/ miércoles 4 de marzo de 2020

Sólo para villamelones

Seguramente Antonio Díaz Cañabate nunca imaginó, al crear el término, la enorme popularidad y utilización que alcanzaría. “Rincón de Ordóñez”, le llamó a aquella colocación del estoque, ligeramente caída, que producía efectos inmediatos, y que solía practicar el maestro de la verónica, Antonio Ordóñez.

El torero rondeño, que con el tiempo se convertiría en suegro de Paquirri, no fue quien la inventó, pues era una práctica que se utilizaba ya, como una medida de apremio antes las dificultades generadas por practicar el volapié con pureza; una forma poco ortodoxa de asegurar la muerte pronta del toro, sin que la espada se ubicara donde más trabajo daba colocarla.

Ordóñez utilizó tanto esta fórmula, ya en las postrimerías de su carrera, que acabó por darle nombre, y desde entonces, esta forma poco escrupulosa, pero efectiva, de matar, se volvió recurrente hasta nuestros días. Tanto que es fácil ver cómo hay toreros que se tiran un poquito abajo, y más en estos tiempos en que la suerte suprema parece no tener la misma importancia de antaño.

Hay quien se pregunta si no pasará lo mismo con el estilo de matar que ha acuñado, y practica socorridamente, Julián López, El Juli. Sus maneras, escandalosamente menos pulcras que el famoso “Rincón de Ordóñez”, incluso han influido en otros toreros que ya por ahí lo practican.

El “Julipié”, como le han llamado a la práctica, no basa su esencia en la colocación del estoque, sino en las formas de irse sobre el morrillo del toro. El torero de Madrid, al practicarlo cotidianamente, coloca la muleta sobre la cara del toro, y no sobre el hocico, que sería lo técnicamente correcto, para evitar que el burel vea al momento de la reunión, luego salva el pitón derecho, y “de sobaquillo” y con un saltito curioso, hunde el acero.

Se trata, a todas luces, de una práctica abusiva, que disminuye los riesgos en la llamada suerte suprema y que “alivia” de manera evidente el momento más trascendente de la lidia. Yo diría, sin temor a exagerar, que representa una vergüenza para el buen toreo.

Pero, como hemos dicho, los tiempos que corren ya no son los de antes; ya no reina el buen hacer, sino el entusiasmo de unas mayorías bastante alejadas de los cánones básicos del toreo. Y eso le ha permitido a Julián practicar, una y otra vez y al parecer sin pena alguna, su ya famoso “Julipié”.

Quizá un día por venir anexemos el término al diccionario taurino y las futuras generaciones lo vean como una forma más de practicar con éxito la suerte suprema.

Seguramente Antonio Díaz Cañabate nunca imaginó, al crear el término, la enorme popularidad y utilización que alcanzaría. “Rincón de Ordóñez”, le llamó a aquella colocación del estoque, ligeramente caída, que producía efectos inmediatos, y que solía practicar el maestro de la verónica, Antonio Ordóñez.

El torero rondeño, que con el tiempo se convertiría en suegro de Paquirri, no fue quien la inventó, pues era una práctica que se utilizaba ya, como una medida de apremio antes las dificultades generadas por practicar el volapié con pureza; una forma poco ortodoxa de asegurar la muerte pronta del toro, sin que la espada se ubicara donde más trabajo daba colocarla.

Ordóñez utilizó tanto esta fórmula, ya en las postrimerías de su carrera, que acabó por darle nombre, y desde entonces, esta forma poco escrupulosa, pero efectiva, de matar, se volvió recurrente hasta nuestros días. Tanto que es fácil ver cómo hay toreros que se tiran un poquito abajo, y más en estos tiempos en que la suerte suprema parece no tener la misma importancia de antaño.

Hay quien se pregunta si no pasará lo mismo con el estilo de matar que ha acuñado, y practica socorridamente, Julián López, El Juli. Sus maneras, escandalosamente menos pulcras que el famoso “Rincón de Ordóñez”, incluso han influido en otros toreros que ya por ahí lo practican.

El “Julipié”, como le han llamado a la práctica, no basa su esencia en la colocación del estoque, sino en las formas de irse sobre el morrillo del toro. El torero de Madrid, al practicarlo cotidianamente, coloca la muleta sobre la cara del toro, y no sobre el hocico, que sería lo técnicamente correcto, para evitar que el burel vea al momento de la reunión, luego salva el pitón derecho, y “de sobaquillo” y con un saltito curioso, hunde el acero.

Se trata, a todas luces, de una práctica abusiva, que disminuye los riesgos en la llamada suerte suprema y que “alivia” de manera evidente el momento más trascendente de la lidia. Yo diría, sin temor a exagerar, que representa una vergüenza para el buen toreo.

Pero, como hemos dicho, los tiempos que corren ya no son los de antes; ya no reina el buen hacer, sino el entusiasmo de unas mayorías bastante alejadas de los cánones básicos del toreo. Y eso le ha permitido a Julián practicar, una y otra vez y al parecer sin pena alguna, su ya famoso “Julipié”.

Quizá un día por venir anexemos el término al diccionario taurino y las futuras generaciones lo vean como una forma más de practicar con éxito la suerte suprema.