/ miércoles 27 de noviembre de 2019

Sólo para villamelones

Ginés Marín es un torero que tuvo, hace un par de temporadas, la oportunidad de destacar en esa selva que significa la temporada española. Ese año de 2017, no solo salió por la puerta grande de Las Ventas de Madrid la tarde de su confirmación, sino que fue considerado el triunfador de esa feria, y de las de Badajoz, Pamplona y Santander.

Antes de esa tarde especial en Las Ventas, contando como padrino a El Juli y a Álvaro Lorenzo como testigo, había ya confirmado su doctorado en la Monumental México, concretamente el 25 de noviembre del 2016, con “Caballero”, de Llaguno, apadrinado por El Cejas y siendo testigo un torero queretano, Juan Pablo Llaguno, merecedor de más tardes.

Aquella soñada temporada europea del 2017, el diestro de Jerez de la Frontera rozó las glorias de una difícil profesión, pero, si bien se ha mantenido en una buena posición en el escalafón de los toreros españoles, no logró iguales alturas en el 2018 y el 2019. Tampoco en México, donde ha toreado sin mayor repercusión en diversas plazas del país, y sobre todo en la de la capital.

Hasta el domingo anterior.

La tarde del pasado domingo en la Monumental México, Ginés se encontró con la afición de la plaza más grande del mundo, porque aprovechó las circunstancias y se entregó a la emotividad, a la improvisación y a la inspiración, elementos todos que agradan a quienes asisten a los toros en nuestro país.

Cierto es que el torero, que inició su formación profesional en la Escuela Taurina de Badajoz y tomó la alternativa en el coso francés de Nimes, no estructuró ninguna de sus dos faenas, pero bastaron los momentos específicos, los detalles, la apelación al arte, para que la moneda cayera de cara y la plaza se le rindiera.

Ginés tuvo su mejor momento con el burel que cerraba el festejo, pero ni aún ahí pareció seguir un guion. Tuvo un inicio de faena de muleta, sí, cuando de rodillas le pegó una tanda de muletazos a su enemigo (y no es que fuese lo más ortodoxo posible, pero era un inicio), pero después nada de estructura, y solo improvisación de detalles que, finalmente, calaron y despertaron ese “olé” que tanto caracteriza a la México.

Para bien o para mal, sin apéndices de por medio, Ginés Marín podrá reseñar la corrida del domingo como la que marcó su deambular por el mundillo taurino de México. Los aficionados lo verán ahora con otros ojos, y eso, supongo, le ayudará a él y a la temporada.

En su próxima comparecencia, sin embargo, habrá que esperar algo más que improvisación y sentimiento, digo yo, aunque ya sabemos que eso de la dramatización puede, en este país y con esta afición, rendir productivos resultados (Antonio Ferrera puede, muy bien, corroborarlo).

¿De qué está hecho Ginés Marín? El futuro cercano seguramente nos lo descubrirá.

Ginés Marín es un torero que tuvo, hace un par de temporadas, la oportunidad de destacar en esa selva que significa la temporada española. Ese año de 2017, no solo salió por la puerta grande de Las Ventas de Madrid la tarde de su confirmación, sino que fue considerado el triunfador de esa feria, y de las de Badajoz, Pamplona y Santander.

Antes de esa tarde especial en Las Ventas, contando como padrino a El Juli y a Álvaro Lorenzo como testigo, había ya confirmado su doctorado en la Monumental México, concretamente el 25 de noviembre del 2016, con “Caballero”, de Llaguno, apadrinado por El Cejas y siendo testigo un torero queretano, Juan Pablo Llaguno, merecedor de más tardes.

Aquella soñada temporada europea del 2017, el diestro de Jerez de la Frontera rozó las glorias de una difícil profesión, pero, si bien se ha mantenido en una buena posición en el escalafón de los toreros españoles, no logró iguales alturas en el 2018 y el 2019. Tampoco en México, donde ha toreado sin mayor repercusión en diversas plazas del país, y sobre todo en la de la capital.

Hasta el domingo anterior.

La tarde del pasado domingo en la Monumental México, Ginés se encontró con la afición de la plaza más grande del mundo, porque aprovechó las circunstancias y se entregó a la emotividad, a la improvisación y a la inspiración, elementos todos que agradan a quienes asisten a los toros en nuestro país.

Cierto es que el torero, que inició su formación profesional en la Escuela Taurina de Badajoz y tomó la alternativa en el coso francés de Nimes, no estructuró ninguna de sus dos faenas, pero bastaron los momentos específicos, los detalles, la apelación al arte, para que la moneda cayera de cara y la plaza se le rindiera.

Ginés tuvo su mejor momento con el burel que cerraba el festejo, pero ni aún ahí pareció seguir un guion. Tuvo un inicio de faena de muleta, sí, cuando de rodillas le pegó una tanda de muletazos a su enemigo (y no es que fuese lo más ortodoxo posible, pero era un inicio), pero después nada de estructura, y solo improvisación de detalles que, finalmente, calaron y despertaron ese “olé” que tanto caracteriza a la México.

Para bien o para mal, sin apéndices de por medio, Ginés Marín podrá reseñar la corrida del domingo como la que marcó su deambular por el mundillo taurino de México. Los aficionados lo verán ahora con otros ojos, y eso, supongo, le ayudará a él y a la temporada.

En su próxima comparecencia, sin embargo, habrá que esperar algo más que improvisación y sentimiento, digo yo, aunque ya sabemos que eso de la dramatización puede, en este país y con esta afición, rendir productivos resultados (Antonio Ferrera puede, muy bien, corroborarlo).

¿De qué está hecho Ginés Marín? El futuro cercano seguramente nos lo descubrirá.