/ miércoles 9 de diciembre de 2020

Sólo para villamelones|Minotauro y Gamero

Yo no sé si Emiliano Gamero tiene razón al quejarse de no haber recibido el premio al rejoneador triunfador de la temporada, y de estallar contra los otorgantes del trofeo “Minotauro”, de la Peña 432, por otorgar este reconocimiento al español Guillermo Hermoso de Mendoza. Y no lo sé, simplemente porque no estuve muy al pendiente de la participación de Guillermo, aunque es evidente que ésta no alcanzó las dimensiones de triunfo que significó el primer indulto en la historia de la Plaza México a un toro lidiado por algún rejoneador mexicano.

Lo que sí sé, lo que sí me parece, es que en el mundo del toro se le está dando demasiada importancia a los trofeos, sean éstos orejas de los bureles o reconocimientos de diversas agrupaciones, como los “Minotauro”; que se cuentan orejas y trofeos como si fueran, de verdad, quienes forjan a un torero, y no su actuar en los ruedos y el recuerdo que de ese actuar queda entre los espectadores que lo vieron.

No sé tampoco si en otras épocas se daba, como abunda ahora, la costumbre de mendigar, o de exigir, trofeos. He visto demasiadas ocasiones como las huestes de los toreros -Pablo, el padre de Guillermo, incluido-, animan al público para que pida orejas inmerecidas, y como hasta se encaran con la autoridad en turno, como si de pleito callejero se tratara y como un recurso barato para obtenerlas.

Y es que las orejas son como las calificaciones de la escuela: intentan ser un parámetro para medir el triunfo de un torero, pero de ninguna manera pueden garantizar la calidad del mismo; esto es otra cosa, que no puede medirse con esos criterios. Hay toreros que nunca serán figuras, como escolares que no se convertirán en profesionistas exitosos, por más orejas que les otorguen ante la insistencia de sus equipos desde el ruedo o el callejón.

Por eso lo de Gamero y su molestia con la Peña 432, que incluso ha llegado a la amenaza de regresar el trofeo “Minotauro” recibido en alguna otra ocasión, me parece más un acto publicitario que otra cosa. ¿Cuántos aficionados sabían, por ejemplo, que el rejoneador de largos bigotes conservaba en sus vitrinas tal distinción?, me pregunto.

Ahora que, ni duda cabe, lo de Guillermo Hermoso de Mendoza huele tan mal que hasta los más alejados de la lidia a la usanza portuguesa les causa extrañeza. ¿De verdad el hijo de Pablo merece ser reconocido como el triunfador de la temporada? ¿De verdad?

Yo no sé si Emiliano Gamero tiene razón al quejarse de no haber recibido el premio al rejoneador triunfador de la temporada, y de estallar contra los otorgantes del trofeo “Minotauro”, de la Peña 432, por otorgar este reconocimiento al español Guillermo Hermoso de Mendoza. Y no lo sé, simplemente porque no estuve muy al pendiente de la participación de Guillermo, aunque es evidente que ésta no alcanzó las dimensiones de triunfo que significó el primer indulto en la historia de la Plaza México a un toro lidiado por algún rejoneador mexicano.

Lo que sí sé, lo que sí me parece, es que en el mundo del toro se le está dando demasiada importancia a los trofeos, sean éstos orejas de los bureles o reconocimientos de diversas agrupaciones, como los “Minotauro”; que se cuentan orejas y trofeos como si fueran, de verdad, quienes forjan a un torero, y no su actuar en los ruedos y el recuerdo que de ese actuar queda entre los espectadores que lo vieron.

No sé tampoco si en otras épocas se daba, como abunda ahora, la costumbre de mendigar, o de exigir, trofeos. He visto demasiadas ocasiones como las huestes de los toreros -Pablo, el padre de Guillermo, incluido-, animan al público para que pida orejas inmerecidas, y como hasta se encaran con la autoridad en turno, como si de pleito callejero se tratara y como un recurso barato para obtenerlas.

Y es que las orejas son como las calificaciones de la escuela: intentan ser un parámetro para medir el triunfo de un torero, pero de ninguna manera pueden garantizar la calidad del mismo; esto es otra cosa, que no puede medirse con esos criterios. Hay toreros que nunca serán figuras, como escolares que no se convertirán en profesionistas exitosos, por más orejas que les otorguen ante la insistencia de sus equipos desde el ruedo o el callejón.

Por eso lo de Gamero y su molestia con la Peña 432, que incluso ha llegado a la amenaza de regresar el trofeo “Minotauro” recibido en alguna otra ocasión, me parece más un acto publicitario que otra cosa. ¿Cuántos aficionados sabían, por ejemplo, que el rejoneador de largos bigotes conservaba en sus vitrinas tal distinción?, me pregunto.

Ahora que, ni duda cabe, lo de Guillermo Hermoso de Mendoza huele tan mal que hasta los más alejados de la lidia a la usanza portuguesa les causa extrañeza. ¿De verdad el hijo de Pablo merece ser reconocido como el triunfador de la temporada? ¿De verdad?