/ miércoles 23 de octubre de 2019

Sólo para villamelones

Por desgracia, a las muchas cosas que han ido perdiendo valor en el mundo de la Tauromaquia, se ha sumado la suerte más importante, la medular, la fundamental, la suprema.

En los tiempos que hoy corren, poca importancia se le da a la suerte de matar a las reses bravas y se ningunea, en favor de un triunfo, las formas de este momento fundamental, además de ignorarse masivamente sus reglas.

Es común ver en las plazas de toros de la actualidad, principalmente en las de nuestro país, estocadas mal colocadas que son aplaudidas con vehemencia por su aparente espectacularidad, o por su profundidad, y muy pocos parecen entender la diferencia entre matar al volapié, recibiendo, aguantando, o a un tiempo.

Nada de lo anterior parece tener importancia, sentido, para un nuevo público que mira lo superfluo y nunca lo esencial, que pita a los piqueros gratuitamente, aplaude los agarres de costillares, ignora las decisiones de pasar con solo dos pares de banderillas el segundo tercio, o se emociona cuando una montera cae con los machos hacia abajo sobre la arena.

La mayoría del público de hoy no se toma la molestia de aprender un poco sobre las bases fundamentales del toreo, ni se abandona a los sentimientos profundos; prefiere celebrar la Fiesta con varias cervezas a cuestas y entre los gritos mayoritarios.

Por todo ello, también la suerte suprema se ha vuelto una práctica imperfecta para la que no importa mucho la forma de prepararla, la de ejecutarla y la de colocarla. Así se pueden ver adefesios constantes, como los del llamado “julipie”, que se aceptan sin chistar, y orejas concedidas tras estocadas defectuosas y hasta al segundo o tercer intento.

Ahora ya no es tan importante acertar al primer viaje, sino hacerlo con la solvencia de una estocada entera, que no esté demasiado lejos del morrillo del toro. Ahora ya no se pierden tantos apéndices tras los pinchazos, ni a la gente parece importarle la ejecución ortodoxa de un volapié.

Y en tales circunstancias parecen sobrevivir muy bien los protagonistas de la Fiesta. Ahí, donde la perfección no es requisito, donde las apariencias engañan muy bien, y donde el rigor se ha relajado al extremo, las cosas son mucho más sencillas.

¿Cuántas orejas habrían dejado de pedirse, y de otorgarse, tras un pinchazo inicial, o luego de una estocada caída o contraria? Creo que nos asombraríamos de las estadísticas al respecto.

Por desgracia, a las muchas cosas que han ido perdiendo valor en el mundo de la Tauromaquia, se ha sumado la suerte más importante, la medular, la fundamental, la suprema.

En los tiempos que hoy corren, poca importancia se le da a la suerte de matar a las reses bravas y se ningunea, en favor de un triunfo, las formas de este momento fundamental, además de ignorarse masivamente sus reglas.

Es común ver en las plazas de toros de la actualidad, principalmente en las de nuestro país, estocadas mal colocadas que son aplaudidas con vehemencia por su aparente espectacularidad, o por su profundidad, y muy pocos parecen entender la diferencia entre matar al volapié, recibiendo, aguantando, o a un tiempo.

Nada de lo anterior parece tener importancia, sentido, para un nuevo público que mira lo superfluo y nunca lo esencial, que pita a los piqueros gratuitamente, aplaude los agarres de costillares, ignora las decisiones de pasar con solo dos pares de banderillas el segundo tercio, o se emociona cuando una montera cae con los machos hacia abajo sobre la arena.

La mayoría del público de hoy no se toma la molestia de aprender un poco sobre las bases fundamentales del toreo, ni se abandona a los sentimientos profundos; prefiere celebrar la Fiesta con varias cervezas a cuestas y entre los gritos mayoritarios.

Por todo ello, también la suerte suprema se ha vuelto una práctica imperfecta para la que no importa mucho la forma de prepararla, la de ejecutarla y la de colocarla. Así se pueden ver adefesios constantes, como los del llamado “julipie”, que se aceptan sin chistar, y orejas concedidas tras estocadas defectuosas y hasta al segundo o tercer intento.

Ahora ya no es tan importante acertar al primer viaje, sino hacerlo con la solvencia de una estocada entera, que no esté demasiado lejos del morrillo del toro. Ahora ya no se pierden tantos apéndices tras los pinchazos, ni a la gente parece importarle la ejecución ortodoxa de un volapié.

Y en tales circunstancias parecen sobrevivir muy bien los protagonistas de la Fiesta. Ahí, donde la perfección no es requisito, donde las apariencias engañan muy bien, y donde el rigor se ha relajado al extremo, las cosas son mucho más sencillas.

¿Cuántas orejas habrían dejado de pedirse, y de otorgarse, tras un pinchazo inicial, o luego de una estocada caída o contraria? Creo que nos asombraríamos de las estadísticas al respecto.