La fotografía de Felipe Martínez cubriendo con su propio cuerpo el de su hermano herido e inconsciente en el ruedo de la Plaza Santa María, tomada por Emilio Méndez, corrió como la pólvora por las redes sociales del mundo, haciéndose, apenas en unas horas, viral. Luego también acaparó espacio en medios de comunicación del orbe taurino.
No era para menos. Era la confirmación de cómo se puede llegar a arriesgar la vida en beneficio de otro al que se ama fraternalmente, en un mundo tan duro, tan hostil, como puede ser el del toreo. Y era real, auténtica, como lo pudimos apreciar los asistentes a la novillada del pasado primero de enero, donde Francisco Martínez, un joven y exitoso novillero sanmiguelense, formaba parte del cartel.
Francisco había sido cogido, por segunda vez, por el novillo de El Garambullo que le tocó en suerte en su segundo turno. En el primer tercio lo había revolcado y le había avisado, como buena parte del resto de sus hermanos lidiados esa tarde, que no se trataba de un animal bobo, sino con capacidad para herir y hacer pasar fatigas a sus lidiadores. Luego, ya en la faena de muleta y cuando parecía que el tercer tercio estaba muy próximo a concluir, vendría este segundo arropón, que elevó a Martínez por los aires y lo hizo caer de cabeza, cerca de la barrera, en los terrenos cercanos a la puerta de cuadrillas.
Inmóvil, el novillero quedó a expensas de una nueva cornada, pero el que casi se la llevó fue su hermano, que lo acompañaba como mozo de estoques y que había saltado al ruedo para cubrir el cuerpo del torero.
Después vendría el desorden, cuando el propio Felipe Martínez, luego de que el primer espada del festejo, como correspondía, se había aventurado a matar al novillo, hizo berrinche desde el callejón, exclamando con voces y ademanes que el alternante, que había sido llevado en brazos hasta la enfermería, regresaría para pasaportar al burel. Y así lo hizo, pese a que el de El Garambullo había ya recibido un espadazo. Algo totalmente inusual y fuera de reglamento.
De todo aquello lo que quedó, ¿y cómo no?, fue el heroico acto de un hermano cubriendo de la cornada al herido; un instante sublime, que de alguna manera refleja en una imagen fotográfica el mejor lado, el solidario, de la Tauromaquia. Y aquel momento, dramático y efímero como el toreo mismo, valió por sí solo la tarde.