/ miércoles 19 de febrero de 2020

Contraluz: Apoteosis

Un público enfervorecido colmó el recinto y más que asistir a un gran espectáculo pareció estar dispuesto a vivir una gran celebración al tenor Camarena

El pasado jueves 13 y el domingo 16 se presentó en el Palacio de Bellas Artes la ópera “La Hija del Regimiento” de Gaetano Donizetti en medio de enorme expectación pues la protagonizaban los mexicanos Javier Camarena (Tonio), Rebeca Olvera (Marie) y José Cerón (Suplicie), quienes hacía 15 años, en 2004, habían tenido ahí la oportunidad de cantar la misma ópera como estímulo por haber triunfado en el Concurso Nacional de Canto, Carlo Morelli que año con año se celebra en la Ciudad de México, valiente decisión que alguien entonces criticó y llamó “elenco de Conservatorio”.

Un público enfervorecido colmó el recinto y más que asistir a un gran espectáculo pareció estar dispuesto a vivir una gran celebración al tenor Camarena quien desde entonces ha conquistado con su voz prácticamente a todos los públicos importantes del mundo; y quizá también a allegarse un espacio catártico en medio de nuestras diarias incertidumbres, indignaciones, divisiones y dudas.

Ya los filósofos griegos, Aristóteles a la cabeza, hablaban de catarsis como un instrumento de “purificación”, de reflexión, de limpieza del alma, de paréntesis terapéutico…

Y en la festiva celebración de dichas funciones algo de ello podría adivinarse.

Como se sabe, Javier Camarena es un tenor veracruzano a quien algunos señalan como “el mejor tenor del mundo”. Independientemente de una afirmación tan relativa, sí vale señalar que Camarena ha triunfado en los grandes teatros de Nueva York, Viena, Roma, Londres, Berlín, Madrid, Barcelona, Munich, Salzburgo, Buenos Aires y por supuesto México.

José Noé Mercado elogió sin ambages al novedoso elenco citándolo como revelación, y escribió entonces sobre Javier Camarena: “Otro cantante mexicano que ya se vislumbra podrá inscribirse en el panorama tenoril internacional”.

Varios minutos de vítores y aplausos hicieron que Javier Camarena bisara: “Ah! mes amis..”; Rebeca Olvera bisaría después “Il faut partir”. / Foto: Cortesía | Carlos Jiménez E.

El propio José Noé escribió ahora sobre las funciones del 13 y 16 de febrero de 2020 en el Teatro del Palacio de Bellas Artes “puede citarse el entusiasmo efervescente del público operístico mexicano, que se expresó en boletaje agotado, culto institucional y mediático, admiración genuina por el bel canto, interminables loas e incluso fanatismo en redes sociales…”

Aunque la ópera fue semiescenificada dado el poco tiempo de preparación, según confió el INBA, Camarena, Olvera y Cerón fueron adorados por su público, especialmente los dos primeros; el tenor hubo de bisar (repetir un aria ante el clamor del respetable) “¡Ah! Mes amis…” con sus impresionantes nueve Do´s de pecho emitidos con mayor pureza que la primera vez.

El enfebrecido público consagró a Camarena en ritual festivo que éste agradeció en las dos funciones, rodilla en tierra.

La función del domingo fue de apoteosis: no sólo Javier Camarena volvió a bisar “¡Ah! Mes amis…”, sino que también Rebeca Olvera bisó ante el clamor de la galería, su aria “Il faut partir”, pasando así la función a la historia del Palacio de Bellas Artes, pues en sus 85 años de existencia jamás había ocurrido que dos cantantes bisaran consecutivamente y en un solo acto.

La orquesta y el coro de Bellas Artes fueron dirigidos por el también mexicano Iván López Reynoso; en el elenco estuvieron también, sin demérito alguno María Luis Tamez (Marquesa de Berkenfield); Arturo López (Hortensius); José Luis Reynoso (caporal); Efraín Corralejo (campesino); y doña Florinda Meza (duquesa de Crakentorp).

Habrá qué anotar por último que hubo diálogos –recitativos- que no están en la partitura y que en algún momento cayeron en lo facilón y mediático que sin embargo el público celebró con risas y aplausos.

Aún así, las dos funciones quedaron para la historia. Fueron de hecho un homenaje indescriptible y pleno de reconocimiento al tenor Javier Camarena quien se vio feliz, entregado y dispuesto ante un hito poco frecuente: ser profeta en su tierra.

Javier Camarena está programado para protagonizar este año óperas y galas en el Metropolitan Ópera de Nueva York, en Santa Cecilia, Roma; en el Festival de Salzburgo, Austria; en Berlín, en París y en Viena.

No está de más recordar que a partir de los años sesenta y setenta del siglo pasado, México ha dado al mundo enormes cantantes de ópera como Francisco Araiza, elogiado y frecuentemente solicitado por Herbert von Karajan y Claudio Abbado; como Ramón Vargas quien desde los años noventa dejó para la historia egregias actuaciones protagónicas en Viena, el Metropolitan, Barcelona, La Scala de Milán, Moscú, Berlín, Baden Baden, Buenos Aires; como Rolando Villazón quien se consagró en Londres, Praga, Amsterdam, la Ópera de París, el Metropolitan de Nueva York y dejó grabadas inconmensurables participaciones con la soprano rusa Ana Netrebko en Viena, Salzburgo, Moscú y Berlín.

Y por supuesto el tenor español-mexicano Plácido Domingo, para muchos el tenor número uno de los tiempos modernos.

En Querétaro la ópera ha tenido sus altas y sus bajas –las últimas grandes temporadas ocurrieron bajo la batuta del maestro Sergio Cárdenas-, aunque hayan tenido gran relación con la entidad cantantes de enorme calidad como Gabriela Herrera, Leticia de Altamirano, Librado Alexander, Carlos Sánchez, Neivi Martínez y Joaquín Ledesma entre otros.

No está de más anotar que Carlos Díaz Dupont en su libro “La Ópera en México de 1924 a 1984” editado por la UNAM cuenta que a cuando tenía 13 años acudió al Teatro Abreu de la Ciudad de México a escuchar su primera ópera, “Rigoletto”. “Cuando regresé a casa, escribió, y le platiqué a mi mamá que había estado en la ópera le dio mucho gusto, me contó que ella y papá en luna de miel habían ido a Querétaro y habían escuchado a la (Luisa) Tetrazzini en Lucía, y que mi abuela había escuchado a la (Ángela) Peralta…”

El pasado jueves 13 y el domingo 16 se presentó en el Palacio de Bellas Artes la ópera “La Hija del Regimiento” de Gaetano Donizetti en medio de enorme expectación pues la protagonizaban los mexicanos Javier Camarena (Tonio), Rebeca Olvera (Marie) y José Cerón (Suplicie), quienes hacía 15 años, en 2004, habían tenido ahí la oportunidad de cantar la misma ópera como estímulo por haber triunfado en el Concurso Nacional de Canto, Carlo Morelli que año con año se celebra en la Ciudad de México, valiente decisión que alguien entonces criticó y llamó “elenco de Conservatorio”.

Un público enfervorecido colmó el recinto y más que asistir a un gran espectáculo pareció estar dispuesto a vivir una gran celebración al tenor Camarena quien desde entonces ha conquistado con su voz prácticamente a todos los públicos importantes del mundo; y quizá también a allegarse un espacio catártico en medio de nuestras diarias incertidumbres, indignaciones, divisiones y dudas.

Ya los filósofos griegos, Aristóteles a la cabeza, hablaban de catarsis como un instrumento de “purificación”, de reflexión, de limpieza del alma, de paréntesis terapéutico…

Y en la festiva celebración de dichas funciones algo de ello podría adivinarse.

Como se sabe, Javier Camarena es un tenor veracruzano a quien algunos señalan como “el mejor tenor del mundo”. Independientemente de una afirmación tan relativa, sí vale señalar que Camarena ha triunfado en los grandes teatros de Nueva York, Viena, Roma, Londres, Berlín, Madrid, Barcelona, Munich, Salzburgo, Buenos Aires y por supuesto México.

José Noé Mercado elogió sin ambages al novedoso elenco citándolo como revelación, y escribió entonces sobre Javier Camarena: “Otro cantante mexicano que ya se vislumbra podrá inscribirse en el panorama tenoril internacional”.

Varios minutos de vítores y aplausos hicieron que Javier Camarena bisara: “Ah! mes amis..”; Rebeca Olvera bisaría después “Il faut partir”. / Foto: Cortesía | Carlos Jiménez E.

El propio José Noé escribió ahora sobre las funciones del 13 y 16 de febrero de 2020 en el Teatro del Palacio de Bellas Artes “puede citarse el entusiasmo efervescente del público operístico mexicano, que se expresó en boletaje agotado, culto institucional y mediático, admiración genuina por el bel canto, interminables loas e incluso fanatismo en redes sociales…”

Aunque la ópera fue semiescenificada dado el poco tiempo de preparación, según confió el INBA, Camarena, Olvera y Cerón fueron adorados por su público, especialmente los dos primeros; el tenor hubo de bisar (repetir un aria ante el clamor del respetable) “¡Ah! Mes amis…” con sus impresionantes nueve Do´s de pecho emitidos con mayor pureza que la primera vez.

El enfebrecido público consagró a Camarena en ritual festivo que éste agradeció en las dos funciones, rodilla en tierra.

La función del domingo fue de apoteosis: no sólo Javier Camarena volvió a bisar “¡Ah! Mes amis…”, sino que también Rebeca Olvera bisó ante el clamor de la galería, su aria “Il faut partir”, pasando así la función a la historia del Palacio de Bellas Artes, pues en sus 85 años de existencia jamás había ocurrido que dos cantantes bisaran consecutivamente y en un solo acto.

La orquesta y el coro de Bellas Artes fueron dirigidos por el también mexicano Iván López Reynoso; en el elenco estuvieron también, sin demérito alguno María Luis Tamez (Marquesa de Berkenfield); Arturo López (Hortensius); José Luis Reynoso (caporal); Efraín Corralejo (campesino); y doña Florinda Meza (duquesa de Crakentorp).

Habrá qué anotar por último que hubo diálogos –recitativos- que no están en la partitura y que en algún momento cayeron en lo facilón y mediático que sin embargo el público celebró con risas y aplausos.

Aún así, las dos funciones quedaron para la historia. Fueron de hecho un homenaje indescriptible y pleno de reconocimiento al tenor Javier Camarena quien se vio feliz, entregado y dispuesto ante un hito poco frecuente: ser profeta en su tierra.

Javier Camarena está programado para protagonizar este año óperas y galas en el Metropolitan Ópera de Nueva York, en Santa Cecilia, Roma; en el Festival de Salzburgo, Austria; en Berlín, en París y en Viena.

No está de más recordar que a partir de los años sesenta y setenta del siglo pasado, México ha dado al mundo enormes cantantes de ópera como Francisco Araiza, elogiado y frecuentemente solicitado por Herbert von Karajan y Claudio Abbado; como Ramón Vargas quien desde los años noventa dejó para la historia egregias actuaciones protagónicas en Viena, el Metropolitan, Barcelona, La Scala de Milán, Moscú, Berlín, Baden Baden, Buenos Aires; como Rolando Villazón quien se consagró en Londres, Praga, Amsterdam, la Ópera de París, el Metropolitan de Nueva York y dejó grabadas inconmensurables participaciones con la soprano rusa Ana Netrebko en Viena, Salzburgo, Moscú y Berlín.

Y por supuesto el tenor español-mexicano Plácido Domingo, para muchos el tenor número uno de los tiempos modernos.

En Querétaro la ópera ha tenido sus altas y sus bajas –las últimas grandes temporadas ocurrieron bajo la batuta del maestro Sergio Cárdenas-, aunque hayan tenido gran relación con la entidad cantantes de enorme calidad como Gabriela Herrera, Leticia de Altamirano, Librado Alexander, Carlos Sánchez, Neivi Martínez y Joaquín Ledesma entre otros.

No está de más anotar que Carlos Díaz Dupont en su libro “La Ópera en México de 1924 a 1984” editado por la UNAM cuenta que a cuando tenía 13 años acudió al Teatro Abreu de la Ciudad de México a escuchar su primera ópera, “Rigoletto”. “Cuando regresé a casa, escribió, y le platiqué a mi mamá que había estado en la ópera le dio mucho gusto, me contó que ella y papá en luna de miel habían ido a Querétaro y habían escuchado a la (Luisa) Tetrazzini en Lucía, y que mi abuela había escuchado a la (Ángela) Peralta…”

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