/ miércoles 8 de abril de 2020

Valor-es Educación | Los momentos de crisis sacan lo peor y lo mejor que tenemos


La pandemia que inició el año pasado en la ciudad de Wuhan, China es una de las mayores crisis humanitarias de, al menos, de los últimos 100 años. Entre las pandemias más mortíferas de la historia están la peste negra en el siglo XIV, que cobró la vida de más de 200 millones de personas en el mundo; la viruela, a más de 300 millones incluidos los pueblos prehispánicos (a la que le deben gran parte de su derrota durante la conquista en 1520); la llamada “gripe española” al final de la Primera Guerra Mundial, con 50 millones de muertes; o el VIH, que surgió en los años 80 del siglo pasado. Para este siglo XXI, pandemias como el SARS, Ébola, MERS y la influenza AH1N1 han prendido los focos de emergencia en el mundo. Sin embargo, la pandemia provocada por el coronavirus SARS Cov-2, que genera lo que conocemos como Covid-19 (por sus siglas en inglés), será recordada por nuestras generaciones por sus implicaciones.

Covid-19 cuenta ya con cerca de 1.5 millones de personas infectadas en el mundo y más de 70 mil defunciones de enero a inicios de abril, y contando. El coronavirus SARS Cov-2 es de alta virulencia, por lo que expansión ha sido rápida, además de que el mundo globalizado e interconectado ha permitido que se distribuya a lo largo y ancho del planeta, sin excepción. Se sabe que el 80% de las personas contagiadas no desarrollarán la enfermedad, incluso podrían ser asintomáticas; del 20% restante, 14% enfermará gravemente y 6% morirá. No importa cuánta tecnología se tenga si no existe suficiencia de ventiladores en los hospitales para los pacientes graves. El sistema de salud de muchos países ha colapsado dada la velocidad con la que el virus se ha propagado.

Es aquí donde la naturaleza humana enfrenta un gran reto, la cadena de contagios aumentará o disminuirá dependiendo del comportamiento de la sociedad; y es la sociedad, justamente, la que decide hacerlo o no. Las medidas son restrictivas: salir lo menos posible de casa, mantener sana distancia, observar prácticas higiénicas básicas. Parece sencillo, pero no lo es. Muchas personas necesitan salir de casa para ganar el sustento, otras no creen que la pandemia sea real, para otras el pánico las ha invadido al grado de no entender que una persona contagiada no es culpable, que podrían ser ellos mismos. La discriminación en contra de personas enfermas o, incluso, del personal de salud que trabaja sin descanso en los hospitales ha sido patente. La crítica contra las propuestas no ha faltado.

Pero mientras el egoísmo invade a unos, la solidaridad y la voluntad de ayuda afloran en muchos. Particularmente, la comunidad universitaria, con su espíritu natural de proponer y apoyar, ha mostrado nuevamente su gran capacidad para responder ante la crisis. Son las universidades las que, de motu proprio han levantado la mano para comunicar, informar, montar laboratorios para realizar pruebas de detección, hacer colectas para quienes más necesitan, ofrecer servicio de apoyo psicológico, establecer mecanismos para continuar las clases en aulas virtuales. Contrarrestar los efectos negativos que la pandemia trae consigo y demostrar que de esta crisis debemos aprender y, al final, algo bueno debe dejar.


La pandemia que inició el año pasado en la ciudad de Wuhan, China es una de las mayores crisis humanitarias de, al menos, de los últimos 100 años. Entre las pandemias más mortíferas de la historia están la peste negra en el siglo XIV, que cobró la vida de más de 200 millones de personas en el mundo; la viruela, a más de 300 millones incluidos los pueblos prehispánicos (a la que le deben gran parte de su derrota durante la conquista en 1520); la llamada “gripe española” al final de la Primera Guerra Mundial, con 50 millones de muertes; o el VIH, que surgió en los años 80 del siglo pasado. Para este siglo XXI, pandemias como el SARS, Ébola, MERS y la influenza AH1N1 han prendido los focos de emergencia en el mundo. Sin embargo, la pandemia provocada por el coronavirus SARS Cov-2, que genera lo que conocemos como Covid-19 (por sus siglas en inglés), será recordada por nuestras generaciones por sus implicaciones.

Covid-19 cuenta ya con cerca de 1.5 millones de personas infectadas en el mundo y más de 70 mil defunciones de enero a inicios de abril, y contando. El coronavirus SARS Cov-2 es de alta virulencia, por lo que expansión ha sido rápida, además de que el mundo globalizado e interconectado ha permitido que se distribuya a lo largo y ancho del planeta, sin excepción. Se sabe que el 80% de las personas contagiadas no desarrollarán la enfermedad, incluso podrían ser asintomáticas; del 20% restante, 14% enfermará gravemente y 6% morirá. No importa cuánta tecnología se tenga si no existe suficiencia de ventiladores en los hospitales para los pacientes graves. El sistema de salud de muchos países ha colapsado dada la velocidad con la que el virus se ha propagado.

Es aquí donde la naturaleza humana enfrenta un gran reto, la cadena de contagios aumentará o disminuirá dependiendo del comportamiento de la sociedad; y es la sociedad, justamente, la que decide hacerlo o no. Las medidas son restrictivas: salir lo menos posible de casa, mantener sana distancia, observar prácticas higiénicas básicas. Parece sencillo, pero no lo es. Muchas personas necesitan salir de casa para ganar el sustento, otras no creen que la pandemia sea real, para otras el pánico las ha invadido al grado de no entender que una persona contagiada no es culpable, que podrían ser ellos mismos. La discriminación en contra de personas enfermas o, incluso, del personal de salud que trabaja sin descanso en los hospitales ha sido patente. La crítica contra las propuestas no ha faltado.

Pero mientras el egoísmo invade a unos, la solidaridad y la voluntad de ayuda afloran en muchos. Particularmente, la comunidad universitaria, con su espíritu natural de proponer y apoyar, ha mostrado nuevamente su gran capacidad para responder ante la crisis. Son las universidades las que, de motu proprio han levantado la mano para comunicar, informar, montar laboratorios para realizar pruebas de detección, hacer colectas para quienes más necesitan, ofrecer servicio de apoyo psicológico, establecer mecanismos para continuar las clases en aulas virtuales. Contrarrestar los efectos negativos que la pandemia trae consigo y demostrar que de esta crisis debemos aprender y, al final, algo bueno debe dejar.

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