/ viernes 29 de noviembre de 2019

Arte, devenir y discapacidad: variables concomitantes para una desterritorialización

Literatura y filosofía

El arte tiene muchas definiciones, algunas de ellas son contrarias (mantienen una lógica de contrarios y/o subcontrarios; así: A —E / I — O), y otras francamente contradictorias (A — O / E — I); sin embargo, en todas estas definiciones el punto definitivo y definitorio es el producto, es decir la obra artística, la cual deviene de un quid (esencia) a un quis (quién). De ello se colige que lo que define al artista es —precisamente— que hace (o produce) arte, siendo éste (el arte) el quid de la cuestión. En ese sentido el sujeto queda a la deriva, pues su obra habla por sí sola. Sin embargo, no existiría la obra sin el artista que la crea. Verdad de Perogrullo. Esto da pie para comprender que la simbiosis es necesaria entre quien crea y lo que crea. Utilizando términos territoriales, podría decirse que “el interior y el exterior se intercambian […] entre los dos está el límite, la membrana que regula los intercambios y la transformación de organización” (Gilles Deleuze & Félix Guattari, Mil Mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, Pre-Textos, p. 57). Los límites regulan las relaciones de quienes los tocan; sin embargo, para ello es necesario primeramente reconocer dichos límites. Hay que comprender que estos —a su vez— pueden ser los propios sujetos que los advierten. Dicho de otra manera: cuando se advierten como limitadores de lo que ven, son ellos mismos los límites. A partir de ello cabría preguntarse: ¿hasta dónde la obra de arte es delimitada por el sujeto que la advierte, y no sólo por la persona que la crea? Sobre todo si lo que se ve (percibe) es la obra de arte, la cual es —en todo caso— un hilo conductor hacia el artista, no al revés. Si se acepta esta proposición epistemoestética, la discapacidad (física o intelectual) no aparece en el terreno de la aprehensión estética. Al respecto pienso, como ejemplo, en Beethoven. Su obra valía y vale por su obra, no por su discapacidad auditiva.

Esto me lleva a pensar en que existe un devenir continuo que rebasa las condiciones propias del creador y su obra. Lo que importa —insisto— es que el creador realmente cree y que la obra haya sido creada. De esto se desprende una conclusión conexa o atinente: el artista es tal si y solo si hace arte (aplicación de la ley de Tarsky). Es su obra la que está en juego, no las características ajenas a la acción creadora. En todo caso los límites entre uno y otro se trastocan, pero no se suplantan. Ahora bien, esto ocurre igual si se tiene o no alguna discapacidad. Al respecto coincido con Deleuze y Guattari en que “no sólo el arte no espera al hombre para comenzar, sino que cabe preguntarse si aparece alguna vez en el hombre, salvo en condiciones tardías y artificiales” (Gilles Deleuze & Félix Guattari, Mil Mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, Pre-Textos, p. 326). Es decir, el arte tiene su cimiento en la conjunción que se da entre vida y viviente. De ahí que estos autores afirmen: “en el territorio, siempre existe un lugar en el que todas las fuerzas se reúnen, árbol o boscaje, en un cuerpo a cuerpo de energías. La tierra es ese cuerpo a cuerpo” (pág. 327).

Y es este devenir —digamos— compuesto el que hace que el artista ya no esté solo. Su propia obra lo acompaña, igual que la pareja que se ama. “Ya no soy más que una línea. He devenido capaz de amar, no con un amor universal abstracto, sino a aquel que voy a elegir, y que va a elegirme a mí […] Uno ya no es más que una línea abstracta, como una flecha que atraviesa el vacío. Desterritorialización absoluta. Uno ha devenido como todo el mundo, pero a la manera en que alguien no puede devenir como todo el mundo. Uno ha pintado el mundo sobre sí mismo, y no a sí mismo sobre el mundo. No debe decirse que el genio es un hombre extraordinario, ni que todo el mundo tiene genio. Genio es aquel que sabe hacer de todo-el-mundo un devenir” (Gilles Deleuze & Félix Guattari, Mil Mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, Pre-Textos, p. 204). ¿Puede romperse esta unión cuando el devenir es de suyo creador? Devenir es consustancial al ser humano, sin embargo, no hay devenir que no implique e imbrique la posibilidad de un acto creador.

La discapacidad no es, entonces, una definición que impacte semánticamente al artista. Su definición es artista, punto. La obra de arte es obra de arte o no lo es. El artista tiene vida; en la obra subyace y exuda la palabra estética. Así, “el lenguaje no es la vida, el lenguaje da órdenes a la vida: la vida no habla, la vida escucha y espera” (Gilles Deleuze & Félix Guattari, Mil Mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, Pre-Textos, p. 82). Quien tiene alguna discapacidad la tiene para acciones cotidianas (yo soy uno de ellos); sin embargo, ello no es limitante para crear tal o cual obra. En todo caso, el artista cuando crea no es un discapacitado: es un artista. No requiere de epítetos ajenos a su propia definición. Se necesita de variables concomitantes que permitan una desterritorialización. Así la idea de arte, de devenir y de discapacidad se mueve y se trastoca entre puntos fenomenológicos no equidistantes; y la reducción que se hace de la obra artística, está tanto en el creador como en el que la hace suya.

Por último, siguiendo a Deleuze y Guattari, resulta conveniente preguntarse cuáles son las variables que permiten enunciar la desterritorialización del pensamiento; yo presento tres en este breve texto: arte, devenir y discapacidad, la suma de las tres conforman un todo inacabado e impreciso. Al respecto hay que considerar que “con la mano como rasgo formal o forma general de contenido se alcanza ya, se abre, un gran umbral de desterritorialización” (Gilles Deleuze & Félix Guattari, Mil Mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, Pre-Textos, p. 66). Sólo es cuestión de haber de quién es la mano, cualquier resultado tendrá sólo dos posibilidades: la del artista o la de quien hace suyo el arte (espectador), independientemente de si tienen alguna discapacidad cualquiera de ellos.

El arte tiene muchas definiciones, algunas de ellas son contrarias (mantienen una lógica de contrarios y/o subcontrarios; así: A —E / I — O), y otras francamente contradictorias (A — O / E — I); sin embargo, en todas estas definiciones el punto definitivo y definitorio es el producto, es decir la obra artística, la cual deviene de un quid (esencia) a un quis (quién). De ello se colige que lo que define al artista es —precisamente— que hace (o produce) arte, siendo éste (el arte) el quid de la cuestión. En ese sentido el sujeto queda a la deriva, pues su obra habla por sí sola. Sin embargo, no existiría la obra sin el artista que la crea. Verdad de Perogrullo. Esto da pie para comprender que la simbiosis es necesaria entre quien crea y lo que crea. Utilizando términos territoriales, podría decirse que “el interior y el exterior se intercambian […] entre los dos está el límite, la membrana que regula los intercambios y la transformación de organización” (Gilles Deleuze & Félix Guattari, Mil Mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, Pre-Textos, p. 57). Los límites regulan las relaciones de quienes los tocan; sin embargo, para ello es necesario primeramente reconocer dichos límites. Hay que comprender que estos —a su vez— pueden ser los propios sujetos que los advierten. Dicho de otra manera: cuando se advierten como limitadores de lo que ven, son ellos mismos los límites. A partir de ello cabría preguntarse: ¿hasta dónde la obra de arte es delimitada por el sujeto que la advierte, y no sólo por la persona que la crea? Sobre todo si lo que se ve (percibe) es la obra de arte, la cual es —en todo caso— un hilo conductor hacia el artista, no al revés. Si se acepta esta proposición epistemoestética, la discapacidad (física o intelectual) no aparece en el terreno de la aprehensión estética. Al respecto pienso, como ejemplo, en Beethoven. Su obra valía y vale por su obra, no por su discapacidad auditiva.

Esto me lleva a pensar en que existe un devenir continuo que rebasa las condiciones propias del creador y su obra. Lo que importa —insisto— es que el creador realmente cree y que la obra haya sido creada. De esto se desprende una conclusión conexa o atinente: el artista es tal si y solo si hace arte (aplicación de la ley de Tarsky). Es su obra la que está en juego, no las características ajenas a la acción creadora. En todo caso los límites entre uno y otro se trastocan, pero no se suplantan. Ahora bien, esto ocurre igual si se tiene o no alguna discapacidad. Al respecto coincido con Deleuze y Guattari en que “no sólo el arte no espera al hombre para comenzar, sino que cabe preguntarse si aparece alguna vez en el hombre, salvo en condiciones tardías y artificiales” (Gilles Deleuze & Félix Guattari, Mil Mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, Pre-Textos, p. 326). Es decir, el arte tiene su cimiento en la conjunción que se da entre vida y viviente. De ahí que estos autores afirmen: “en el territorio, siempre existe un lugar en el que todas las fuerzas se reúnen, árbol o boscaje, en un cuerpo a cuerpo de energías. La tierra es ese cuerpo a cuerpo” (pág. 327).

Y es este devenir —digamos— compuesto el que hace que el artista ya no esté solo. Su propia obra lo acompaña, igual que la pareja que se ama. “Ya no soy más que una línea. He devenido capaz de amar, no con un amor universal abstracto, sino a aquel que voy a elegir, y que va a elegirme a mí […] Uno ya no es más que una línea abstracta, como una flecha que atraviesa el vacío. Desterritorialización absoluta. Uno ha devenido como todo el mundo, pero a la manera en que alguien no puede devenir como todo el mundo. Uno ha pintado el mundo sobre sí mismo, y no a sí mismo sobre el mundo. No debe decirse que el genio es un hombre extraordinario, ni que todo el mundo tiene genio. Genio es aquel que sabe hacer de todo-el-mundo un devenir” (Gilles Deleuze & Félix Guattari, Mil Mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, Pre-Textos, p. 204). ¿Puede romperse esta unión cuando el devenir es de suyo creador? Devenir es consustancial al ser humano, sin embargo, no hay devenir que no implique e imbrique la posibilidad de un acto creador.

La discapacidad no es, entonces, una definición que impacte semánticamente al artista. Su definición es artista, punto. La obra de arte es obra de arte o no lo es. El artista tiene vida; en la obra subyace y exuda la palabra estética. Así, “el lenguaje no es la vida, el lenguaje da órdenes a la vida: la vida no habla, la vida escucha y espera” (Gilles Deleuze & Félix Guattari, Mil Mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, Pre-Textos, p. 82). Quien tiene alguna discapacidad la tiene para acciones cotidianas (yo soy uno de ellos); sin embargo, ello no es limitante para crear tal o cual obra. En todo caso, el artista cuando crea no es un discapacitado: es un artista. No requiere de epítetos ajenos a su propia definición. Se necesita de variables concomitantes que permitan una desterritorialización. Así la idea de arte, de devenir y de discapacidad se mueve y se trastoca entre puntos fenomenológicos no equidistantes; y la reducción que se hace de la obra artística, está tanto en el creador como en el que la hace suya.

Por último, siguiendo a Deleuze y Guattari, resulta conveniente preguntarse cuáles son las variables que permiten enunciar la desterritorialización del pensamiento; yo presento tres en este breve texto: arte, devenir y discapacidad, la suma de las tres conforman un todo inacabado e impreciso. Al respecto hay que considerar que “con la mano como rasgo formal o forma general de contenido se alcanza ya, se abre, un gran umbral de desterritorialización” (Gilles Deleuze & Félix Guattari, Mil Mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, Pre-Textos, p. 66). Sólo es cuestión de haber de quién es la mano, cualquier resultado tendrá sólo dos posibilidades: la del artista o la de quien hace suyo el arte (espectador), independientemente de si tienen alguna discapacidad cualquiera de ellos.

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