/ miércoles 21 de julio de 2021

Sólo para villamelones | Céret

Las notas de “El Segadors” se desgranan entre los tendidos, ocupados por espectadores rigurosamente de pie, justo antes de que inicie cada festejo. Resultaría curioso que este himno catalán se escuche así, con ese fervor, en tierras francesas, si no fuera porque Céret, ciudad donde se ubica “Las Arenas”, la pequeña y antigua plaza de toros de la localidad, está apenas a media hora en coche de Figueras, la ciudad de Dalí, y a 180 kilómetros de Barcelona. Es pues Céret más una población catalana que francesa.

Justo ahí, en ese ruedo y siempre a mediados de julio, se celebra su feria taurina; una feria especial, única, espectacular, porque en ella se privilegia al toro bravo y a la suerte de varas. Ahí, en la capital de la comarca de Vallespir, famosa por su producción de cerezas, se toma a la fiesta taurina muy en serio, tanto, que escogen, a lo largo del año, aquellas ganaderías y corridas que puedan garantizar exigencia y hasta dureza.

Así, hasta Céret llegan camadas de toros de ganaderías únicas, y en algunos casos, casi extintas, que deben recibir al menos dos puyazos por toro, aunque lo más común es que sean tres o hasta más, siempre situando al burel a mayor distancia, y siempre, invariablemente, contando con la complicidad silenciosa de los cuatro mil espectadores que alcanzan, en condiciones normales, a llenar las gradas de este rústico coso.

La afición de Céret pues es torista y no torerista, enemiga de la comodidad en la lidia, amante de sus tradiciones y catalana por convicción, al grado de que no se puede ver en la plaza una sola bandera francesa y sí varias “senyeras” catalanas.

El espectáculo taurino que cada año se puede apreciar en esta localidad a los pies de los Pirineos debería ser algo imperdible, al menos alguna vez en la vida, para los aficionados a la Fiesta de los Toros. La de Céret es una feria imprescindible, sobre todo en los tiempos que corren.

Las notas de “El Segadors” se desgranan entre los tendidos, ocupados por espectadores rigurosamente de pie, justo antes de que inicie cada festejo. Resultaría curioso que este himno catalán se escuche así, con ese fervor, en tierras francesas, si no fuera porque Céret, ciudad donde se ubica “Las Arenas”, la pequeña y antigua plaza de toros de la localidad, está apenas a media hora en coche de Figueras, la ciudad de Dalí, y a 180 kilómetros de Barcelona. Es pues Céret más una población catalana que francesa.

Justo ahí, en ese ruedo y siempre a mediados de julio, se celebra su feria taurina; una feria especial, única, espectacular, porque en ella se privilegia al toro bravo y a la suerte de varas. Ahí, en la capital de la comarca de Vallespir, famosa por su producción de cerezas, se toma a la fiesta taurina muy en serio, tanto, que escogen, a lo largo del año, aquellas ganaderías y corridas que puedan garantizar exigencia y hasta dureza.

Así, hasta Céret llegan camadas de toros de ganaderías únicas, y en algunos casos, casi extintas, que deben recibir al menos dos puyazos por toro, aunque lo más común es que sean tres o hasta más, siempre situando al burel a mayor distancia, y siempre, invariablemente, contando con la complicidad silenciosa de los cuatro mil espectadores que alcanzan, en condiciones normales, a llenar las gradas de este rústico coso.

La afición de Céret pues es torista y no torerista, enemiga de la comodidad en la lidia, amante de sus tradiciones y catalana por convicción, al grado de que no se puede ver en la plaza una sola bandera francesa y sí varias “senyeras” catalanas.

El espectáculo taurino que cada año se puede apreciar en esta localidad a los pies de los Pirineos debería ser algo imperdible, al menos alguna vez en la vida, para los aficionados a la Fiesta de los Toros. La de Céret es una feria imprescindible, sobre todo en los tiempos que corren.