Andar en bicicleta. Rodar, le dicen. Cuántos han escrito y hablado sobre ello a través del tiempo, y a través del tiempo la bicicleta sigue ahí, atemporal. Bicla, baika, bici, cicla, cleta, birula: tantos nombres y ella es siempre la misma: compañera fiel y divertida que cede ante el impulso de nuestras piernas. Bicicleta y humano, ¿quién lleva a quién?
Los dejo con esto que escribió Neruda y que se encuentra en su libro “Odas”.
ODA A LA BICLETA
Pablo Neruda
Iba
por el camino
crepitante:
el sol se desgranaba
como maíz ardiendo
y era
la tierra
calurosa
un infinito círculo
con cielo arriba
azul, deshabitado.
Pasaron
junto a mí
las bicicletas,
los únicos
insectos
de aquel
minuto
seco del verano,
sigilosas,
veloces,
transparentes:
me parecieron
sólo
movimientos del aire.
Obreros y muchachas
a las fábricas
iban
entregando
los ojos
al verano,
las cabezas al cielo,
sentados
en los
élitros
de las vertiginosas
bicicletas
que silbaban
cruzando
puentes, rosales, zarza
y mediodía.
Pensé en la tarde cuando los
muchachos
se laven,
canten, coman, levanten
una copa
de vino
en honor
del amor
y de la vida,
y a la puerta
esperando
la bicicleta
inmóvil
porque
sólo
de movimiento fue su alma
y allí caída
no es
insecto transparente
que recorre
el verano,
sino
esqueleto
frío
que sólo
recupera
un cuerpo errante
con la urgencia
y la luz,
es decir,
con
la
resurrección
de cada día.
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