/ miércoles 7 de julio de 2021

Sólo para villamelones | Retiro de Ponce

El retiro voluntario y “por tiempo indefinido” de Enrique Ponce ha venido a representar la noticia más impactante del mundo taurino de los últimos días, y no sólo para éste, sino también para la llamada “prensa rosa”, o “del corazón”, que ha convertido al torero valenciano en protagonista de sus páginas y videos. De hecho, en los más recientes meses, el nacido en Chiva es más un producto de la información social que de la taurina, seguramente muy a su pesar.

Una trayectoria de tres décadas marchando a la cabeza del escalafón, o considerándose la mayor figura de su época, se ha venido a opacar, irremediablemente, gracias a los virajes de su vida sentimental, más allá del ruedo, pero con innegables detalles dentro de él. Ese Ponce poderoso de otrora, el de las faenas impensables a toros complicados, se había venido desdibujando con la llegada de una etapa más adusta, en la que se colaron, sin remedio, las ansias de una juventud dormida entre los entretelares del corazón.

Sería injusto no reconocer en el torero valenciano su enorme valía profesional, su tesón, su capacidad lidiadora, o la belleza en la forma de interpretar su toreo; sería injusto juzgarlo tan solo por sus amores tardíos, por su intención de colarse, sin mayores méritos, en terrenos que no domina del todo, o por asirse de esos vicios añejos que suelen compartir las llamadas figuras en detrimento de los demás compañeros de profesión. Sería injusto no ubicarlo en el lugar de privilegio que le corresponde en la historia del toreo contemporáneo.

Pero es innegable que este hombre que le dio por romper paradigmas vistiendo de frac y lidiando al compás de música clásica, que se puso a cantar rancheras y hasta acarició la idea de grabar discos, que osó discutir sobre los tamaños y características de los toros mexicanos desde el callejón mientras algún compañero se jugaba la vida en el ruedo, que gustaba del toro a modo, y sobre todo, que rompió con una vida tradicional para enrolarse en una aventura amorosa al más puro estilo de un preparatoriano, no estaba ya del todo en ese sitio en el que las distracciones cobran facturas altísimas.

Ponce así, con sus muy particulares circunstancias actuales, pone distancia de por medio con el toro, porque su cabeza ya no estaba, no podía estar, donde las zapatillas tienen que quedarse quietas al paso de los pitones.

El tiempo “indefinido” del retiro hace abrigar sospechas, y esperanzas para los poncistas, de que el valenciano regresará más temprano que tarde, acaso cuando la obnubilación del momento le deje quieta la mente y el espíritu, cuando vuelva de esa navegación que emprendió por aguas bravas y decida que es tiempo de cerrar con dignidad una brillante carrera profesional.

Para ello, Ponce deberá regresar con la afición y la humildad de sus inicios, con la sapiencia de sus muchas horas frente al toro, con la seriedad que su trayectoria merece. Lo hará seguramente. Es lo que todos deseamos.

El retiro voluntario y “por tiempo indefinido” de Enrique Ponce ha venido a representar la noticia más impactante del mundo taurino de los últimos días, y no sólo para éste, sino también para la llamada “prensa rosa”, o “del corazón”, que ha convertido al torero valenciano en protagonista de sus páginas y videos. De hecho, en los más recientes meses, el nacido en Chiva es más un producto de la información social que de la taurina, seguramente muy a su pesar.

Una trayectoria de tres décadas marchando a la cabeza del escalafón, o considerándose la mayor figura de su época, se ha venido a opacar, irremediablemente, gracias a los virajes de su vida sentimental, más allá del ruedo, pero con innegables detalles dentro de él. Ese Ponce poderoso de otrora, el de las faenas impensables a toros complicados, se había venido desdibujando con la llegada de una etapa más adusta, en la que se colaron, sin remedio, las ansias de una juventud dormida entre los entretelares del corazón.

Sería injusto no reconocer en el torero valenciano su enorme valía profesional, su tesón, su capacidad lidiadora, o la belleza en la forma de interpretar su toreo; sería injusto juzgarlo tan solo por sus amores tardíos, por su intención de colarse, sin mayores méritos, en terrenos que no domina del todo, o por asirse de esos vicios añejos que suelen compartir las llamadas figuras en detrimento de los demás compañeros de profesión. Sería injusto no ubicarlo en el lugar de privilegio que le corresponde en la historia del toreo contemporáneo.

Pero es innegable que este hombre que le dio por romper paradigmas vistiendo de frac y lidiando al compás de música clásica, que se puso a cantar rancheras y hasta acarició la idea de grabar discos, que osó discutir sobre los tamaños y características de los toros mexicanos desde el callejón mientras algún compañero se jugaba la vida en el ruedo, que gustaba del toro a modo, y sobre todo, que rompió con una vida tradicional para enrolarse en una aventura amorosa al más puro estilo de un preparatoriano, no estaba ya del todo en ese sitio en el que las distracciones cobran facturas altísimas.

Ponce así, con sus muy particulares circunstancias actuales, pone distancia de por medio con el toro, porque su cabeza ya no estaba, no podía estar, donde las zapatillas tienen que quedarse quietas al paso de los pitones.

El tiempo “indefinido” del retiro hace abrigar sospechas, y esperanzas para los poncistas, de que el valenciano regresará más temprano que tarde, acaso cuando la obnubilación del momento le deje quieta la mente y el espíritu, cuando vuelva de esa navegación que emprendió por aguas bravas y decida que es tiempo de cerrar con dignidad una brillante carrera profesional.

Para ello, Ponce deberá regresar con la afición y la humildad de sus inicios, con la sapiencia de sus muchas horas frente al toro, con la seriedad que su trayectoria merece. Lo hará seguramente. Es lo que todos deseamos.