/ miércoles 21 de agosto de 2019

Sólo para villamelones

La de Bilbao era, ni duda cabe, una de las mejores ferias taurinas de España. Lo era porque se privilegiaba al toro bravo, a su presencia y comportamiento, y esto la convertía en un serial serio, donde los triunfos valían con peso propio.

Pero digo que era, porque, a decir de quienes la conocieron de cerca y la ven ahora, la rigurosidad no parece ser la misma en estos tiempos que corren; aunque los encierros de toros sigan estando bien presentados, como lo estuvieron en las primeras corridas de este año, la dureza del palco del presidente se ha suavizado escandalosamente. Hoy, en este 2019, las orejas parecen mucho más baratas.

Pero quizá no sea ese el principal problema de Bilbao y de su muy tradicional plaza de Vista Alegre; un mal mucho más peligroso carcome a la feria de aquella importante ciudad vasca: el desinterés de quien mantiene viva a la Fiesta de Toros.

Las raquíticas entradas a las primeras corridas del serial son preocupantes y han alcanzado, según lo refieren las crónicas, entre un cuarto y medio tendido ocupado. Muy, pero muy, poco, si recordamos que se trata de una feria de vital importancia en la temporada española, y donde los triunfos solían repercutir significativamente en el resto del territorio taurino.

Muy poca gente se interesó en retratarse en las taquillas de Vista Alegre para la segunda de feria, y aún menos para la tercera. En esa segunda, apenas después de la inicial de rejones, un cartel de toreros y ganadería por demás interesantes: Curro Díaz, El Cid y Emilio de Justo, quien por cierto realizó una faena memorable, con toros, ni más ni menos, que de Victorino Martín. Y la del lunes pasado, un cartel joven, pero igualmente atractivo: Román, el triunfador de Madrid; Álvaro Lorenzo, que acababa de triunfar contundentemente en Gijón, y el mexicano Luis David Adame, con un bello encierro de una ganadería, la de Torrestrella, que siempre puede dar de qué hablar. Entre los dos festejos no logró reunirse el público necesario para llenar, en una sola ocasión, la plaza de unas trece mil localidades.

¿Qué es lo que está pasando con Bilbao? ¿Qué pasa con esa importante feria taurina, tan seria e importante? Pasa, creo, lo que pasa en general con la Fiesta, a la que se le ha ido encajonando desde fuera, con poquísima difusión de los grandes en materia de comunicación (la televisión, por ejemplo), y se le ha ido minando desde dentro, doblegando la vara de medir hasta volverse una plaza cualquiera en cuanto a exigencia.

Hoy, por desgracia, sólo algunos toreros llenas las plazas, empezando indiscutiblemente por el peruano Andrés Roca Rey y siguiendo por figuras de larga rodada, como Ponce o El Juli. Para demérito de la tauromaquia actual, toreros de dimensiones inconmensurables, como Emilio de Justo, son casi desconocidos para las grandes mayorías de quienes asisten a los cosos taurinos.

Sí, parece que Bilbao ya no es el Bilbao que era, como la Fiesta de los Toros ya no está siendo, desde hace un tiempo, lo que solía ser. Algo se tendrá que hacer, al menos en materia de rigor, para aminorar los visibles deterioros.

La de Bilbao era, ni duda cabe, una de las mejores ferias taurinas de España. Lo era porque se privilegiaba al toro bravo, a su presencia y comportamiento, y esto la convertía en un serial serio, donde los triunfos valían con peso propio.

Pero digo que era, porque, a decir de quienes la conocieron de cerca y la ven ahora, la rigurosidad no parece ser la misma en estos tiempos que corren; aunque los encierros de toros sigan estando bien presentados, como lo estuvieron en las primeras corridas de este año, la dureza del palco del presidente se ha suavizado escandalosamente. Hoy, en este 2019, las orejas parecen mucho más baratas.

Pero quizá no sea ese el principal problema de Bilbao y de su muy tradicional plaza de Vista Alegre; un mal mucho más peligroso carcome a la feria de aquella importante ciudad vasca: el desinterés de quien mantiene viva a la Fiesta de Toros.

Las raquíticas entradas a las primeras corridas del serial son preocupantes y han alcanzado, según lo refieren las crónicas, entre un cuarto y medio tendido ocupado. Muy, pero muy, poco, si recordamos que se trata de una feria de vital importancia en la temporada española, y donde los triunfos solían repercutir significativamente en el resto del territorio taurino.

Muy poca gente se interesó en retratarse en las taquillas de Vista Alegre para la segunda de feria, y aún menos para la tercera. En esa segunda, apenas después de la inicial de rejones, un cartel de toreros y ganadería por demás interesantes: Curro Díaz, El Cid y Emilio de Justo, quien por cierto realizó una faena memorable, con toros, ni más ni menos, que de Victorino Martín. Y la del lunes pasado, un cartel joven, pero igualmente atractivo: Román, el triunfador de Madrid; Álvaro Lorenzo, que acababa de triunfar contundentemente en Gijón, y el mexicano Luis David Adame, con un bello encierro de una ganadería, la de Torrestrella, que siempre puede dar de qué hablar. Entre los dos festejos no logró reunirse el público necesario para llenar, en una sola ocasión, la plaza de unas trece mil localidades.

¿Qué es lo que está pasando con Bilbao? ¿Qué pasa con esa importante feria taurina, tan seria e importante? Pasa, creo, lo que pasa en general con la Fiesta, a la que se le ha ido encajonando desde fuera, con poquísima difusión de los grandes en materia de comunicación (la televisión, por ejemplo), y se le ha ido minando desde dentro, doblegando la vara de medir hasta volverse una plaza cualquiera en cuanto a exigencia.

Hoy, por desgracia, sólo algunos toreros llenas las plazas, empezando indiscutiblemente por el peruano Andrés Roca Rey y siguiendo por figuras de larga rodada, como Ponce o El Juli. Para demérito de la tauromaquia actual, toreros de dimensiones inconmensurables, como Emilio de Justo, son casi desconocidos para las grandes mayorías de quienes asisten a los cosos taurinos.

Sí, parece que Bilbao ya no es el Bilbao que era, como la Fiesta de los Toros ya no está siendo, desde hace un tiempo, lo que solía ser. Algo se tendrá que hacer, al menos en materia de rigor, para aminorar los visibles deterioros.