/ miércoles 6 de noviembre de 2019

Sólo para villamelones

Los brindis son un detalle más en la Fiesta de los Toros. Un detalle que, muchas veces, se convierte casi en un mero trámite, sobre todo cuando se trata de ofrecer la muerte del toro a la totalidad del público del festejo, un detalle muy habitual por parte de los toreros, tratando de quedar siempre bien con las mayorías. Y a ese brindis recurrente le sigue el detalle de si la montera queda con los machos hacia abajo, o hacia arriba, que tanto gusta a quienes van a la plaza a divertirse.

Después, desde luego, vienen los otros brindis: los que se hacen a personas en concreto, ubicadas generalmente en el tendido, pero también el callejón, donde tan buenas entradas se registran tarde a tarde. Dedicatorias a ratos emotivas, pero las más de las veces revestidas de intereses creados, de agradecimientos políticos, que culminan, días más tarde, en alguna comilona.

De entre los brindis distintos que se recuerdan está, obviamente, el de Rodolfo Rodríguez, “El Pana”, quien aprovechó los micrófonos de la televisión para agradecer a las prostitutas sus siempre prestos apoyos en los tiempos más difíciles del torero. Más de algún espectador taurino televisivo se quedó, aquella tarde, con la boca abierta ante el brindis del ese torero tlaxcalteca que parecía llegar a la conclusión de su carrera, pero que, en realidad, tomó un segundo aire de enormes proporciones.

Pero todo esto viene a cuento para reparar en un brindis por demás especial: el protagonizado por Diego Ventura la noche del pasado viernes en Juriquilla, cuando se acercó a tablas, justo frente al palco de ganaderos, donde suele ubicarse el empresario de la plaza, Juan Arturo Torres Landa, para ofrecer la muerte de ese su primero del festejo a un jovencito vestido de civil, pero que abriga la misma profesión de rejoneador.

El jovencito era, nada menos, que Guillermo Hermoso de Mendoza, el hijo de Pablo, quien se ha dicho siempre, ha representado un escollo importante en la carrera de Ventura. Tanto, que no han toreado juntos desde hace poco más de tres años (tratándose de los máximos exponentes del rejoneo, esto resalta); tanto, que el diestro portugués-sevillano no ha podido jamás actuar en plazas navarras como Pamplona o Logroño. Para nadie es secreto que entre Pablo y Diego hay, desde hace tiempo, una guerra profesional más allá de los ruedos.

Es decir, que Diego Ventura brindó la muerte de su primer toro, en su presentación en esta nueva temporada mexicana, al hijo de su más evidente enemigo. Es decir, que ese brindis representaba un momento inédito e inesperado, que no pudo pasar desapercibido.

¿Qué le dijo Diego a Guillermo en la intimidad de esa brevísima charla? ¿Qué puede significar este detalle, para bien o para mal, en la carrera del padre de Guillermo y del hoy considerado, a pesar de todo, el mejor rejoneador del mundo?

Lo dicho en la intimidad del brindis difícilmente lo sabremos los aficionados de a pie, sobre todo si tomamos en consideración que ya el vástago de Pablo confesó que lo que se dijo fue “algo íntimo”. Y, quizá, el brindis tampoco representará mayor cosa en la vida taurina de las figuras del rejoneo mencionadas; tal vez, y sólo tal vez, el momento quedará para el simple anecdotario en la vida torera de ambos. Y es que un simple brindis, por muy interesante que haya resultado, no alcanza a minimizar los egos, los intereses y las venganzas, si los hubiere.

Lo de fondo, lo grave, es que, tras las mayúsculas temporadas de Ventura en los últimos años, no pueda aún debutar en ciertas plazas, cerradas a piedra y lodo, y por misteriosos intereses, a sus encantos toreros.

Los brindis son un detalle más en la Fiesta de los Toros. Un detalle que, muchas veces, se convierte casi en un mero trámite, sobre todo cuando se trata de ofrecer la muerte del toro a la totalidad del público del festejo, un detalle muy habitual por parte de los toreros, tratando de quedar siempre bien con las mayorías. Y a ese brindis recurrente le sigue el detalle de si la montera queda con los machos hacia abajo, o hacia arriba, que tanto gusta a quienes van a la plaza a divertirse.

Después, desde luego, vienen los otros brindis: los que se hacen a personas en concreto, ubicadas generalmente en el tendido, pero también el callejón, donde tan buenas entradas se registran tarde a tarde. Dedicatorias a ratos emotivas, pero las más de las veces revestidas de intereses creados, de agradecimientos políticos, que culminan, días más tarde, en alguna comilona.

De entre los brindis distintos que se recuerdan está, obviamente, el de Rodolfo Rodríguez, “El Pana”, quien aprovechó los micrófonos de la televisión para agradecer a las prostitutas sus siempre prestos apoyos en los tiempos más difíciles del torero. Más de algún espectador taurino televisivo se quedó, aquella tarde, con la boca abierta ante el brindis del ese torero tlaxcalteca que parecía llegar a la conclusión de su carrera, pero que, en realidad, tomó un segundo aire de enormes proporciones.

Pero todo esto viene a cuento para reparar en un brindis por demás especial: el protagonizado por Diego Ventura la noche del pasado viernes en Juriquilla, cuando se acercó a tablas, justo frente al palco de ganaderos, donde suele ubicarse el empresario de la plaza, Juan Arturo Torres Landa, para ofrecer la muerte de ese su primero del festejo a un jovencito vestido de civil, pero que abriga la misma profesión de rejoneador.

El jovencito era, nada menos, que Guillermo Hermoso de Mendoza, el hijo de Pablo, quien se ha dicho siempre, ha representado un escollo importante en la carrera de Ventura. Tanto, que no han toreado juntos desde hace poco más de tres años (tratándose de los máximos exponentes del rejoneo, esto resalta); tanto, que el diestro portugués-sevillano no ha podido jamás actuar en plazas navarras como Pamplona o Logroño. Para nadie es secreto que entre Pablo y Diego hay, desde hace tiempo, una guerra profesional más allá de los ruedos.

Es decir, que Diego Ventura brindó la muerte de su primer toro, en su presentación en esta nueva temporada mexicana, al hijo de su más evidente enemigo. Es decir, que ese brindis representaba un momento inédito e inesperado, que no pudo pasar desapercibido.

¿Qué le dijo Diego a Guillermo en la intimidad de esa brevísima charla? ¿Qué puede significar este detalle, para bien o para mal, en la carrera del padre de Guillermo y del hoy considerado, a pesar de todo, el mejor rejoneador del mundo?

Lo dicho en la intimidad del brindis difícilmente lo sabremos los aficionados de a pie, sobre todo si tomamos en consideración que ya el vástago de Pablo confesó que lo que se dijo fue “algo íntimo”. Y, quizá, el brindis tampoco representará mayor cosa en la vida taurina de las figuras del rejoneo mencionadas; tal vez, y sólo tal vez, el momento quedará para el simple anecdotario en la vida torera de ambos. Y es que un simple brindis, por muy interesante que haya resultado, no alcanza a minimizar los egos, los intereses y las venganzas, si los hubiere.

Lo de fondo, lo grave, es que, tras las mayúsculas temporadas de Ventura en los últimos años, no pueda aún debutar en ciertas plazas, cerradas a piedra y lodo, y por misteriosos intereses, a sus encantos toreros.