/ sábado 5 de octubre de 2019

Vitaflumen: El Sitio de Port-Royal Des Champs

Ubicado en el valle de Chevreuse en Paría, se encuentra la otrora abadía cisterciense femenina fundada en 1204

Cuando el otoño llega y se instala con sus vientos fríos y cielos nublados y de repente nos regala un día de sol, hay que dejarlo todo a un lado y salir a disfrutar de una jornada al exterior. Eso me sucedió hace unos días donde, después de una semana de lluvia y vendavales, al fin amaneció despejado prometiendo, además, temperaturas arriba de los veinte grados.

Ante ese panorama no dudé en tomar mi bicicleta y salir a pasear desde temprano. Sabía perfectamente adónde dirigirme. En mi mochila empaqué mi inseparable cámara, alimentos para un picnic, mi libreta de notas y el libro en turno. Todavía estaba la temperatura fresca al partir pero a los pocos minutos de pedaleo empecé a sentir calor. Abandonaba la ciudad: de manera gradual el paisaje urbano desaparecía y cambiaba semáforos y paradas de autobús por campos de flores y árboles en tonos ocre.

Llegué al fin a las puertas de mi destino: el sitio de Port-Royal des Champs ubicado en el valle de Chevreuse. Aquí se encuentra la otrora abadía cisterciense femenina fundada en 1204, famosa por la comunidad religiosa jansenista que se estableció ahí en el siglo XV. Para el siglo XVI, este lugar entra en el dominio del abad de San Cyrano quien impulsa la iniciativa de alojar a una comunidad de hombres llamada Los Solitarios que se encerraban entre sus muros a consagrarse a los trabajos de erudición. En ese mismo periodo fueron creadas también las Petites Écoles o “pequeñas escuelas” que formaron bajo sus exigentes estándares a niños pequeños que más adelante se convirtieron en grandes personajes de su época (como Jean Racine, célebre dramaturgo e historiador del rey Luis XIV).

El sitio conserva también los graneros y jardines originales ubicados en la parte alta del terreno y desde donde se puede mirar la abadía, el molino y las ruinas de los oratorios y edificios monásticos que están más abajo, al final de la escalinata llamada “los cien escalones”. El sitio es tan vasto que los pocos visitantes que nos encontramos ahí logramos sentirnos en profundo y reconfortante sosiego.

Decido empezar por la parte alta y los jardines para después descender al área de la abadía. A lo lejos se ven los caminos que rodean a las construcciones que están en el valle de abajo y se oye el eco de la gente que pasa a pie o en bicicleta. Después recorro los cien peldaños de la escalinata y me encuentro en la entrada de la abadía. El edifico original ya no existe y en su lugar se encuentra uno que fue erigido en el siglo XIX. Me adentro en los senderos que circundan las ruinas de los cimientos de construcciones que ya no están y a lo lejos descubro una pequeña gradería en torno a una cruz. Me acerco y encuentro un letrero que indica que ese lugar se llama La Soledad y que era el único sitio donde se le permitía a las religiosas reunirse una hora al día para charlar. Así que ahí mismo, bajo la sombra de un árbol, me instalé con la mía, con mi propia soledad. Mejor compañía no pude haber encontrado.

Los invito a seguirme en las redes sociales: Instagram: @Vita_Flumen / Facebook: @VitaFlumen1 y, si tienen alguna pregunta, escríbanme a: contacto@vitaflumen.com

Cuando el otoño llega y se instala con sus vientos fríos y cielos nublados y de repente nos regala un día de sol, hay que dejarlo todo a un lado y salir a disfrutar de una jornada al exterior. Eso me sucedió hace unos días donde, después de una semana de lluvia y vendavales, al fin amaneció despejado prometiendo, además, temperaturas arriba de los veinte grados.

Ante ese panorama no dudé en tomar mi bicicleta y salir a pasear desde temprano. Sabía perfectamente adónde dirigirme. En mi mochila empaqué mi inseparable cámara, alimentos para un picnic, mi libreta de notas y el libro en turno. Todavía estaba la temperatura fresca al partir pero a los pocos minutos de pedaleo empecé a sentir calor. Abandonaba la ciudad: de manera gradual el paisaje urbano desaparecía y cambiaba semáforos y paradas de autobús por campos de flores y árboles en tonos ocre.

Llegué al fin a las puertas de mi destino: el sitio de Port-Royal des Champs ubicado en el valle de Chevreuse. Aquí se encuentra la otrora abadía cisterciense femenina fundada en 1204, famosa por la comunidad religiosa jansenista que se estableció ahí en el siglo XV. Para el siglo XVI, este lugar entra en el dominio del abad de San Cyrano quien impulsa la iniciativa de alojar a una comunidad de hombres llamada Los Solitarios que se encerraban entre sus muros a consagrarse a los trabajos de erudición. En ese mismo periodo fueron creadas también las Petites Écoles o “pequeñas escuelas” que formaron bajo sus exigentes estándares a niños pequeños que más adelante se convirtieron en grandes personajes de su época (como Jean Racine, célebre dramaturgo e historiador del rey Luis XIV).

El sitio conserva también los graneros y jardines originales ubicados en la parte alta del terreno y desde donde se puede mirar la abadía, el molino y las ruinas de los oratorios y edificios monásticos que están más abajo, al final de la escalinata llamada “los cien escalones”. El sitio es tan vasto que los pocos visitantes que nos encontramos ahí logramos sentirnos en profundo y reconfortante sosiego.

Decido empezar por la parte alta y los jardines para después descender al área de la abadía. A lo lejos se ven los caminos que rodean a las construcciones que están en el valle de abajo y se oye el eco de la gente que pasa a pie o en bicicleta. Después recorro los cien peldaños de la escalinata y me encuentro en la entrada de la abadía. El edifico original ya no existe y en su lugar se encuentra uno que fue erigido en el siglo XIX. Me adentro en los senderos que circundan las ruinas de los cimientos de construcciones que ya no están y a lo lejos descubro una pequeña gradería en torno a una cruz. Me acerco y encuentro un letrero que indica que ese lugar se llama La Soledad y que era el único sitio donde se le permitía a las religiosas reunirse una hora al día para charlar. Así que ahí mismo, bajo la sombra de un árbol, me instalé con la mía, con mi propia soledad. Mejor compañía no pude haber encontrado.

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