/ jueves 8 de febrero de 2018

Y tú, vas al Súper o…

por Guadalupe Mendoza Alcocer

 

 

5 de febrero de 2018, que pronto se pasa el tiempo, estoy cumpliendo 32 años de regresar a esta ciudad, si no fuera por el sismo del 85 nos hubiéramos adaptado al crecimiento desenfrenado de la gran Tenochtitlán. Los niños en sus escuelas y Miguel subiendo como espuma en la compañía en la que trabajaba, pero no, después de vivir el infierno, de perder familiares y amigos, aceptó  el cambio sacrificando unas cosas por otras. No éramos los únicos defeñós que nos mudamos a Querétaro llegamos miles, creo que se desquició la ciudad pero con los años vinieron los desarrolladores y surgieron opciones de vivienda alta, baja, media. Los parientes de mis padres nos ayudaron a conseguir una casa próxima a los Arcos, cerca de las escuelas de mis hijos, hasta Miguel manejaba solo unos minutos al trabajo. Yo me volví ama de casa y lectora profesional.

Hoy, treinta años después estoy queretanizada cien por ciento, hago un poco de vida social y cultural, lo  que me atrapa es cualquier círculo de lectores, talleres de creación literaria y leer, leer, leer. Hay tanto que leer y sin embargo regreso a mis afectos. Hoy revisando un librero cayó en mis manos “Arráncame la vida”, cuando lo compré lo leí de corridito dos veces y lo guardé porque encontré a Héctor Aguilar Camín y me envolvió con sus “Historias Conversadas” y “Morir en el Golfo”, Hoy es otro tiempo, otro momento de mi vida, puedo hacer lo que me plazca, así que me senté en mi sillón y abrí la historia en los portales de Puebla, vi un papelito doblado justo en la página  de Santa María Tonantzintla, era un ticket del supermercado al que iba cada semana el día de plaza, no había mucho de donde escoger, dos opciones más antes de que llegara la cadena de súper del norte del país. A mis vecinas queretanas les inquietaba que nunca mencionara el deseo de ir al mercado.

Como le haces para cocinar un mole de olla, un ¿qué? Chavela que casi más que vecina parecía mi pariente programó con anticipación un recorrido al mercado de la Cruz – si te animas antes de empezar nos comemos un taco de cueritos o de borrego-

Pasamos horas en el mercado, Chavela llamaba por su nombre a todos los dueños y dueñas de los puestos: “¿Aurorita, qué carne me recomienda?” y compraba el cerdo, el filete, chicharrón y manitas muy blancas para hacer en vinagre, botana preferida de sus hijos. Seguimos así con la fruta y la verdura, la crema y los quesos, yo iba comprando un poco para probar. Las bolsas a cada paso pesaban más, como de milagro aparecieron dos jovencitos diciendo: Seño Chavelita por qué no nos echó un grito cuando llegó, ella les sonrió y les dejó las bolsas –guárdenmelas en el puesto de su mamá para no pasearlas- a mi me dijo -verás lo que nos falta, las yerbas y las flores-.  Parecía que íbamos a salir del mercado y nos encontramos un largo pasillo con puestos chaparritos y manojos de todos colores y sabores: rábanos, flor de calabaza, verdolagas, yerbabuena, perejil, cilantro, habas frescas, quelite, bolsas de chicharos pelados, varas de alimento para los pájaros sin faltar los nopalitos picados y las tunas rojas. Más adelante los puestos de flores, una maravilla. Este más que un mercado parecía un tianguis. La experiencia me gustó.

Llegué a mi casa, me preparé un café, por fortuna ya mi comida estaba lista, me quedaban dos horas de volver a las conocidas páginas de Ángeles Mastreta, llegué a la parte que nunca quería llegar, un trágico puente del dos de noviembre, los campos sembrados de cempasúchil, el director de orquesta con las horas contadas, no pude más, lo sabía pero quería otro desenlace.

Suena el timbre y entra una vecina jovencita con su uniforme de ejecutiva de una empresa extranjera, se pasa con confianza y me dice: te quiero pedir dos favores vecina, que me prestes tu teléfono para pedir mi súper y que me lo recibas porque hoy no vino “Pueblito” y no hay nadie en mi casa. Tecleó un número, sacó una lista pre elaborada, se identificó con su número de cliente y siguiendo un estricto orden dictó: naranjas 2k, manzanas gala 1 k, plátano ½ k, Huevo 12 piezas, jamón de pierna sin grasa ¼, continuó con su pedido, dio mi dirección, dejó un billete, me agradeció el favor y salió corriendo a su oficina.

Yo me quedé evocando los colores y sabores de ese pasillo de tianguis.- mercado de la Cruz. Surgió una pregunta, ¿tendrán los jóvenes de esta nueva generación la oportunidad de recorrer un mercado, como el de esta mañana, aunque no esté en su mente preparar mole de olla?

Desde el Tepe hasta Antea

guayus@hotmail.com

Su opinión nos interesa, gracias

por Guadalupe Mendoza Alcocer

 

 

5 de febrero de 2018, que pronto se pasa el tiempo, estoy cumpliendo 32 años de regresar a esta ciudad, si no fuera por el sismo del 85 nos hubiéramos adaptado al crecimiento desenfrenado de la gran Tenochtitlán. Los niños en sus escuelas y Miguel subiendo como espuma en la compañía en la que trabajaba, pero no, después de vivir el infierno, de perder familiares y amigos, aceptó  el cambio sacrificando unas cosas por otras. No éramos los únicos defeñós que nos mudamos a Querétaro llegamos miles, creo que se desquició la ciudad pero con los años vinieron los desarrolladores y surgieron opciones de vivienda alta, baja, media. Los parientes de mis padres nos ayudaron a conseguir una casa próxima a los Arcos, cerca de las escuelas de mis hijos, hasta Miguel manejaba solo unos minutos al trabajo. Yo me volví ama de casa y lectora profesional.

Hoy, treinta años después estoy queretanizada cien por ciento, hago un poco de vida social y cultural, lo  que me atrapa es cualquier círculo de lectores, talleres de creación literaria y leer, leer, leer. Hay tanto que leer y sin embargo regreso a mis afectos. Hoy revisando un librero cayó en mis manos “Arráncame la vida”, cuando lo compré lo leí de corridito dos veces y lo guardé porque encontré a Héctor Aguilar Camín y me envolvió con sus “Historias Conversadas” y “Morir en el Golfo”, Hoy es otro tiempo, otro momento de mi vida, puedo hacer lo que me plazca, así que me senté en mi sillón y abrí la historia en los portales de Puebla, vi un papelito doblado justo en la página  de Santa María Tonantzintla, era un ticket del supermercado al que iba cada semana el día de plaza, no había mucho de donde escoger, dos opciones más antes de que llegara la cadena de súper del norte del país. A mis vecinas queretanas les inquietaba que nunca mencionara el deseo de ir al mercado.

Como le haces para cocinar un mole de olla, un ¿qué? Chavela que casi más que vecina parecía mi pariente programó con anticipación un recorrido al mercado de la Cruz – si te animas antes de empezar nos comemos un taco de cueritos o de borrego-

Pasamos horas en el mercado, Chavela llamaba por su nombre a todos los dueños y dueñas de los puestos: “¿Aurorita, qué carne me recomienda?” y compraba el cerdo, el filete, chicharrón y manitas muy blancas para hacer en vinagre, botana preferida de sus hijos. Seguimos así con la fruta y la verdura, la crema y los quesos, yo iba comprando un poco para probar. Las bolsas a cada paso pesaban más, como de milagro aparecieron dos jovencitos diciendo: Seño Chavelita por qué no nos echó un grito cuando llegó, ella les sonrió y les dejó las bolsas –guárdenmelas en el puesto de su mamá para no pasearlas- a mi me dijo -verás lo que nos falta, las yerbas y las flores-.  Parecía que íbamos a salir del mercado y nos encontramos un largo pasillo con puestos chaparritos y manojos de todos colores y sabores: rábanos, flor de calabaza, verdolagas, yerbabuena, perejil, cilantro, habas frescas, quelite, bolsas de chicharos pelados, varas de alimento para los pájaros sin faltar los nopalitos picados y las tunas rojas. Más adelante los puestos de flores, una maravilla. Este más que un mercado parecía un tianguis. La experiencia me gustó.

Llegué a mi casa, me preparé un café, por fortuna ya mi comida estaba lista, me quedaban dos horas de volver a las conocidas páginas de Ángeles Mastreta, llegué a la parte que nunca quería llegar, un trágico puente del dos de noviembre, los campos sembrados de cempasúchil, el director de orquesta con las horas contadas, no pude más, lo sabía pero quería otro desenlace.

Suena el timbre y entra una vecina jovencita con su uniforme de ejecutiva de una empresa extranjera, se pasa con confianza y me dice: te quiero pedir dos favores vecina, que me prestes tu teléfono para pedir mi súper y que me lo recibas porque hoy no vino “Pueblito” y no hay nadie en mi casa. Tecleó un número, sacó una lista pre elaborada, se identificó con su número de cliente y siguiendo un estricto orden dictó: naranjas 2k, manzanas gala 1 k, plátano ½ k, Huevo 12 piezas, jamón de pierna sin grasa ¼, continuó con su pedido, dio mi dirección, dejó un billete, me agradeció el favor y salió corriendo a su oficina.

Yo me quedé evocando los colores y sabores de ese pasillo de tianguis.- mercado de la Cruz. Surgió una pregunta, ¿tendrán los jóvenes de esta nueva generación la oportunidad de recorrer un mercado, como el de esta mañana, aunque no esté en su mente preparar mole de olla?

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