/ miércoles 3 de enero de 2018

Sólo para villamelones

El viento helado caracterizó la tarde, pero aún así, resultó gratificante que volviera por sus fueros una tradición queretana, iniciada por don Nicolás González Rivas y continuada por su hijo Nico, como la novillada del primero de enero en la Plaza Santa María.

Tras algunos años de ausencia, el propietario del coso construido por su abuelo a principios de los sesentas, volvió a hacer posible que nuestra plaza fuese escenario de un acontecimiento taurino que mucho puede ayudar a dar impulso a los jóvenes novilleros mexicanos. Por ahí han pasado aspirantes a toreros de muy diversas cataduras, justo cuando el año está iniciando y las ilusiones por venir se muestran a tope.

La del pasado lunes fue una novillada muy bien puesta: tres jóvenes novilleros interesantes y un encierro tan bien presentado de la guanajuatense ganadería de El Garambullo, que bien podrían haber sido considerado, en cuanto a peso y trapío, para muchas de las corridas de toros que hoy se anuncian por el país.

Los novillos no dieron facilidades, cierto es, a sus lidiadores, a quienes el viento, además, hizo pasar fatigas y preocupaciones, pero la novillada tuvo sus momentos interesantes y sus detalles particulares, a pesar de la, por desgracia, escasa entrada en los tendidos.

Tanto André Lagravere, el hermano menor de Michelito, a quien apodan El Galo, como el sanmiguelense Francisco Martínez, sufrieron preocupantes volteretas y cortaron, cada uno, un apéndice, demostrando, más allá de gustos personales, el oficio que han ido adquiriendo en los últimos meses, tanto aquí, como es el caso del segundo, como tras el Atlántico, donde hizo campaña el primero.

Sin embargo, creo que mención aparte merece Juan Pedro Llaguno, el más pequeño de una interesante dinastía torera, no solo por ser queretano, sino también y sobre todo, por las características de su toreo y la sapiencia que ha ido adquiriendo en su paso por la escuela taurina de Sevilla, donde ha estado inscrito a lo largo ya de un año.

Con sus justas excepciones, la novillada también nos delató la pésima preparación que tienen algunos subalternos mexicanos, que pasaron fatigas con los bureles para hacerlos entrar en vereda o para banderillearlos.  Ahí entró entonces Juan Pedro, a bregar y colocar en suerte a sus novillos, mostrando con ello un oficio y un conocimiento que, desde mi perspectiva, fue lo más interesante del festejo, más allá de faenas que no acabaron de serlo y que fueron premiadas con los apéndices que le dieron número al resultado final.

Como su hermano mayor, Juan Pedro está destinado a escribir páginas interesantes en nuestro toreo. Todo es cuestión, como siempre, de tiempo, suerte y ciertas relaciones, porque la preparación adecuada, la inversión en conocimientos y paciencia, ya la está poniendo.

En fin, que me parece plausible que Nicolás González Aréstegui, pese a los riesgos que representa hacer empresa taurina en estos tiempos que corren, se haya dado a la tarea de recuperar para los queretanos una tradición tan loable como la novillada de inicio de año, y que lo haya hecho, además, con una tercia interesante y un ganado así de presentado.

El viento helado caracterizó la tarde, pero aún así, resultó gratificante que volviera por sus fueros una tradición queretana, iniciada por don Nicolás González Rivas y continuada por su hijo Nico, como la novillada del primero de enero en la Plaza Santa María.

Tras algunos años de ausencia, el propietario del coso construido por su abuelo a principios de los sesentas, volvió a hacer posible que nuestra plaza fuese escenario de un acontecimiento taurino que mucho puede ayudar a dar impulso a los jóvenes novilleros mexicanos. Por ahí han pasado aspirantes a toreros de muy diversas cataduras, justo cuando el año está iniciando y las ilusiones por venir se muestran a tope.

La del pasado lunes fue una novillada muy bien puesta: tres jóvenes novilleros interesantes y un encierro tan bien presentado de la guanajuatense ganadería de El Garambullo, que bien podrían haber sido considerado, en cuanto a peso y trapío, para muchas de las corridas de toros que hoy se anuncian por el país.

Los novillos no dieron facilidades, cierto es, a sus lidiadores, a quienes el viento, además, hizo pasar fatigas y preocupaciones, pero la novillada tuvo sus momentos interesantes y sus detalles particulares, a pesar de la, por desgracia, escasa entrada en los tendidos.

Tanto André Lagravere, el hermano menor de Michelito, a quien apodan El Galo, como el sanmiguelense Francisco Martínez, sufrieron preocupantes volteretas y cortaron, cada uno, un apéndice, demostrando, más allá de gustos personales, el oficio que han ido adquiriendo en los últimos meses, tanto aquí, como es el caso del segundo, como tras el Atlántico, donde hizo campaña el primero.

Sin embargo, creo que mención aparte merece Juan Pedro Llaguno, el más pequeño de una interesante dinastía torera, no solo por ser queretano, sino también y sobre todo, por las características de su toreo y la sapiencia que ha ido adquiriendo en su paso por la escuela taurina de Sevilla, donde ha estado inscrito a lo largo ya de un año.

Con sus justas excepciones, la novillada también nos delató la pésima preparación que tienen algunos subalternos mexicanos, que pasaron fatigas con los bureles para hacerlos entrar en vereda o para banderillearlos.  Ahí entró entonces Juan Pedro, a bregar y colocar en suerte a sus novillos, mostrando con ello un oficio y un conocimiento que, desde mi perspectiva, fue lo más interesante del festejo, más allá de faenas que no acabaron de serlo y que fueron premiadas con los apéndices que le dieron número al resultado final.

Como su hermano mayor, Juan Pedro está destinado a escribir páginas interesantes en nuestro toreo. Todo es cuestión, como siempre, de tiempo, suerte y ciertas relaciones, porque la preparación adecuada, la inversión en conocimientos y paciencia, ya la está poniendo.

En fin, que me parece plausible que Nicolás González Aréstegui, pese a los riesgos que representa hacer empresa taurina en estos tiempos que corren, se haya dado a la tarea de recuperar para los queretanos una tradición tan loable como la novillada de inicio de año, y que lo haya hecho, además, con una tercia interesante y un ganado así de presentado.