/ viernes 16 de octubre de 2020

Accesos clandestinos

El libro de cabecera

Al momento en que termino de redactar este texto, tres noticias sacuden mi escritorio: el huracán Delta sube a categoría 4 y se espera que en las próximas horas (alrededor de las 2 de la madrugada del miércoles 7 de octubre), impacte en Puerto Morelos, Tulum y Cancún, para posteriormente seguir su paso por Yucatán; con 242 votos a favor, 7 abstenciones y 178 en contra, los diputados aprobaron en lo general la desaparición de 109 fideicomisos, lo cual tendrá un impacto negativo en el desarrollo científico, tecnológico, cultural y deportivo de nuestro país; el virtuoso guitarrista Eddie Van Halen, cofundador de la banda que lleva su apellido, murió tras 10 años de luchar contra el cáncer, a los 65 años de edad.

Estos personajes, momentos, datos no vendrían al caso si no se tratara de referentes de la memoria personal y colectiva en donde permanecen fantasmas, miedos, sueños y deseos. Desde su propia memoria, Juan Antonio Isla Estrada (Querétaro, 1950) convoca a sus propios fantasmas, miedos, sueños y deseos, y los lleva a emerger en Accesos clandestinos (Inteliprix, 2020), un libro desde donde se da cuenta de dichas entidades en “un semestre de horror y esperanza”, tal y como reza en el epígrafe.

Son 33 relatos que se reúnen en Accesos clandestinos, divididos en tres partes de manera cabalística e intertextual: “Mirar atrás, mirar adentro”, “Los amorosos”, “Polizones y otras fábulas”. En la primera parte se plasma la visión de la infancia, con un influjo picaresco aunque con fervorosa curiosidad, aquella a la que sólo se accede desde el desprendimiento del presente. Dicho desprendimiento es quizás el principal motivo que le da vida a las memorias, porque para acceder a los Accesos clandestinos uno debe renunciar, desprenderse de los atavismos, rencores y arrepentimientos pasados y presentes, y de los complejos de la corrección política que con la rabia inquisidora pretende arrancarnos el deleite de lo público y el gozo de lo privado.

Pero este movimiento de desprendimiento no está exento de la ironía, mucho menos del humor. Por ejemplo, en el relato titulado “En busca de un lugar para el amor” accedemos al clandestinaje íntimo de lo público, atendiendo a la búsqueda de la comodidad que persigue una pareja “para no ejercitar posturas que corrieran riesgos de producir contracturas en la espalda, aunque eso era lo de menos. Lo urgente era amarse. Ah, y algo muy importante: el lugar debía estar protegido de mirones o del paso de patrullas”.

Los secretos de los relatos se despliegan no con el morbo oportunista del narrador novel, sino apelando a la mirada de la memoria añejada pero dispuesta al momento en que desde la literatura se le convoca. Es así que asistimos en “Los amorosos” al juego del erotismo, de las caricias desaforadas en el filo de lo privado, o en la complicidad latente que se repliega entre las sábanas sobre las que se tienden los personajes.

Isla opta por la mirada del narrador testigo, lo que permite que el lector participe intuyendo, sospechando o imaginando escenarios y acontecimientos posibles a través de sus personajes, para quienes el autor eligió nombres emblemáticos, en una especie de galería de testimonios. Aunque predomina el tono memorístico e intimista en los relatos, no se infiere con facilidad algún dejo autobiográfico quizás existente, aunque al final del libro esto es lo menos importante. Lo que en realidad propone Isla es una narrativa flaneur, es decir, del narrador atemporal que vaga por las calles, que se asoma a las plazas de toros, a los establecimientos del rumbo, quien irrumpe en secreto a las alcobas o a los rincones privados del placer. Quizás por eso su indolencia con ciertos personajes al momento de terminar con la velocidad de un cuchillazo algunos de sus relatos.

Los niveles de identificación para el lector serán inmediatos, tanto por la generosa literatura de Isla como por la gama de posibilidades que nos presentan los personajes. Uno de los mayores niveles de identificación se consiguen a partir de las referencias que encontramos dispersas en el tendido de los relatos, como retratos vivientes que provocan la sensibilidad del lector. En este nivel se encuentra el retrato de Belén Amparán, la mezzosoprano mexicana nacida en El Paso, quien aparece cantando “Carmen” y que, tras culminar la tragedia de Bizet, se sentó en una grada frente a los personajes adolescentes. “Sin duda esa tarde había sido de suerte. Olimos el perfume de la bella mujer y no despegamos la mirada del escote que lucía unos senos opulentos, a punto de salir de su corsé”, revela el personaje, mientras que en el ruedo, “Manuel Benítez hacía lo que podía con dos bureles mansos”.

Celebro que la voz de Juan Isla se amplifique como si de un autor insipiente se tratase. Muchas plumas imberbes de las nuevas generaciones desearían tener un ápice del impulso creador que ha mostrado Isla durante los últimos años, para beneplácito de sus no pocos lectores, y para beneficio directo de nuestra literatura. Tal es el impulso que Isla ha apostado por la publicación independiente (aunque ha sido publicado por Siglo XXI, por ejemplo), contribuyendo al trazado de ruta de que han fecundado los escritores independientes. Quizás esa independencia sea el elemento principal que anima la vivacidad y lucidez de las letras de Isla.

El lector podrá acceder a los Accesos clandestinos con una narrativa escrita con el temple de los años y con la calma que otorga la libertad de entregarse a la creación. Juan Isla ha fraguado sus letras para convertirse en un autor prolífico (en los últimos dos años ha presentado cuatro libros) pero, sobre todo, en una referencia literaria obligada.

Al momento que termino de escribir este texto, México llega a los 794 mil 608 contagios y a la vergonzosa cifra de 82 mil 348 muertos por Covid-19, mientras que el paraíso de Holbox amenaza con convertirse en un infierno tras el paso de Delta.

Al momento en que termino de redactar este texto, tres noticias sacuden mi escritorio: el huracán Delta sube a categoría 4 y se espera que en las próximas horas (alrededor de las 2 de la madrugada del miércoles 7 de octubre), impacte en Puerto Morelos, Tulum y Cancún, para posteriormente seguir su paso por Yucatán; con 242 votos a favor, 7 abstenciones y 178 en contra, los diputados aprobaron en lo general la desaparición de 109 fideicomisos, lo cual tendrá un impacto negativo en el desarrollo científico, tecnológico, cultural y deportivo de nuestro país; el virtuoso guitarrista Eddie Van Halen, cofundador de la banda que lleva su apellido, murió tras 10 años de luchar contra el cáncer, a los 65 años de edad.

Estos personajes, momentos, datos no vendrían al caso si no se tratara de referentes de la memoria personal y colectiva en donde permanecen fantasmas, miedos, sueños y deseos. Desde su propia memoria, Juan Antonio Isla Estrada (Querétaro, 1950) convoca a sus propios fantasmas, miedos, sueños y deseos, y los lleva a emerger en Accesos clandestinos (Inteliprix, 2020), un libro desde donde se da cuenta de dichas entidades en “un semestre de horror y esperanza”, tal y como reza en el epígrafe.

Son 33 relatos que se reúnen en Accesos clandestinos, divididos en tres partes de manera cabalística e intertextual: “Mirar atrás, mirar adentro”, “Los amorosos”, “Polizones y otras fábulas”. En la primera parte se plasma la visión de la infancia, con un influjo picaresco aunque con fervorosa curiosidad, aquella a la que sólo se accede desde el desprendimiento del presente. Dicho desprendimiento es quizás el principal motivo que le da vida a las memorias, porque para acceder a los Accesos clandestinos uno debe renunciar, desprenderse de los atavismos, rencores y arrepentimientos pasados y presentes, y de los complejos de la corrección política que con la rabia inquisidora pretende arrancarnos el deleite de lo público y el gozo de lo privado.

Pero este movimiento de desprendimiento no está exento de la ironía, mucho menos del humor. Por ejemplo, en el relato titulado “En busca de un lugar para el amor” accedemos al clandestinaje íntimo de lo público, atendiendo a la búsqueda de la comodidad que persigue una pareja “para no ejercitar posturas que corrieran riesgos de producir contracturas en la espalda, aunque eso era lo de menos. Lo urgente era amarse. Ah, y algo muy importante: el lugar debía estar protegido de mirones o del paso de patrullas”.

Los secretos de los relatos se despliegan no con el morbo oportunista del narrador novel, sino apelando a la mirada de la memoria añejada pero dispuesta al momento en que desde la literatura se le convoca. Es así que asistimos en “Los amorosos” al juego del erotismo, de las caricias desaforadas en el filo de lo privado, o en la complicidad latente que se repliega entre las sábanas sobre las que se tienden los personajes.

Isla opta por la mirada del narrador testigo, lo que permite que el lector participe intuyendo, sospechando o imaginando escenarios y acontecimientos posibles a través de sus personajes, para quienes el autor eligió nombres emblemáticos, en una especie de galería de testimonios. Aunque predomina el tono memorístico e intimista en los relatos, no se infiere con facilidad algún dejo autobiográfico quizás existente, aunque al final del libro esto es lo menos importante. Lo que en realidad propone Isla es una narrativa flaneur, es decir, del narrador atemporal que vaga por las calles, que se asoma a las plazas de toros, a los establecimientos del rumbo, quien irrumpe en secreto a las alcobas o a los rincones privados del placer. Quizás por eso su indolencia con ciertos personajes al momento de terminar con la velocidad de un cuchillazo algunos de sus relatos.

Los niveles de identificación para el lector serán inmediatos, tanto por la generosa literatura de Isla como por la gama de posibilidades que nos presentan los personajes. Uno de los mayores niveles de identificación se consiguen a partir de las referencias que encontramos dispersas en el tendido de los relatos, como retratos vivientes que provocan la sensibilidad del lector. En este nivel se encuentra el retrato de Belén Amparán, la mezzosoprano mexicana nacida en El Paso, quien aparece cantando “Carmen” y que, tras culminar la tragedia de Bizet, se sentó en una grada frente a los personajes adolescentes. “Sin duda esa tarde había sido de suerte. Olimos el perfume de la bella mujer y no despegamos la mirada del escote que lucía unos senos opulentos, a punto de salir de su corsé”, revela el personaje, mientras que en el ruedo, “Manuel Benítez hacía lo que podía con dos bureles mansos”.

Celebro que la voz de Juan Isla se amplifique como si de un autor insipiente se tratase. Muchas plumas imberbes de las nuevas generaciones desearían tener un ápice del impulso creador que ha mostrado Isla durante los últimos años, para beneplácito de sus no pocos lectores, y para beneficio directo de nuestra literatura. Tal es el impulso que Isla ha apostado por la publicación independiente (aunque ha sido publicado por Siglo XXI, por ejemplo), contribuyendo al trazado de ruta de que han fecundado los escritores independientes. Quizás esa independencia sea el elemento principal que anima la vivacidad y lucidez de las letras de Isla.

El lector podrá acceder a los Accesos clandestinos con una narrativa escrita con el temple de los años y con la calma que otorga la libertad de entregarse a la creación. Juan Isla ha fraguado sus letras para convertirse en un autor prolífico (en los últimos dos años ha presentado cuatro libros) pero, sobre todo, en una referencia literaria obligada.

Al momento que termino de escribir este texto, México llega a los 794 mil 608 contagios y a la vergonzosa cifra de 82 mil 348 muertos por Covid-19, mientras que el paraíso de Holbox amenaza con convertirse en un infierno tras el paso de Delta.

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