/ viernes 17 de diciembre de 2021

¿Cuál es la función del arte simbólico?

El libro de cabecera

En nuestra contemporaneidad es posible advertir la presencia de museos, galerías de arte, cines, teatros, editoriales, salas de danza y diversos espacios reconocidos como artísticos y culturales. Pero ¿de dónde surgieron? ¿Quién tuvo la idea de erigir un espacio para la experimentación y el movimiento en donde antes era un convento? Estamos hablando de las posibilidades inéditas que se ofrece desde el arte para la sociedad. Es decir, así como el derecho determina las reglas de lo probo, la ciencia ofrece la aplicación de la técnica en posibilidades emergentes, la economía administra los intereses y la política distribuye el poder, la cultura y las artes cumplen su propio y distintivo rol en el teatro de la vida social.

De acuerdo con Tomás Peters, en su libro Sociología(s) del arte y de las políticas culturales (Metales Pesados, 2020), el sistema artístico y cultural posee una comunicación propia y opera según su propia complejidad. La cultura y las artes intervienen, irritan, incomodan a las esferas del derecho, la ciencia, la economía y la política, pero no pertenece a ellas. Al ser un sistema que funciona recursivamente y aplica distinciones en el presente, gracias a las decisiones históricas previas (por ejemplo, convertir al ex convento de San José de Gracia de las Religiosas Capuchinas en el Museo de la Ciudad, en 1997), su unidad básica es la comunicación artística. Es a partir de ésta que el arte puede producir simultáneamente lógicas de autobservación y de autodescripción, estableciendo con ello procedimientos internos que van configurando su propio modo de operar en el presente y en el futuro.

De esta manera la cultura y las artes crean su propio código que les permite distinguirse de su entorno a sí mismas y de las demás esferas, así como establecer una acelerada especialización discursiva (por ejemplo, la teoría estética, la historia del arte, la crítica literaria). Es a partir del sistema de la cultura y las artes que las comunicaciones que les son relevantes le otorgan capacidades de enlace en su funcionamiento interior. Si no hay comunicaciones entre la cultura y las artes, no hay sistema.

Ya Larry Shiner, en su libro La invención del arte (Paidós, 2004), nos ha advertido que en la modernidad el arte posee una función propia, esto gracias a una dinámica gestada históricamente, y cuyos derroteros se han configurado como un aprendizaje entre sus posibilidades y cualidades representacionales a través de los siglos. Por su parte, Niklas Luhmann, en La sociedad de la sociedad (Herder, 2007), se referirá a esta trayectoria histórica a partir de cuatro grandes clasificaciones evolutivas: sociedades segmentarias, sociedades centro y periferia, sociedades estratificadas y la sociedad moderna funcionalmente diferenciada. A partir de estos cuatro procesos evolutivos de la sociedad es posible explicar las transformaciones del arte que podríamos resumir de la siguiente manera, siguiendo a Luhmann: arte simbólico, arte como signo y el arte moderno. A partir de tres tipos de distinciones comunicativas del arte es posible establecer cualidades y operaciones que darán paso a la conformación del sistema artístico contemporáneo.

Aquí es necesario señalar que para entender la evolución del arte es necesario identificar las distinciones que las obras trazan en su interior y que pueden ser comprendidas por un lector, observador o espectador. En el arte simbólico encontramos objetos o figuras divinas que nos permiten hacer presente lo inaccesible (lo desconocido, lo inobservable) dentro de lo accesible. El arte simbólico se comprende por su cualidad divina, en donde el observador no ve un objeto en sí, sino la constatación del poder sobrenatural que se manifiesta en dicho objeto.

Una de las principales cualidades el arte simbólico es que el origen no es un pasado remoto que se desvanece en el transcurso del tiempo, como estamos acostumbrados a dilucidar, sino un presente que se actualiza continuamente. Es decir, de acuerdo con Luhmann, la representación de lo divino no se trataba, en el tiempo histórico primigenio, de un simulacro, sino de una puesta real y concreta de lo no representable. Es entonces cuando nos encontramos con la mayor función del arte simbólico: permitir el orden del mundo.

La destrucción de los objetos-figuras del arte simbólico primitivo significaba un daño irreparable para el tiempo espacio, por lo que su cuidado y protección eran fundamentales. Pero aún en este tiempo, nuestras fiestas rituales y sacrificios (en su mayoría simbólicos en los tiempos que corren) contribuyen al cuidado y a la protección. Gracias a que la cosa visible permite ver lo invisible, las sociedades segmentarias lograron dar sentido con lógicas crecientes de certeza. No obstante, los objetos y figuras inanimadas del arte simbólico no podían sustentar su condición por mucho tiempo. Al paso de los años, el arte simbólico debió reconocer su mayor debilidad: no poder transferir lo invisible realmente a lo visible. Es decir, el objeto o figura simbólica no podía ser lo divino en su plenitud sino sólo representarlo.


@doctorsimulacro

En nuestra contemporaneidad es posible advertir la presencia de museos, galerías de arte, cines, teatros, editoriales, salas de danza y diversos espacios reconocidos como artísticos y culturales. Pero ¿de dónde surgieron? ¿Quién tuvo la idea de erigir un espacio para la experimentación y el movimiento en donde antes era un convento? Estamos hablando de las posibilidades inéditas que se ofrece desde el arte para la sociedad. Es decir, así como el derecho determina las reglas de lo probo, la ciencia ofrece la aplicación de la técnica en posibilidades emergentes, la economía administra los intereses y la política distribuye el poder, la cultura y las artes cumplen su propio y distintivo rol en el teatro de la vida social.

De acuerdo con Tomás Peters, en su libro Sociología(s) del arte y de las políticas culturales (Metales Pesados, 2020), el sistema artístico y cultural posee una comunicación propia y opera según su propia complejidad. La cultura y las artes intervienen, irritan, incomodan a las esferas del derecho, la ciencia, la economía y la política, pero no pertenece a ellas. Al ser un sistema que funciona recursivamente y aplica distinciones en el presente, gracias a las decisiones históricas previas (por ejemplo, convertir al ex convento de San José de Gracia de las Religiosas Capuchinas en el Museo de la Ciudad, en 1997), su unidad básica es la comunicación artística. Es a partir de ésta que el arte puede producir simultáneamente lógicas de autobservación y de autodescripción, estableciendo con ello procedimientos internos que van configurando su propio modo de operar en el presente y en el futuro.

De esta manera la cultura y las artes crean su propio código que les permite distinguirse de su entorno a sí mismas y de las demás esferas, así como establecer una acelerada especialización discursiva (por ejemplo, la teoría estética, la historia del arte, la crítica literaria). Es a partir del sistema de la cultura y las artes que las comunicaciones que les son relevantes le otorgan capacidades de enlace en su funcionamiento interior. Si no hay comunicaciones entre la cultura y las artes, no hay sistema.

Ya Larry Shiner, en su libro La invención del arte (Paidós, 2004), nos ha advertido que en la modernidad el arte posee una función propia, esto gracias a una dinámica gestada históricamente, y cuyos derroteros se han configurado como un aprendizaje entre sus posibilidades y cualidades representacionales a través de los siglos. Por su parte, Niklas Luhmann, en La sociedad de la sociedad (Herder, 2007), se referirá a esta trayectoria histórica a partir de cuatro grandes clasificaciones evolutivas: sociedades segmentarias, sociedades centro y periferia, sociedades estratificadas y la sociedad moderna funcionalmente diferenciada. A partir de estos cuatro procesos evolutivos de la sociedad es posible explicar las transformaciones del arte que podríamos resumir de la siguiente manera, siguiendo a Luhmann: arte simbólico, arte como signo y el arte moderno. A partir de tres tipos de distinciones comunicativas del arte es posible establecer cualidades y operaciones que darán paso a la conformación del sistema artístico contemporáneo.

Aquí es necesario señalar que para entender la evolución del arte es necesario identificar las distinciones que las obras trazan en su interior y que pueden ser comprendidas por un lector, observador o espectador. En el arte simbólico encontramos objetos o figuras divinas que nos permiten hacer presente lo inaccesible (lo desconocido, lo inobservable) dentro de lo accesible. El arte simbólico se comprende por su cualidad divina, en donde el observador no ve un objeto en sí, sino la constatación del poder sobrenatural que se manifiesta en dicho objeto.

Una de las principales cualidades el arte simbólico es que el origen no es un pasado remoto que se desvanece en el transcurso del tiempo, como estamos acostumbrados a dilucidar, sino un presente que se actualiza continuamente. Es decir, de acuerdo con Luhmann, la representación de lo divino no se trataba, en el tiempo histórico primigenio, de un simulacro, sino de una puesta real y concreta de lo no representable. Es entonces cuando nos encontramos con la mayor función del arte simbólico: permitir el orden del mundo.

La destrucción de los objetos-figuras del arte simbólico primitivo significaba un daño irreparable para el tiempo espacio, por lo que su cuidado y protección eran fundamentales. Pero aún en este tiempo, nuestras fiestas rituales y sacrificios (en su mayoría simbólicos en los tiempos que corren) contribuyen al cuidado y a la protección. Gracias a que la cosa visible permite ver lo invisible, las sociedades segmentarias lograron dar sentido con lógicas crecientes de certeza. No obstante, los objetos y figuras inanimadas del arte simbólico no podían sustentar su condición por mucho tiempo. Al paso de los años, el arte simbólico debió reconocer su mayor debilidad: no poder transferir lo invisible realmente a lo visible. Es decir, el objeto o figura simbólica no podía ser lo divino en su plenitud sino sólo representarlo.


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