/ miércoles 30 de octubre de 2019

Angélica Cepeda, poesía en imágenes

Ganadora de la primera Bienal de Fotografía en México, la artista cimentó una sólida carrera en esta disciplina, exhibiendo su propuesta estética en importantes museos mexicanos, así como en galerías y museos de Brasil, Cuba, Italia y Francia

A paso lento, Angélica Cepeda camina sobre la calle de Ezequiel Montes. La gente de su alrededor la mira: su blusa satinada color rojo y falda larga de terciopelo hacen juego con su cabello cobrizo y labios carmín. Bajo el brazo derecho carga viejas fotografías y algunas muestras del trabajo que exhibirá próximamente en el Encuentro Fotográfico Querétaro 2020. Sin revelar cuánto ha pasado desde la última vez que habló sobre su labor, la fotógrafa de 65 años cita a BARROCO en el centro de la ciudad para platicar sobre su visión y experiencia en esta disciplina que ha sido poco investigada en el país.

Desde que fue galardonada en la primera Bienal de Fotografía en los años 80, Angélica se volvió una leyenda en el medio, no sólo por ser considerada una de las queretanas más irreverentes y originales de su tiempo, sino porque –contrario a lo que se esperaría de su gremio–, ella nunca carga con la cámara.

“Cada uno de los elementos que forman estas fotos tienen un significado: la incomunicación, la relación del hombre y la mujer. En alguna de ellas la cortina divide al cuerpo, el sexo en la oscuridad, la cabeza en la luz” / Cortesía Angélica Cepeda

Y es que para Cepeda, la fotografía es un acto amoroso que siempre ha realizado en la intimidad de su casa o en espacios que se encuentran libres de la muchedumbre y del agitado ruido de las ciudades.

Lo importante es captar las sensaciones, los instantes y las emociones, dice, asegurando que a veces habla de ella en las tomas, sobre todo de sus recuerdos de infancia.

“¿Cuál es tu recuerdo más distante?”, pregunta a su interlocutora y sin esperar una respuesta, describe una de sus remembranzas más antañas: ella parada de puntitas jugando con el agua de un lavadero. De pronto, un haz de luz se cuela hasta la entrada de agua y se descompone entre sus dedos: “yo ponía el dedo en el huequito y se formaba un arcoíris… fue increíble”.

La recurrente contemplación de este fenómeno la marcaría de por vida, confesando haberse hecho fotógrafa precisamente por la luz, y no por las cámaras, “ es más, ni me gustan, tampoco las películas… a mí lo que me gusta es la luz”.

Primeros años

Cercana al arte desde muy pequeña, Angélica creció en un seno de artistas. Su hermana mayor, Gloria del Carmen Cepeda era escritora, del círculo de los grandes intelectuales de la época como Hugo Gutiérrez Nájera, Francisco Cervantes, Augusto Isla y Paula de Allende.

La familia de su padre pintaba, y asevera que su madre incluso formó parte del comité de mexicanos que recibió a Diego Rivera y Frida Kahlo en Nueva York, cuando el muralista fue contratado para pintar un fresco en el Rockefeller Center.

Aunque su padre, un minero regiomontano, en sus ratos libres era quien se dedicaba a la fotografía, Cepeda asegura que la técnica la aprendió sola, motivada por la curiosidad y el deseo de autorretratarse.

“Ya ves que en el colegio te hacen así en los anuarios, dice mientras se toca el rostro bruscamente; y te dicen: ‘a ver póngase y sonría’. ¡Me chocaba!, yo siempre les decía: ¡por qué me toca!”, expresa con voz aniñada. Hasta que pensé: “yo me puedo tomar mis propias fotos”.

Su obra no sólo causó polémica en Querétaro por los desnudos en sus fotografías, también provocó sorpresa e incomodidad  por rayar y manchar los negativos, y experimentar con diversos soportes fotográficos / Cortesía Angélica Cepeda

A los 13 años consiguió su primera cámara, una instamatic con la que solía a retratar a su familia en sus paseos de campo por Jurica o Tequisquiapan. Entre semana a veces se colaba a las reuniones de su hermana mayor para retratar a sus amigos escritores y poco a poco se fue encaminando hacia sus propios temas.

“Me decían que mis fotos parecían de los años 40, ‘siempre parecen muy antiguas’ –recuerda entre risas que le espetaban–. Pasa que yo me agarré un manual de fotografía de mi papá, de aquella época, y mi ojo se acostumbró [a esa estética].

También encontré un libro de fotografía a los 12 años, de esos que describen el proceso paso por paso para revelar, entonces fui a la tienda de fotografía, compré los líquidos y me metí al baño, así revelé mi primer rollo. Luego comencé a fotografiar a mis vecinas y a mi hermana, y a hacer fotos en el teatro, que no me quedan tan mal, realmente soy buena; pero cuando lo hacía, sentía que no eran mías porque la luz ya está hecha ahí. Para mí la luz es una cuestión literaria, personal; de tocar, de ver, una cuestión sensual…”, afirmó.

Aunque se matriculó como contadora privada y trabajó como locutora para un noticiero en la radio, nunca abandonó la fotografía.

Incluso buscó profesionalizarse y aprender más sobre los procesos fotográficos en la Facultad de Bellas Artes, donde afirma, nunca pudo adaptarse a los ritmos y la estética impecable que se exigía en sus aulas, muy al estilo del fotógrafo Ansel Adams. “No me gusta lo impecable, lo que es pura técnica, no me dice nada, no hay odio o amor o pasión”, dijo hace unas décadas al periodista Manuel Cruz para una entrevista en el entonces semanario independiente Nuevo Milenio.

Las fotógrafas queretanas

Aunque el valor documental de la fotografía quedó oficialmente reconocido por parte del gobierno federal en 1986 –con la compra del archivo Casasola y la creación del primer archivo fotográfico en el país para incentivar la conservación, la restauración e investigación–, son pocos los investigadores que se han dedicado desde entonces al estudio de esta disciplina, y muchos menos los que han dirigido sus preguntas hacia el papel de las mujeres en el ejercicio fotográfico.

En Querétaro la historia no ha sido diferente. Hace 20 años los investigadores Patricia Priego y Antonio Rodríguez abrieron brecha en este rubro a través de la publicación “La manera en que fuimos. Fotografía y sociedad en Querétaro 1849- 1930; en la que, además de mencionar a fotógrafos como Cruces y Campa, Teodoro Balvanera, Antonio Muñoz Guevara, Melitón Romero, Francisco Bandera e Ignacio Muñoz, pusieron luz sobre el trabajo de Valeria Balvanera y Natalia Baquedano, considerada una de las primeras fotógrafas en el país, que desde 1898 comenzó a buscar nuevos temas y a experimentar con nuevos soportes fotográficos como la seda, la porcelana, el metal y hasta flores naturales.

En una cita extraída del periódico La Sombra de Arteaga, fechado el 22 de agosto de 1898, se constata la creación y uso de retratos en flores: “La Srita. Natalia Baquedano. Con verdadero interés hemos seguido los notables progresos de esta joven artista hija de Querétaro, la que cada vez manifiesta más y más los verdaderos dotes que posee para las artes, y las que ha manifestado en la Capital de la República, en la Academia Nacional de Bellas Artes (…) Dedicada después al arte de la fotografía, han encontrado sus aptitudes un vastísimo campo en que manifestarse, saliéndose de los rutinarios trabajos en aquél arte ha inventado una verdadera novedad, para la cual ha pedido privilegio exclusivo como son los retratos en miniatura efectuados sobre hojas naturales. Usando este procedimiento la srita. Baquedano, según nos informa la prensa de la capital, va a obsequiar próximamente a la Sra. Carmen Romero Rubio de Díaz con un gran ramo de flores, en las que estarán los retratos del Sr. Presidente General Don Porfirio Díaz, del Sr. Lic. Romero Rubio, de la Sra. Castellot de Romero Rubio, y de las Sras. Romero Rubio de Teresa y Romero Rubio de Elízaga”.

Condición que pone Cepeda para capturar a alguien con su cámara es que no se peinen o vayan a un salón para que el resultado sea lo más natural posible / Cortesía Angélica Cepeda

Desde entonces, no es mucha la información que ha sumado a la visibilización de las queretanas en esta disciplina, o que haya ampliado el análisis sobre las condiciones de producción y distribución de sus obras en el estado.

Sin embargo, Angélica señala que al principio fue difícil abrirse camino, no por ser mujer, sino principalmente por su propuesta estética. “Cuando no me aceptaron [en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Autónoma de Querétaro] fui con el maestro [Agustín] Rivera a decirle que por qué no me había aceptado. ‘Es que tu cortas las fotografías’, me dijo, porque yo siempre he sido mucho de retrato, entonces siempre he hecho cortes, me acerco a la persona y corto”.

“‘¿Entonces cómo se debe de hacer?’, le pregunté; y como soy una irrespetuosa –risas– al ver sus fotografías le dije: ‘pues fíjese que así no se hace tampoco, ¡vea esa sombrota!’. Me dijo que era la sombra de Rembrandt y quien sabe qué más, y le dije que no y no y no. Entonces me dijo que podía usar el laboratorio e ir cuando quisiera”.

Bienal de Fotografía

Junto a 22 fotógrafas y fotógrafos mexicanos como Pedro Valtierra, Graciela Iturbide, Pedro Meyer, Rogelio Cuéllar y Victoria Blasco, Angélica fue galardonada en la primer Bienal de Fotografía, impulsada por el Instituto Nacional de Bellas Artes en 1980 con el objetivo de subrayar la importancia de la fotografía en la cultura nacional.

Siendo la única queretana, Angélica fue seleccionada por “Cierta tarde” (1979), así como por “Y tus labios siguen húmedos”; dos piezas que hablan acerca de Querétaro de manera poética y literaria. “Hacía en ellas una relación de las cúpulas con los senos y los pájaros al aire, como en un poema”, explica.

Contrario a las reacciones causadas en la entidad con su obra, la fotógrafa platica que en la Ciudad de México fue bien recibida, incluso varias de sus primeras fotografías fueron seleccionadas para el 1º y 2º coloquio “Hecho en Latinoamérica”, en el que participaron personalidades como Lázaro Blanco, Martha Rosler, Raquel Tibol, Lourdes Grobet, Carlos Monsiváis, Armando Cristeto.

En dichos encuentros tuvo la oportunidad de dialogar con diversos exponentes de la fotografía contemporánea, y reafirmar así su discurso disruptivo. Pues la artista no sólo causó polémica en Querétaro por los desnudos en sus fotografías, también provocó sorpresa e incomodidad por rayar y manchar los negativos, y experimentar con diversos soportes fotográficos como huevos frescos.

“Yo siempre he sido muy rebelde y me han dejado hacer lo que quiera… tal vez ese sea mi defecto y mi cualidad: hacer siempre lo que yo quiera… y con la foto tú puedes hacer lo que quieras, ¿no?”, dice, acompañada de una risotada.

Foto: cortesía Angélica Cepeda

Yo no leo fotografía

“Cada uno de los elementos que forman estas fotos tienen un significado: la incomunicación, la relación del hombre y la mujer. En alguna de ellas la cortina divide al cuerpo, el sexo en la oscuridad, la cabeza en la luz”, se lee en el pie de una de sus piezas que en 1981 fueron incluidas en la publicación del segundo coloquio latinoamericano de fotografía.

La poesía de esta descripción se conjuga con la escena de un torso desnudo sobre el que se reflejan las formas de una cortina floreada y translúcida que es atravesada por la luz del sol. Aunque es una imagen en blanco y negro, la disposición de los elementos y los claroscuros la hacen una escena verdaderamente cálida.

“Yo no leo de fotografía (…) en vez de ello leo poesía… entonces las imágenes llegan junto con las emociones”, asegura la fotógrafa, señalando a autores como García Lorca, Elsa Cross y Hugo Gutiérrez Vega entre sus preferidos; aunque confiesa, lee toda la poesía que llega a sus manos.

Cuando Cepeda explica su labor, asevera que al poner su ojo tras la mirilla de la cámara, entra en un mundo totalmente diferente, casi onírico “donde los personajes se transforman a través de las emociones [que experimentan] y ella siente”.

Fiel a su visión estética, Angélica afirma que nunca ha fotografiado bodas, bautizos ni ningún evento social; lo que sí es que ha retratado por igual a escritores, artistas, políticos, como ciudadanos de a pie.... La única condición ha sido que “no se peinen, ni vayan al salón”, lo más natural posible, es parte de su firma.

A paso lento, Angélica Cepeda camina sobre la calle de Ezequiel Montes. La gente de su alrededor la mira: su blusa satinada color rojo y falda larga de terciopelo hacen juego con su cabello cobrizo y labios carmín. Bajo el brazo derecho carga viejas fotografías y algunas muestras del trabajo que exhibirá próximamente en el Encuentro Fotográfico Querétaro 2020. Sin revelar cuánto ha pasado desde la última vez que habló sobre su labor, la fotógrafa de 65 años cita a BARROCO en el centro de la ciudad para platicar sobre su visión y experiencia en esta disciplina que ha sido poco investigada en el país.

Desde que fue galardonada en la primera Bienal de Fotografía en los años 80, Angélica se volvió una leyenda en el medio, no sólo por ser considerada una de las queretanas más irreverentes y originales de su tiempo, sino porque –contrario a lo que se esperaría de su gremio–, ella nunca carga con la cámara.

“Cada uno de los elementos que forman estas fotos tienen un significado: la incomunicación, la relación del hombre y la mujer. En alguna de ellas la cortina divide al cuerpo, el sexo en la oscuridad, la cabeza en la luz” / Cortesía Angélica Cepeda

Y es que para Cepeda, la fotografía es un acto amoroso que siempre ha realizado en la intimidad de su casa o en espacios que se encuentran libres de la muchedumbre y del agitado ruido de las ciudades.

Lo importante es captar las sensaciones, los instantes y las emociones, dice, asegurando que a veces habla de ella en las tomas, sobre todo de sus recuerdos de infancia.

“¿Cuál es tu recuerdo más distante?”, pregunta a su interlocutora y sin esperar una respuesta, describe una de sus remembranzas más antañas: ella parada de puntitas jugando con el agua de un lavadero. De pronto, un haz de luz se cuela hasta la entrada de agua y se descompone entre sus dedos: “yo ponía el dedo en el huequito y se formaba un arcoíris… fue increíble”.

La recurrente contemplación de este fenómeno la marcaría de por vida, confesando haberse hecho fotógrafa precisamente por la luz, y no por las cámaras, “ es más, ni me gustan, tampoco las películas… a mí lo que me gusta es la luz”.

Primeros años

Cercana al arte desde muy pequeña, Angélica creció en un seno de artistas. Su hermana mayor, Gloria del Carmen Cepeda era escritora, del círculo de los grandes intelectuales de la época como Hugo Gutiérrez Nájera, Francisco Cervantes, Augusto Isla y Paula de Allende.

La familia de su padre pintaba, y asevera que su madre incluso formó parte del comité de mexicanos que recibió a Diego Rivera y Frida Kahlo en Nueva York, cuando el muralista fue contratado para pintar un fresco en el Rockefeller Center.

Aunque su padre, un minero regiomontano, en sus ratos libres era quien se dedicaba a la fotografía, Cepeda asegura que la técnica la aprendió sola, motivada por la curiosidad y el deseo de autorretratarse.

“Ya ves que en el colegio te hacen así en los anuarios, dice mientras se toca el rostro bruscamente; y te dicen: ‘a ver póngase y sonría’. ¡Me chocaba!, yo siempre les decía: ¡por qué me toca!”, expresa con voz aniñada. Hasta que pensé: “yo me puedo tomar mis propias fotos”.

Su obra no sólo causó polémica en Querétaro por los desnudos en sus fotografías, también provocó sorpresa e incomodidad  por rayar y manchar los negativos, y experimentar con diversos soportes fotográficos / Cortesía Angélica Cepeda

A los 13 años consiguió su primera cámara, una instamatic con la que solía a retratar a su familia en sus paseos de campo por Jurica o Tequisquiapan. Entre semana a veces se colaba a las reuniones de su hermana mayor para retratar a sus amigos escritores y poco a poco se fue encaminando hacia sus propios temas.

“Me decían que mis fotos parecían de los años 40, ‘siempre parecen muy antiguas’ –recuerda entre risas que le espetaban–. Pasa que yo me agarré un manual de fotografía de mi papá, de aquella época, y mi ojo se acostumbró [a esa estética].

También encontré un libro de fotografía a los 12 años, de esos que describen el proceso paso por paso para revelar, entonces fui a la tienda de fotografía, compré los líquidos y me metí al baño, así revelé mi primer rollo. Luego comencé a fotografiar a mis vecinas y a mi hermana, y a hacer fotos en el teatro, que no me quedan tan mal, realmente soy buena; pero cuando lo hacía, sentía que no eran mías porque la luz ya está hecha ahí. Para mí la luz es una cuestión literaria, personal; de tocar, de ver, una cuestión sensual…”, afirmó.

Aunque se matriculó como contadora privada y trabajó como locutora para un noticiero en la radio, nunca abandonó la fotografía.

Incluso buscó profesionalizarse y aprender más sobre los procesos fotográficos en la Facultad de Bellas Artes, donde afirma, nunca pudo adaptarse a los ritmos y la estética impecable que se exigía en sus aulas, muy al estilo del fotógrafo Ansel Adams. “No me gusta lo impecable, lo que es pura técnica, no me dice nada, no hay odio o amor o pasión”, dijo hace unas décadas al periodista Manuel Cruz para una entrevista en el entonces semanario independiente Nuevo Milenio.

Las fotógrafas queretanas

Aunque el valor documental de la fotografía quedó oficialmente reconocido por parte del gobierno federal en 1986 –con la compra del archivo Casasola y la creación del primer archivo fotográfico en el país para incentivar la conservación, la restauración e investigación–, son pocos los investigadores que se han dedicado desde entonces al estudio de esta disciplina, y muchos menos los que han dirigido sus preguntas hacia el papel de las mujeres en el ejercicio fotográfico.

En Querétaro la historia no ha sido diferente. Hace 20 años los investigadores Patricia Priego y Antonio Rodríguez abrieron brecha en este rubro a través de la publicación “La manera en que fuimos. Fotografía y sociedad en Querétaro 1849- 1930; en la que, además de mencionar a fotógrafos como Cruces y Campa, Teodoro Balvanera, Antonio Muñoz Guevara, Melitón Romero, Francisco Bandera e Ignacio Muñoz, pusieron luz sobre el trabajo de Valeria Balvanera y Natalia Baquedano, considerada una de las primeras fotógrafas en el país, que desde 1898 comenzó a buscar nuevos temas y a experimentar con nuevos soportes fotográficos como la seda, la porcelana, el metal y hasta flores naturales.

En una cita extraída del periódico La Sombra de Arteaga, fechado el 22 de agosto de 1898, se constata la creación y uso de retratos en flores: “La Srita. Natalia Baquedano. Con verdadero interés hemos seguido los notables progresos de esta joven artista hija de Querétaro, la que cada vez manifiesta más y más los verdaderos dotes que posee para las artes, y las que ha manifestado en la Capital de la República, en la Academia Nacional de Bellas Artes (…) Dedicada después al arte de la fotografía, han encontrado sus aptitudes un vastísimo campo en que manifestarse, saliéndose de los rutinarios trabajos en aquél arte ha inventado una verdadera novedad, para la cual ha pedido privilegio exclusivo como son los retratos en miniatura efectuados sobre hojas naturales. Usando este procedimiento la srita. Baquedano, según nos informa la prensa de la capital, va a obsequiar próximamente a la Sra. Carmen Romero Rubio de Díaz con un gran ramo de flores, en las que estarán los retratos del Sr. Presidente General Don Porfirio Díaz, del Sr. Lic. Romero Rubio, de la Sra. Castellot de Romero Rubio, y de las Sras. Romero Rubio de Teresa y Romero Rubio de Elízaga”.

Condición que pone Cepeda para capturar a alguien con su cámara es que no se peinen o vayan a un salón para que el resultado sea lo más natural posible / Cortesía Angélica Cepeda

Desde entonces, no es mucha la información que ha sumado a la visibilización de las queretanas en esta disciplina, o que haya ampliado el análisis sobre las condiciones de producción y distribución de sus obras en el estado.

Sin embargo, Angélica señala que al principio fue difícil abrirse camino, no por ser mujer, sino principalmente por su propuesta estética. “Cuando no me aceptaron [en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Autónoma de Querétaro] fui con el maestro [Agustín] Rivera a decirle que por qué no me había aceptado. ‘Es que tu cortas las fotografías’, me dijo, porque yo siempre he sido mucho de retrato, entonces siempre he hecho cortes, me acerco a la persona y corto”.

“‘¿Entonces cómo se debe de hacer?’, le pregunté; y como soy una irrespetuosa –risas– al ver sus fotografías le dije: ‘pues fíjese que así no se hace tampoco, ¡vea esa sombrota!’. Me dijo que era la sombra de Rembrandt y quien sabe qué más, y le dije que no y no y no. Entonces me dijo que podía usar el laboratorio e ir cuando quisiera”.

Bienal de Fotografía

Junto a 22 fotógrafas y fotógrafos mexicanos como Pedro Valtierra, Graciela Iturbide, Pedro Meyer, Rogelio Cuéllar y Victoria Blasco, Angélica fue galardonada en la primer Bienal de Fotografía, impulsada por el Instituto Nacional de Bellas Artes en 1980 con el objetivo de subrayar la importancia de la fotografía en la cultura nacional.

Siendo la única queretana, Angélica fue seleccionada por “Cierta tarde” (1979), así como por “Y tus labios siguen húmedos”; dos piezas que hablan acerca de Querétaro de manera poética y literaria. “Hacía en ellas una relación de las cúpulas con los senos y los pájaros al aire, como en un poema”, explica.

Contrario a las reacciones causadas en la entidad con su obra, la fotógrafa platica que en la Ciudad de México fue bien recibida, incluso varias de sus primeras fotografías fueron seleccionadas para el 1º y 2º coloquio “Hecho en Latinoamérica”, en el que participaron personalidades como Lázaro Blanco, Martha Rosler, Raquel Tibol, Lourdes Grobet, Carlos Monsiváis, Armando Cristeto.

En dichos encuentros tuvo la oportunidad de dialogar con diversos exponentes de la fotografía contemporánea, y reafirmar así su discurso disruptivo. Pues la artista no sólo causó polémica en Querétaro por los desnudos en sus fotografías, también provocó sorpresa e incomodidad por rayar y manchar los negativos, y experimentar con diversos soportes fotográficos como huevos frescos.

“Yo siempre he sido muy rebelde y me han dejado hacer lo que quiera… tal vez ese sea mi defecto y mi cualidad: hacer siempre lo que yo quiera… y con la foto tú puedes hacer lo que quieras, ¿no?”, dice, acompañada de una risotada.

Foto: cortesía Angélica Cepeda

Yo no leo fotografía

“Cada uno de los elementos que forman estas fotos tienen un significado: la incomunicación, la relación del hombre y la mujer. En alguna de ellas la cortina divide al cuerpo, el sexo en la oscuridad, la cabeza en la luz”, se lee en el pie de una de sus piezas que en 1981 fueron incluidas en la publicación del segundo coloquio latinoamericano de fotografía.

La poesía de esta descripción se conjuga con la escena de un torso desnudo sobre el que se reflejan las formas de una cortina floreada y translúcida que es atravesada por la luz del sol. Aunque es una imagen en blanco y negro, la disposición de los elementos y los claroscuros la hacen una escena verdaderamente cálida.

“Yo no leo de fotografía (…) en vez de ello leo poesía… entonces las imágenes llegan junto con las emociones”, asegura la fotógrafa, señalando a autores como García Lorca, Elsa Cross y Hugo Gutiérrez Vega entre sus preferidos; aunque confiesa, lee toda la poesía que llega a sus manos.

Cuando Cepeda explica su labor, asevera que al poner su ojo tras la mirilla de la cámara, entra en un mundo totalmente diferente, casi onírico “donde los personajes se transforman a través de las emociones [que experimentan] y ella siente”.

Fiel a su visión estética, Angélica afirma que nunca ha fotografiado bodas, bautizos ni ningún evento social; lo que sí es que ha retratado por igual a escritores, artistas, políticos, como ciudadanos de a pie.... La única condición ha sido que “no se peinen, ni vayan al salón”, lo más natural posible, es parte de su firma.

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