/ jueves 11 de febrero de 2021

Sopa de letras | Un Mundo Feliz

Parafraseando, a la extraordinaria novela de Aldous Huxley, un “Mundo Feliz”, nos presenta un mundo en el que el estado controla el más mínimo detalle de la vida de los individuos, y gracias a esta utopía hoy en Australia viven en un mundo feliz. Como lo señala Mary- Louise Mc Laws, epidemióloga de la Universidad de Nueva Galés del Sur especializada en control de enfermedades infecciosas y consejera de la Organización Mundial de la Salud: “El éxito de la gestión del coronavirus en Australia se basa en la aplicación más estricta de las medidas de contención y control, el cierre de fronteras internacionales, los confinamientos y restricciones de movilidad, el respeto por mantener la distancia social y la cantidad de test realizados a la población”.

Hace precisamente un año cerró sus fronteras con China. A los pocos días lo hizo con Irán, Corea del Sur e Italia, y el 20 de marzo a cualquier ciudadano no australiano o sin la resistencia permanente.

Diría que esa fue el aspecto más importante, porque permitió a las autoridades detectar los focos y combatirlos. Puntualiza Mc Laws. “La clave fue eso, y la obediencia de la gente. Creo que aquí hay algo cultural. A la Mayoría de los australianos, cuando las autoridades nos piden que sigamos una norma, lo hacemos. Podemos estar de acuerdo o no, nos puede incomodar más o menos, pero la jerarquía de quién dicta las reglas no se discute, y menos si hay evidencias científicas que lo respaldan.” La gente sabe que si se viola la norma pagará por ello. Y las multas son muy altas 66.000 dólares.

La prohibición de entrar o salir del país, salvo contadas excepciones, debidamente justificadas, sigue en vigor y todo apunta que se mantendrá hasta 2022. Cualquier australiano que en los últimos meses estuviera de viaje o lo esté en estos momentos, deberá pasar por un proceso que con suerte, lo devolverán a casa en no menos de un mes.

Para amortiguar el impacto de la pandemia en la economía, el gobierno creó el programa de ayudss, Jobkeeper “mantener el trabajo”. Desde abril de 2020, cualquier empresa en Australia que presente una caída del 30% en sus ingresos al cruzar los datos con los del mismo periodo del año anterior recibe una subvención por cada uno de los empleados que mantiene en plantilla. Esa retribución, destinada solo a los australianos y a residentes permanentes, fue inicialmente de 3000 mil dólares mensuales, que pasaron a 2400 dólares en septiembre y que desde enero hasta marzo, fecha en que se termina el subsidio, es de 2100 dólares. Han abonado más de 80.000 millones de dólares, destinados a ayudar a más de 3.7 millones de australianos. Como dice una mujer, Laura Gutiérrez, que vive en Queenslnd. Ella recurre lo brusco que le resultó el cambio al volver a Australia tras pasar unos meses en España.: “Cuando aterrizamos parecíamos prisioneros. Nos metieron en autobuses y fuimos escoltados hacia el hotel por tres coches de policía. Cuando me dejaron salir, tras los 14 días, me costó un poco habituarme a la libertad. Lo más extraño era no ver a nadie con cubreboca, los parques y los restaurantes llenos de gente que se abrazaba e y se besaban tranquilamente”. Un mundo feliz.

Parafraseando, a la extraordinaria novela de Aldous Huxley, un “Mundo Feliz”, nos presenta un mundo en el que el estado controla el más mínimo detalle de la vida de los individuos, y gracias a esta utopía hoy en Australia viven en un mundo feliz. Como lo señala Mary- Louise Mc Laws, epidemióloga de la Universidad de Nueva Galés del Sur especializada en control de enfermedades infecciosas y consejera de la Organización Mundial de la Salud: “El éxito de la gestión del coronavirus en Australia se basa en la aplicación más estricta de las medidas de contención y control, el cierre de fronteras internacionales, los confinamientos y restricciones de movilidad, el respeto por mantener la distancia social y la cantidad de test realizados a la población”.

Hace precisamente un año cerró sus fronteras con China. A los pocos días lo hizo con Irán, Corea del Sur e Italia, y el 20 de marzo a cualquier ciudadano no australiano o sin la resistencia permanente.

Diría que esa fue el aspecto más importante, porque permitió a las autoridades detectar los focos y combatirlos. Puntualiza Mc Laws. “La clave fue eso, y la obediencia de la gente. Creo que aquí hay algo cultural. A la Mayoría de los australianos, cuando las autoridades nos piden que sigamos una norma, lo hacemos. Podemos estar de acuerdo o no, nos puede incomodar más o menos, pero la jerarquía de quién dicta las reglas no se discute, y menos si hay evidencias científicas que lo respaldan.” La gente sabe que si se viola la norma pagará por ello. Y las multas son muy altas 66.000 dólares.

La prohibición de entrar o salir del país, salvo contadas excepciones, debidamente justificadas, sigue en vigor y todo apunta que se mantendrá hasta 2022. Cualquier australiano que en los últimos meses estuviera de viaje o lo esté en estos momentos, deberá pasar por un proceso que con suerte, lo devolverán a casa en no menos de un mes.

Para amortiguar el impacto de la pandemia en la economía, el gobierno creó el programa de ayudss, Jobkeeper “mantener el trabajo”. Desde abril de 2020, cualquier empresa en Australia que presente una caída del 30% en sus ingresos al cruzar los datos con los del mismo periodo del año anterior recibe una subvención por cada uno de los empleados que mantiene en plantilla. Esa retribución, destinada solo a los australianos y a residentes permanentes, fue inicialmente de 3000 mil dólares mensuales, que pasaron a 2400 dólares en septiembre y que desde enero hasta marzo, fecha en que se termina el subsidio, es de 2100 dólares. Han abonado más de 80.000 millones de dólares, destinados a ayudar a más de 3.7 millones de australianos. Como dice una mujer, Laura Gutiérrez, que vive en Queenslnd. Ella recurre lo brusco que le resultó el cambio al volver a Australia tras pasar unos meses en España.: “Cuando aterrizamos parecíamos prisioneros. Nos metieron en autobuses y fuimos escoltados hacia el hotel por tres coches de policía. Cuando me dejaron salir, tras los 14 días, me costó un poco habituarme a la libertad. Lo más extraño era no ver a nadie con cubreboca, los parques y los restaurantes llenos de gente que se abrazaba e y se besaban tranquilamente”. Un mundo feliz.