/ miércoles 31 de julio de 2019

Sólo para villamelones

En el mismo sitio donde, aún siendo novillero, alcanzó las mieles del triunfo, Varea decidió, en un arrebato al concluir su participación en la tarde en que estaba anunciado, cortarse la coleta. Así, sin escuchar a sus infanterías, pidió al presidente de la peña con su nombre de su pueblo natal, Almazora, que le retirara para siempre el añadido.

La decisión de Jonathan Blázquez Rovira, el nombre de pila de Varea, no deja de alimentar ese desconsuelo que suele deambular con insistencia entre los taurinos. La historia repetida de un buen torero que, ante las puertas cerradas y la falta de oportunidades, es presa del desánimo y la desesperación.

Varea había estado bien esa tarde de hace algunos días en la plaza valenciana, sobre todo con su primero, un toro del Parralejo que se había dejado torear con soltura, aunque se vino abajo demasiado pronto, pero se eternizó, en sus dos oportunidades, con la toledana. Fue precisamente tras la muerte de su segundo enemigo, un burel de Las Ramblas, que el torero de Almazora decidió su repentino retiro. Acaso lo había pensado, y bien, con antelación.

Blázquez tiene ahora veinticinco años y apenas tres de alternativa, la que tomó en la plaza francesa de Nimes de manos de José Mari Manzanares y teniendo como testigo a López Simón, con toros de Juan Pedro Domecq. Se había ganado ese doctorado tras una interesante carrera como novillero, que lo había llevado a triunfar en plazas como las de Zaragoza o Castellón, y, sobre todo, en la Feria de Julio, la misma que ahora escogió para el retiro, en Valencia.

Hacía poco que se habían cumplido dos años de aquella confirmación, ahora de manos de Enrique Ponce y con David Mora de testigo, en la plaza madrileña de Las Ventas, lidiando un toro de Domingo Hernández al que nombraron “Rocoso”.

El de Varea es un ejemplo más, triste y desesperanzador, de lo que les sucede a tantos toreros, algunos de ellos, como es el caso, distinguidos por su calidad. El mundo del toro está saturado de toreros, y también de manejos de despacho, lo que vuelve inviable esa profesión para muchos. En México, por cierto, tenemos varios lastimosos casos de ello.

El diestro de Almazora se distinguía, según lo confirman las crónicas de sus participaciones taurinas, por su manejo del capote. Pocos como él para manejar el percal con solidez y clasicismo, lo que le ayudó mucho a encumbrarse en su etapa novilleril, antes de que la guerra se hiciese tan pesada y sin salidas.

Se ha ido Varea, al menos por el momento, y eso no es una buena noticia para el mundo del toro; es, más bien, un motivo más para la reflexión.

En el mismo sitio donde, aún siendo novillero, alcanzó las mieles del triunfo, Varea decidió, en un arrebato al concluir su participación en la tarde en que estaba anunciado, cortarse la coleta. Así, sin escuchar a sus infanterías, pidió al presidente de la peña con su nombre de su pueblo natal, Almazora, que le retirara para siempre el añadido.

La decisión de Jonathan Blázquez Rovira, el nombre de pila de Varea, no deja de alimentar ese desconsuelo que suele deambular con insistencia entre los taurinos. La historia repetida de un buen torero que, ante las puertas cerradas y la falta de oportunidades, es presa del desánimo y la desesperación.

Varea había estado bien esa tarde de hace algunos días en la plaza valenciana, sobre todo con su primero, un toro del Parralejo que se había dejado torear con soltura, aunque se vino abajo demasiado pronto, pero se eternizó, en sus dos oportunidades, con la toledana. Fue precisamente tras la muerte de su segundo enemigo, un burel de Las Ramblas, que el torero de Almazora decidió su repentino retiro. Acaso lo había pensado, y bien, con antelación.

Blázquez tiene ahora veinticinco años y apenas tres de alternativa, la que tomó en la plaza francesa de Nimes de manos de José Mari Manzanares y teniendo como testigo a López Simón, con toros de Juan Pedro Domecq. Se había ganado ese doctorado tras una interesante carrera como novillero, que lo había llevado a triunfar en plazas como las de Zaragoza o Castellón, y, sobre todo, en la Feria de Julio, la misma que ahora escogió para el retiro, en Valencia.

Hacía poco que se habían cumplido dos años de aquella confirmación, ahora de manos de Enrique Ponce y con David Mora de testigo, en la plaza madrileña de Las Ventas, lidiando un toro de Domingo Hernández al que nombraron “Rocoso”.

El de Varea es un ejemplo más, triste y desesperanzador, de lo que les sucede a tantos toreros, algunos de ellos, como es el caso, distinguidos por su calidad. El mundo del toro está saturado de toreros, y también de manejos de despacho, lo que vuelve inviable esa profesión para muchos. En México, por cierto, tenemos varios lastimosos casos de ello.

El diestro de Almazora se distinguía, según lo confirman las crónicas de sus participaciones taurinas, por su manejo del capote. Pocos como él para manejar el percal con solidez y clasicismo, lo que le ayudó mucho a encumbrarse en su etapa novilleril, antes de que la guerra se hiciese tan pesada y sin salidas.

Se ha ido Varea, al menos por el momento, y eso no es una buena noticia para el mundo del toro; es, más bien, un motivo más para la reflexión.