/ miércoles 17 de febrero de 2021

Sólo para villamelones|La Santa María

La Plaza Santa María de Querétaro es uno de esos cosos taurinos con solera, de los que nacen de la pasión de alguien capaz de realizar sueños casi imposibles. La Santa María es, más allá de una de las plazas de toros más importantes del país, un monumento a la imaginación y la tenacidad.

Don Nicolás González Jáuregui, quien era capaz de trasladar una capilla europea, piedra por piedra, y levantarla en la Ciudad de México, quizá era el único queretano con posibilidades de lanzarse a esa aventura que parecía inalcanzable: la de darle a su ciudad, luego de la desaparición de la Colón, una nueva plaza de toros en tan solo un año.

Y no se conformó con edificar un inmueble destinado a la Fiesta Brava, sino que lo hizo con características únicas, especiales, distintas, bellas y funcionales; no se conformó con levantar el anhelo de los aficionados queretanos, sino que se empeñó en convertir a su plaza en la más importante, con carteles redondos, con temporadas inolvidables, con visibilidad mundial.

Por el ruedo de la Santa María han pasado todas las figuras del toreo, de aquí y de allá, desde Calesero a Manzanares padre, de Manolo a Camino, de Gutiérrez, Curro y Eloy, a El Capea, Ojeda, y El Cordobés. Por años, el coso queretano se convirtió en el más trascendente de los escenarios taurinos, estableciendo como una costumbre las corridas en sábado, lo que permitía la asistencia de los aficionados de la capital del país.

Ahí, Manolo Martínez confeccionó algunas de sus más importantes faenas; ahí, Camino se topó con Navideño para realizar la que algunos consideran la lidia más importante del siglo, y ahí, sobre su arena, se conformó el mito de una de las ganaderías más trascendentes del campo bravo mexicano: la de don Javier Garfias.

Y curiosamente, aunque la Santa María ha sido testigo de percances que mucho han afectado a algunos toreros, entre los que se pueden destacar los queretanos Ernesto Sanromán y Octavio García, nunca ha cargado, en sus más de seis lustros de existencia, con una cornada que haya cegado la vida de alguno de los hombres que ejercen la profesión de torero.

Aunque faltan todavía muchos meses para conmemorar un aniversario más de su inauguración, allá cuando apenas iniciaba la década de los sesenta del siglo pasado, la Santa María ha sido motivo de comentarios al desatarse el rumor de que podría ser vendida, para después convertir su terreno en cualquier otra cosa comercial, tomando en consideración su magnífica ubicación y las dificultades que hoy se viven para que los toros representen un negocio.

Pero yo me quedo con la afirmación de Nicolás González Arestegui, nieto de don Nicolás y actual propietario del coso, sobre su posible venta: “No hay nada sobre la venta. Por ahora, no es cierto”.

A la Santa María, espero, aún le quedan muchas tardes de toros por vivir.

La Plaza Santa María de Querétaro es uno de esos cosos taurinos con solera, de los que nacen de la pasión de alguien capaz de realizar sueños casi imposibles. La Santa María es, más allá de una de las plazas de toros más importantes del país, un monumento a la imaginación y la tenacidad.

Don Nicolás González Jáuregui, quien era capaz de trasladar una capilla europea, piedra por piedra, y levantarla en la Ciudad de México, quizá era el único queretano con posibilidades de lanzarse a esa aventura que parecía inalcanzable: la de darle a su ciudad, luego de la desaparición de la Colón, una nueva plaza de toros en tan solo un año.

Y no se conformó con edificar un inmueble destinado a la Fiesta Brava, sino que lo hizo con características únicas, especiales, distintas, bellas y funcionales; no se conformó con levantar el anhelo de los aficionados queretanos, sino que se empeñó en convertir a su plaza en la más importante, con carteles redondos, con temporadas inolvidables, con visibilidad mundial.

Por el ruedo de la Santa María han pasado todas las figuras del toreo, de aquí y de allá, desde Calesero a Manzanares padre, de Manolo a Camino, de Gutiérrez, Curro y Eloy, a El Capea, Ojeda, y El Cordobés. Por años, el coso queretano se convirtió en el más trascendente de los escenarios taurinos, estableciendo como una costumbre las corridas en sábado, lo que permitía la asistencia de los aficionados de la capital del país.

Ahí, Manolo Martínez confeccionó algunas de sus más importantes faenas; ahí, Camino se topó con Navideño para realizar la que algunos consideran la lidia más importante del siglo, y ahí, sobre su arena, se conformó el mito de una de las ganaderías más trascendentes del campo bravo mexicano: la de don Javier Garfias.

Y curiosamente, aunque la Santa María ha sido testigo de percances que mucho han afectado a algunos toreros, entre los que se pueden destacar los queretanos Ernesto Sanromán y Octavio García, nunca ha cargado, en sus más de seis lustros de existencia, con una cornada que haya cegado la vida de alguno de los hombres que ejercen la profesión de torero.

Aunque faltan todavía muchos meses para conmemorar un aniversario más de su inauguración, allá cuando apenas iniciaba la década de los sesenta del siglo pasado, la Santa María ha sido motivo de comentarios al desatarse el rumor de que podría ser vendida, para después convertir su terreno en cualquier otra cosa comercial, tomando en consideración su magnífica ubicación y las dificultades que hoy se viven para que los toros representen un negocio.

Pero yo me quedo con la afirmación de Nicolás González Arestegui, nieto de don Nicolás y actual propietario del coso, sobre su posible venta: “No hay nada sobre la venta. Por ahora, no es cierto”.

A la Santa María, espero, aún le quedan muchas tardes de toros por vivir.