/ miércoles 13 de mayo de 2020

Sólo para villamelones

El de Alejandro Talavante es un toreo fresco, distinto, que ha basado en la improvisación -la buena y eficaz improvisación- lo medular de su estructura. No es un torero con una idea preconcebida al iniciar sus faenas de muleta, sino un diestro capaz de andar por los caminos que le dicte el burel, las circunstancias, los avatares de esos minutos cruciales en la vida del toro bravo.

Por eso le ha hecho tanta falta a la Fiesta durante el periodo de inactividad al que apeló él mismo, de manera inesperada -como suele ser su toreo-, al concluir la temporada 2018 en Zaragoza. Se fue, abrumado y harto de los entretelares del negocio, y hasta aquellos no tan proclives a sus formas, tuvieron que reconocer que hacía falta en los carteles confeccionados a lo largo del 2019. También en México, tierra de tardes de éxito, dejó un hueco no llenado.

Alejandro Talavante Rodríguez nació en Badajoz en noviembre del 87 y le dio por el mundo del toro desde muy pequeño. Abundan las fotografías de ese niño de pronunciada dentadura con los toreros de la época, a los que tenía, seguramente, como ídolos. Se dice que se convenció de ser torero cuando José Tomás -uno de los diestros que más admira, junto a Joselito-, en la plaza del barrio de Pardaleras, le regaló uno de los trofeos alcanzados aquella tarde, y se inscribió, con once años, en la escuela taurina de su ciudad natal.

Asegura que veía a aquellos toreros de su niñez como uno héroes, y se empecinó en llegar a ser héroe también él. Su carrera taurina, primero como becerrista y luego como novillero, alcanzó el momento climático cuando Morante de la Puebla le cedió los trastos de matador de toros en la discreta plaza murciana de Cehegín, condición que confirmaría en Las Ventas madrileña, de manos de El Juli y saliendo a hombros por la puerta grande.

Si bien tuvo un percance importante que le causó múltiples fracturas en el brazo derecho y le causó problemas por muchos meses, la cornada más fuerte recibida por Talavante en su carrera fue anímica y lo obligó al retiro temporal: un boicot, tras romper con su apoderado Toño Matilla, que le apartó de oportunidades ganadas a ley con la muleta.

Un año de retiro en el que vivió una vida aparentemente tranquila, donde se dejó la barba y donde vino adicionalmente su separación conyugal, sirvió también, quizá, para una renovación del torero, del profesional de la Tauromaquia, que anunció su regreso, ahora de la mano de José Miguel Arroyo y de Joaquín Ramos, en la plaza francesa de Arles, el once de abril. Obviamente, dados los tiempos de pandemia que corren, el regreso no pudo llevarse a cabo.

Torero especial, único, distinto, dicen que suele no ocupar una misma muleta para faenas distintas, y que va regalando las utilizadas, luego de cada festejo. De personalidad propia, fue capaz de marcharse y también de regresar, causando, en ambos casos, una expectación que, tal vez, ha abonado a su carrera taurina.

El de Alejandro Talavante es un toreo fresco, distinto, que ha basado en la improvisación -la buena y eficaz improvisación- lo medular de su estructura. No es un torero con una idea preconcebida al iniciar sus faenas de muleta, sino un diestro capaz de andar por los caminos que le dicte el burel, las circunstancias, los avatares de esos minutos cruciales en la vida del toro bravo.

Por eso le ha hecho tanta falta a la Fiesta durante el periodo de inactividad al que apeló él mismo, de manera inesperada -como suele ser su toreo-, al concluir la temporada 2018 en Zaragoza. Se fue, abrumado y harto de los entretelares del negocio, y hasta aquellos no tan proclives a sus formas, tuvieron que reconocer que hacía falta en los carteles confeccionados a lo largo del 2019. También en México, tierra de tardes de éxito, dejó un hueco no llenado.

Alejandro Talavante Rodríguez nació en Badajoz en noviembre del 87 y le dio por el mundo del toro desde muy pequeño. Abundan las fotografías de ese niño de pronunciada dentadura con los toreros de la época, a los que tenía, seguramente, como ídolos. Se dice que se convenció de ser torero cuando José Tomás -uno de los diestros que más admira, junto a Joselito-, en la plaza del barrio de Pardaleras, le regaló uno de los trofeos alcanzados aquella tarde, y se inscribió, con once años, en la escuela taurina de su ciudad natal.

Asegura que veía a aquellos toreros de su niñez como uno héroes, y se empecinó en llegar a ser héroe también él. Su carrera taurina, primero como becerrista y luego como novillero, alcanzó el momento climático cuando Morante de la Puebla le cedió los trastos de matador de toros en la discreta plaza murciana de Cehegín, condición que confirmaría en Las Ventas madrileña, de manos de El Juli y saliendo a hombros por la puerta grande.

Si bien tuvo un percance importante que le causó múltiples fracturas en el brazo derecho y le causó problemas por muchos meses, la cornada más fuerte recibida por Talavante en su carrera fue anímica y lo obligó al retiro temporal: un boicot, tras romper con su apoderado Toño Matilla, que le apartó de oportunidades ganadas a ley con la muleta.

Un año de retiro en el que vivió una vida aparentemente tranquila, donde se dejó la barba y donde vino adicionalmente su separación conyugal, sirvió también, quizá, para una renovación del torero, del profesional de la Tauromaquia, que anunció su regreso, ahora de la mano de José Miguel Arroyo y de Joaquín Ramos, en la plaza francesa de Arles, el once de abril. Obviamente, dados los tiempos de pandemia que corren, el regreso no pudo llevarse a cabo.

Torero especial, único, distinto, dicen que suele no ocupar una misma muleta para faenas distintas, y que va regalando las utilizadas, luego de cada festejo. De personalidad propia, fue capaz de marcharse y también de regresar, causando, en ambos casos, una expectación que, tal vez, ha abonado a su carrera taurina.