/ miércoles 29 de mayo de 2019

Sólo para Villamelones

De manera constante, como todo en la vida, la baraja taurina se va renovando, y eso es sano y necesario. Las viejas figuras, aunque no sean viejas del todo, inician su declive, y van apareciendo toreros emergentes que, quizá, si la suerte los acompaña, los substituirán.

En España la renovación parece evidente, y también inminente. Las figuras, que lo son desde hace ya algunos años, empiezan a menguar en el gusto de los aficionados, o a caer en el riesgo de sus propios vicios. Nadie les niega su maestría, pero la atracción de lo nuevo está siempre presente, seduciendo a los aficionados.

Hoy mismo, un torero que curiosamente no es español, sino peruano, es la atracción principal. Se llama, claro está, Andrés Roca Rey, y se ha convertido en la figura que llena plazas y, generalmente, cumple con las expectativas saliendo a hombros por las puertas grandes. Mucho se discute sobre él, y como suele suceder con las figuras, tiene apasionados defensores y férreos detractores.

Pero, por fortuna, no es el único torero que está causando atracción y hasta entusiasmo. Ahí está también el sevillano Pablo Aguado, al que le bastó una tarde triunfal en Sevilla, y otra no tanto en Madrid, para volverse punto de mira de los aficionados a la Tauromaquia en España y el mundo. Aguado posee características que pueden encumbrarlo, muy pronto, a alturas de privilegio.

Nombres como los de Emilio de Justo o Diego Urdiales, se unen también, en cuanto a expectación y seguimiento, a otros nuevos, como el de David de Miranda, quien apenas la semana anterior confirmó su doctorado en Madrid y abrió la puerta grande. También ellos colaboran de manera importante en la renovación de la Fiesta.

Me pregunto si en México podemos ser tan optimistas. Habrá que serlo, sin duda, por la aparición y el desarrollo de interesantes novilleros, que, tanto a aquí como del otro lado del Atlántico, están realizando un trabajo espectacular, pero no deja de preocupar que, desgraciadamente, las prominentes carreras novilleriles se topan, tras el doctorado, con la injusta realidad de los despachos, las empresas y las componendas que envuelven al toreo.

Habrá que esperar, con paciencia, para ver cuántos de esos esperanzadores nombres, que ya hemos citado aquí, logran llegar a la cima, en este país donde, como en España, también se requiere de renovaciones.

De manera constante, como todo en la vida, la baraja taurina se va renovando, y eso es sano y necesario. Las viejas figuras, aunque no sean viejas del todo, inician su declive, y van apareciendo toreros emergentes que, quizá, si la suerte los acompaña, los substituirán.

En España la renovación parece evidente, y también inminente. Las figuras, que lo son desde hace ya algunos años, empiezan a menguar en el gusto de los aficionados, o a caer en el riesgo de sus propios vicios. Nadie les niega su maestría, pero la atracción de lo nuevo está siempre presente, seduciendo a los aficionados.

Hoy mismo, un torero que curiosamente no es español, sino peruano, es la atracción principal. Se llama, claro está, Andrés Roca Rey, y se ha convertido en la figura que llena plazas y, generalmente, cumple con las expectativas saliendo a hombros por las puertas grandes. Mucho se discute sobre él, y como suele suceder con las figuras, tiene apasionados defensores y férreos detractores.

Pero, por fortuna, no es el único torero que está causando atracción y hasta entusiasmo. Ahí está también el sevillano Pablo Aguado, al que le bastó una tarde triunfal en Sevilla, y otra no tanto en Madrid, para volverse punto de mira de los aficionados a la Tauromaquia en España y el mundo. Aguado posee características que pueden encumbrarlo, muy pronto, a alturas de privilegio.

Nombres como los de Emilio de Justo o Diego Urdiales, se unen también, en cuanto a expectación y seguimiento, a otros nuevos, como el de David de Miranda, quien apenas la semana anterior confirmó su doctorado en Madrid y abrió la puerta grande. También ellos colaboran de manera importante en la renovación de la Fiesta.

Me pregunto si en México podemos ser tan optimistas. Habrá que serlo, sin duda, por la aparición y el desarrollo de interesantes novilleros, que, tanto a aquí como del otro lado del Atlántico, están realizando un trabajo espectacular, pero no deja de preocupar que, desgraciadamente, las prominentes carreras novilleriles se topan, tras el doctorado, con la injusta realidad de los despachos, las empresas y las componendas que envuelven al toreo.

Habrá que esperar, con paciencia, para ver cuántos de esos esperanzadores nombres, que ya hemos citado aquí, logran llegar a la cima, en este país donde, como en España, también se requiere de renovaciones.