Por allá el sol, acá las cosas de los hombres.
Por allá la luz, abajo giran los asuntos de las mujeres.
En el horizonte está la puerta al cosmos,
en la planicie se desarrollan los cosas que los humanos
creen importantes.
Sería mejor relacionar el arriba y el abajo,
entender la armonía existente y ser parte de ella.
Debatiéndose entre la bondad y la muerte,
entre la eternidad y la nada,
entre el amor y el crimen,
entre el destino y la creación que reta al infinito,
eres una mota de polvo en el espacio.
Tus planes son enormes y a la vez no son nada,
es mejor ligarlos a una buena causa.
Las flores silvestres crecen en los lugares más
secretos, desprotegidos y sorprendentes.
Todos esos seres que deambulan en la tierra
podrían tomar conciencia de que no son nada
mientras no unan fuerzas para vivir realmente,
para saber que pueden ser leyendas de su propia historia.
Pero armados hasta los dientes, unos contra otros,
no van a lograr nada,
sólo alentar el dolor concreto que se pierde en el vacío
sin registro que indique cuánto mal se padeció.
Es decir, desconectados de la sabiduría palpable en
el universo no hay camino posible más que el
lucimiento de egos enfermizos que suponen
que solitarios pueden iluminar y salvar al mundo.
La luz brilla intensa en el horizonte,
en el cielo no hay desorden
sólo belleza y perfección,
los nubarrones abren paso,
siempre hay vida, siempre hay esperanza.
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