/ miércoles 1 de septiembre de 2021

Sólo para villamelones | El toreo tras la pandemia

El toreo tiene la particularidad de que, a veces, no requiere de hazañas inconmensurables, ni de gestas heroicas (aunque las hay) para que valga la pena. Basta un detalle, un momento, un deleite tan efímero como inolvidable, para que todo cobre sentido.

Es el caso de algunos momentos vividos en esta tan inusual temporada 2021, que ha llevado a la Fiesta Brava a vivir lo nunca antes pensado, a recapitular sobre su vulnerabilidad, y a enfrentar quizá los embates más cruentos de su historia.

En medio de una pandemia demoledora, con una disminución evidente de festejos taurinos en el mundo, el toreo nos ha regalado, a pesar de todo, esos instantes que lo engrandecen y que motivan a la esperanza, pese a los otros muchos golpes que le han dado, y le siguen dado, en estos aciagos tiempos que corren.

En circunstancias así, una verónica de Pablo Aguado o un muletazo de Morante reconfortan y nos hacen creer que eso es más que suficiente. Y tal vez lo sea, mientras dure.

El problema es que, como la humanidad toda con la pandemia, el mundo del toro tendría necesariamente que reinventarse, que mirar hacia adentro de sus entrañas y sacar lo mejor de sí; evaluar lo que ha hecho mal, lo mucho que tiene por corregir, aquello que lo envicia y lo envilece.

Pero, como con la humanidad en general, habría que preguntarse si seremos capaces, en este mundillo taurino, de recapacitar sobre nuestros valores y hacer de nuestras circunstancias un espacio mejor; aprovechar la invaluable posición que establece la vulnerabilidad, la derrota, para evitar en el futuro los errores cometidos.

Y es que siempre nos quedaremos con la verónica de Aguado y el muletazo de Morante, pero eso no nos autoriza para olvidarnos de lo otro que degrada a la Fiesta y la hace injusta a ratos y a otros embaucadora.

Cuando salgamos de este túnel oscuro, si es que salimos, tendremos que tener más argumentos que aquella verónica y aquel muletazo, por ricos que sean, para enfrentar la dura guerra a la que han condenado al toreo sus detractores. Y mientras lo hacemos, que la verónica de Pablo y el muletazo de José Antonio nos obligue a recapitular sobre la esencia de un mundo al que muchos parecen sólo verle la epidermis.

El toreo tiene la particularidad de que, a veces, no requiere de hazañas inconmensurables, ni de gestas heroicas (aunque las hay) para que valga la pena. Basta un detalle, un momento, un deleite tan efímero como inolvidable, para que todo cobre sentido.

Es el caso de algunos momentos vividos en esta tan inusual temporada 2021, que ha llevado a la Fiesta Brava a vivir lo nunca antes pensado, a recapitular sobre su vulnerabilidad, y a enfrentar quizá los embates más cruentos de su historia.

En medio de una pandemia demoledora, con una disminución evidente de festejos taurinos en el mundo, el toreo nos ha regalado, a pesar de todo, esos instantes que lo engrandecen y que motivan a la esperanza, pese a los otros muchos golpes que le han dado, y le siguen dado, en estos aciagos tiempos que corren.

En circunstancias así, una verónica de Pablo Aguado o un muletazo de Morante reconfortan y nos hacen creer que eso es más que suficiente. Y tal vez lo sea, mientras dure.

El problema es que, como la humanidad toda con la pandemia, el mundo del toro tendría necesariamente que reinventarse, que mirar hacia adentro de sus entrañas y sacar lo mejor de sí; evaluar lo que ha hecho mal, lo mucho que tiene por corregir, aquello que lo envicia y lo envilece.

Pero, como con la humanidad en general, habría que preguntarse si seremos capaces, en este mundillo taurino, de recapacitar sobre nuestros valores y hacer de nuestras circunstancias un espacio mejor; aprovechar la invaluable posición que establece la vulnerabilidad, la derrota, para evitar en el futuro los errores cometidos.

Y es que siempre nos quedaremos con la verónica de Aguado y el muletazo de Morante, pero eso no nos autoriza para olvidarnos de lo otro que degrada a la Fiesta y la hace injusta a ratos y a otros embaucadora.

Cuando salgamos de este túnel oscuro, si es que salimos, tendremos que tener más argumentos que aquella verónica y aquel muletazo, por ricos que sean, para enfrentar la dura guerra a la que han condenado al toreo sus detractores. Y mientras lo hacemos, que la verónica de Pablo y el muletazo de José Antonio nos obligue a recapitular sobre la esencia de un mundo al que muchos parecen sólo verle la epidermis.