del Río, en papel, cumplían con las expectativas planteadas para esta fecha tan especial, impecables de estampa y armados con pitones espectaculares, pero al momento de ir saliendo por la puerta de los sustos, fueron quedándose cortos y dejando a desear mejores condiciones. Salvo el quinto, que curiosamente fue pitado por su comportamiento en el primer tercio y que acabó dando los únicos motivos para que Manzanares, tras una faena donde resaltaron los primorosos pases de pecho y una estocada recibiendo, cortara el solitario apéndice del festejo.

El Juli poco pudo hacer con lo que le tocó en suerte, pero aprovechó para brindar a Mario Vargas Llosa, que se ubicada en el tendido, y para practicar la horrenda forma de matar que ahora lo distingue y que se empeña en mantener, pese a las generalizadas críticas recibidas.

La expectación mayor estaba centrada en Andrés Roca Rey, en esta temporada en que no ha dejado escapar triunfos y en una plaza, de las muy pocas, que le han negado su puerta principal, la llamada “del Príncipe”. Y ante la imposibilidad de hacer una faena sólida con la materia prima que salió por toriles, el peruano decidió pegarse un auténtico arrimón. Pero no un arrimón cualquiera y vulgar, sino auténtico, entre los largos y filosos pitones del que cerró plaza.

Lo curioso, lo digno de apuntar, fue la reacción del público sevillano ante la valentía del joven torero, pues lejos de generalizar entusiasmo, más bien mostró molestia y desdén; dicen que, incluso, la gente empezó a abandonar los tendidos. Gente que no había ido a la corrida más importante de Sevilla a ver algo temerario, sino a reencontrarse con el auténtico toreo.

Porque si bien el llamado “arte de Cúchares” es también peligro y miedo, lo que busca el aficionado es la trasmisión de otros sentimientos que van aparejados a éste y que constituyen la esencia de un espectáculo que, a lo dicho por Sevilla apenas este domingo anterior, sigue venturosamente vivo. Un espectáculo que, como cada año, resucita.

Como era de esperarse, el mítico letrero de “no hay billetes” se había colgado ya sobre las taquillas de una de las plazas más emblemáticas del mundo, la de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Era la tarde más importante del año, en la culminación de la Semana Mayor que, en Sevilla, lo es casi todo.

El Domingo de Resurrección, dicen algunos cronistas, suele resucitar el toreo en la capital andaluza; la hace siempre, empecinado en dar la lucha en esa guerra sin cuartel que le han planteado sus detractores; lo hace con el letrero de “no hay billetes”, un cartel rematado y esa expectación propia de un día que, en esta ocasión, venía acompañado de la amenaza de lluvia.

Julián López, “El Juli”, que un año atrás había conseguido en esta misma plaza una de las más importantes faenas de su vida profesional, encabezaba el cartel, y lo completaban José Mari Manzanares, de especial gusto de esta afición, y el torero que está llenando plazas y abriendo puertas grandes como nadie: Andrés Roca Rey.

Los toros de Victorino del Río, en papel, cumplían con las expectativas planteadas para esta fecha tan especial, impecables de estampa y armados con pitones espectaculares, pero al momento de ir saliendo por la puerta de los sustos, fueron quedándose cortos y dejando a desear mejores condiciones. Salvo el quinto, que curiosamente fue pitado por su comportamiento en el primer tercio y que acabó dando los únicos motivos para que Manzanares, tras una faena donde resaltaron los primorosos pases de pecho y una estocada recibiendo, cortara el solitario apéndice del festejo.

El Juli poco pudo hacer con lo que le tocó en suerte, pero aprovechó para brindar a Mario Vargas Llosa, que se ubicada en el tendido, y para practicar la horrenda forma de matar que ahora lo distingue y que se empeña en mantener, pese a las generalizadas críticas recibidas.

La expectación mayor estaba centrada en Andrés Roca Rey, en esta temporada en que no ha dejado escapar triunfos y en una plaza, de las muy pocas, que le han negado su puerta principal, la llamada “del Príncipe”. Y ante la imposibilidad de hacer una faena sólida con la materia prima que salió por toriles, el peruano decidió pegarse un auténtico arrimón. Pero no un arrimón cualquiera y vulgar, sino auténtico, entre los largos y filosos pitones del que cerró plaza.

Lo curioso, lo digno de apuntar, fue la reacción del público sevillano ante la valentía del joven torero, pues lejos de generalizar entusiasmo, más bien mostró molestia y desdén; dicen que, incluso, la gente empezó a abandonar los tendidos. Gente que no había ido a la corrida más importante de Sevilla a ver algo temerario, sino a reencontrarse con el auténtico toreo.

Porque si bien el llamado “arte de Cúchares” es también peligro y miedo, lo que busca el aficionado es la trasmisión de otros sentimientos que van aparejados a éste y que constituyen la esencia de un espectáculo que, a lo dicho por Sevilla apenas este domingo anterior, sigue venturosamente vivo. Un espectáculo que, como cada año, resucita.